ENTONCES, LA ETERNIDAD

A pesar de ser domingo, apenas si se escucha ruido por las calles. Suenan, sí las campanas. Mis hijos duermen. Estuvieron ayer en las fiestas de Jabugo. Recuerdo cuando era joven y todos los fines de semanas Jose, Lito y yo íbamos a alguna fiesta. El Castaño, Galaroza, Navahermosa, Repilado, Jabugo, Aracena, Valdelarco, Los Marines, Cortegana, Fuenteheridos... Hace mucho que no voy a esas fiestas, pero en lo esencial deben ser lo mismo. Algunas borracheras, calles hacia arriba y calles hacia abajo, petardos en  lugares retirados, risas y noche, mucha noche por delante... Alguna vez llegaba a casa y mi padre me esperaba para coger habichueas o regar El Rodeo, El Batán o Casco, lugares apartados. Pero acaso los recuerdos que más me acompañan de esos veranos sean las mañanas que pasaba en los Molinos Moyera, regando las habichuelas. Para un crío como yo, aquello de tener que trabajar era un fastidio, pero hoy recuerdo esas largas horas bajo los inmensos castaños, y el rumor de las aguas, sosteniendo con una mano el libro de Hernández o de Baudelaire y con la otra el sacho. Eso, claro, y las esquinas, una noche mágica en el puerto con olor a hinojo, las lecturas de la siesta, los partidos de fútbol, y en general la sensación de que el tiempo jamás se movía de su sitio, de que todo era eterno... Oh, dulce y pasada eternidad.




BLACK DOG 
a David Garrido, en su onda.
Estoy asustado, sí. El próximo puedo ser yo. Desde hace un mes, todas las noches cruza bajo mi balcón un hombre que arrastra una larguísima y gruesa cadena. Cada noche me asomo discretamente para verlo pasar. Es un hombre viejo, oscuro, de aspecto descuidado: probablemente un hombre sin hogar. Ni sé de dónde viene ni hacia dónde se dirige, sólo que cada noche pasa ante mi balcón y yo me asomo para verlo pasar. Lo he comentado con los vecinos, pero nadie más dice oírlo (y eso que hace un ruido enorme y mis vecinos se jactan de dormir con un ojo abierto). Ante mi denuncia, durante tres noches seguidas un municipal dijo haber hecho guardia en puntos donde necesariamente habría de pasar (y sé que el hombre ha doblado la esquina de mi casa durante esas noches), pero en sus informes asegura no haberlo visto. Desconfiando de todos, yo mismo lo he fotografiado y mandado las fotos por e-mail tanto a la Comisión de Sanidad y Derechos Ciudadanos como al Servicio de Protección y Recogida de Mendigos, pero nadie me contesta ni se da por enterado. Con decir que no les llegan los e-mails o que en ellos no se adjuntaban fotos, se quedan tan frescos. He llegado incluso a llevarles las fotos en persona, pero nada: me dan largas, no me creen. Son, dicen, burdos fotomontajes. Hace tres días, sin embargo, la historia dio una inesperada vuelta de tuerca: unos minutos después del mendigo, apareció un caballero cubierto por una armadura de plata, una adarga y una pica, montado sobre un imperioso corcel negro y escoltado por un perro de presa. Al verme en el balcón, el caballero se descubrió la visera, y con una voz de cobre batido, me preguntó si había visto pasar a un hombre con tales y tales atributos. Tras escucharme, se bajó la visera y se marchó picando espuelas, haciendo un ruido del mismo diablo. Incrédulo, lo vi desaparecer por la esquina. Como quiera que hace dos noches volvió a aparecer otro encadenado, lo volví a poner en conocimiento de las autoridades, quienes dijeron que actuarían de inmediato. Esta última noche encadenado y caballero coincidieron frente a mi casa. Fue cosa de un segundo, pues el caballero cayó sobre el mendigo, le ensartó con su lanza y, una vez caído, el perro dio cuenta de él. Su sangre fue visible hasta la alta madrugada, cuando los del servicio de limpieza llegaron para cargar con lo que quedaba de cadáver y baldear la calle. A media mañana ha sonado el teléfono. Mi mujer me ha entregado el auricular, diciendo que alguien del ayuntamiento preguntaba por mí. He tratado de permanecer sereno, pero ¿cómo estaría usted si reconociera la voz de cobre batido del caballero y escuchara de sus labios que ni se le ocurra mencionar el asunto del mendigo porque el próximo puede ser usted?

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