REENTRÉ

Acabo de poner los pies en casa nuevamente. Durante días he vagado por las aceras húngaras y me he bañado en las aguas sulfurosas que salen de sus entrañas. Como uno de aquellos viajeros decimonónicos que iban de balneario en balneario buscando la curación y el reposo a las afecciones del cuerpo y del alma. Así me he visto yo. Como un doliente imaginario, huyendo de esa tuberculosis de la imaginación que provoca la palabra crisis. La bicha, la cosa. Éso. Me ha gustado Budapest -mucho menos Viena, en la que estuvimos un par de días: la escultura dorada de Strauss resume bien el espíritu de Viena-, sus gentes, sus bosques, sus calles, sus edificios, sus cerverzas, sus comidas, y no me ha gustado esa como contumaz reaclimatación al consumismo feroz, al capitalismo más obsceno.


Os dejo con un micro que os consuele de algo tan atroz, como este monumento ejecutado por un enemigo acérrimo de la música de Strauss.

PARAÍSO

Lo pasé fatal en el paraíso. Todo el rato desconfiando de todo y de todos. No quería que me pasase lo que a ese tal Adán. Cuando mi mujer decidió dejar de hablarme por no prestarme a sus jueguitos, yo, créanme, no saben cuánto se lo agradecí. Todos se pusieron de su lado, perdí peso y el galeno me recetó ampollas de ésas, que acabaron por provocarme unas arritmias insoportables, pero nadie me hizo caer en la pueril trampa de la manzana. El día que me fugué, todos se quedaron admirados, creyendo que me había vuelto a dar una ventolera. Me hice un adosado a las afueras y aquí vivo, divinamente. A veces me veo en secreto con Caín. Tenemos nuestros planes.

1 comentarios:

Adelaida dijo...

Manolo eres genial en tus historias...