ALZHEIMER

La madre de Pilar está pasando unos días con nosotros. Siempre he sentido un particular cariño por una mujer sencilla, buena, simpática, y que siempre vivió bajo el dictado de otras personas. Su padre era severo con ella, el tiempo en el que vivió fue severo con ella. Tuvo, desde muy niña, que ponerse a servir. Se casó más tarde y siempre estuvo al servicio de su marido. Apenas si salía de casa. No tenía amigas, y sólo trataba con las gentes que entraban en su casa, para las que se desvivía. Ante la ausencia de mundo, hubo de crearse su propio mundo. Y su mundo era cantarín y divertido. Yo la conocí así. Me quería mucho porque me gustaba hablar con ella en la cocina, mientras ella guisaba o pelábamos juntos guisantes palermos.. Hoy, afectada del mal del alzheimer, Pilar deambula sobre sí misma, perdida en el mar de sí misma. El proceso para ella ha sido largo. Ya hace diez años (tiene 87) que comenzó a tener esas lagunas y esos bucles que la han ido abismando y atrapando en ese mundo interior del que no consigue salir. La losa es cada vez mayor y ya sólo queda de ella su apariencia física. No puedo evitar mirarla con una infinita piedad, con nostalgia. No sé si piedad es la palabra. Perdónenme si no la es. ¿Ternura? Puede que sea ternura, no sé. Me gustaría bajar hasta el fondo de su sima para saber dónde está, para volver a hablar con ella, pero eso sería como bajar hasta el corazón mismo de la Tierra. Sé que su mente mora en algún islote interior, en alguna remota ínsula y sólo con mucho esfuerzo logra a veces responder a alguna pregunta de este mundo, en el que vivimos los demás. Pilar es Eurídice. Vive en el piélago de las sombras. A veces una breve luz, escapa de ese mundo suyo y le ilumina brevemente el rostro. Es un espejismo. He seguido su mal durante años. He asistido a su evolución. No deja de fascinarme -de removerme por dentro- ese proceso de demolición de la realidad, de destrucción de todo signo proveniente de la actualidad. Ella se ha ido a vivir al fondo de sí misma, a algún bucle perdido de su experiencia personal. Parece que ese momento queda emparedado en los muros de la infancia. De cuando en cuando y a través del lenguaje tenemos alguna confusa noticia de ese mundo. Al mirarla no puedo evitar sentir escalofríos. Y miedo. Mucho miedo.





QUÉ VA A SER DE NOSOTROS
 
Confundido, vuelvo a la habitación y busco por todas partes. No puedo entender qué es lo que esta vez quiere de mí. Mi mujer me observa pero prefiere quedarse en la puerta, con el corazón en vilo. Dónde estás, pregunto. Grito, dónde coño estás. Nada. El lamento sigue y sigue como si saliera del suelo. No lo hagas, no lo hagas, no lo hagas, suplica mi mujer a mis espaldas, por dios, Javier, no lo hagas. Ya ha pasado otras veces: tengo doce años, acabo de descargar la escopeta sobre mi hermano y estoy llorando, no puedo parar de llorar. Pero mi mujer me grita que vuelva, que por dios no lo haga, que tenemos dos hijas, que qué va a ser de nosotros.

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