ATARDECE, QUE NO ES POCO

El sol se pone por los olivos. Antes, resguardado por la tapia ocre, el naranjo. No tiene naranjas ahora, claro está, pero sus naranjas y sus hojas son los únicos colores que me acompañan en las hondas mañanas de invierno. La calles, con sus cales resplandecientes y de un azul desleído, restallan en la tarde que avanza hacia su final. Hoy creo haber acabado "El color del cielo", una novela que se me quedó atrancada y a la que que creía que le quedaban al menos cuatro capítulos, pero cuyos finales por previsibles, no acababa de "verlos". Y es que ninguna de las dos soluciones que me daba, me dejaban satisfecho. Por eso la he tenido completa y estratégicamente olvidada durante meses. Hoy la he abierto de nuevo y, dios, la he visto. ¡Estaba acabada! Sólo he tenido que puntear aquí y allá y escribir un epílogo de cuatro páginas. Ha salido solo. Diríamos que la novela no quería seguir y me había cerrado todos los caminos, porque "ella" ya se sabía acabada. Lo demás era ya sobreescritura. Me han bastado unos cuantos minutos de análisis limpio para verlo con claridad. Hay que alejarse para ver el bosque, está claro. Las soluciones llegan del olvido, de la visión nueva y fresca. Empeñarnos en forzar la máquina, huir siempre hacia adelante, no detenernos cuando no lo vemos claro... son errores comunes. Hasta nuestros "políticos" están cayendo en el solemne error de empujar el bosque a lo más intrincado del bosque, enmarañándolo todo, sin darse cuenta que lo sensato es volver hacia atrás. Descansar un poco y tratar de ver las cosas como si las viéramos por primera vez... Eso y que hoy ponen por la tele Amanece, que no es poco, de José Luis Cuerda, una de esas películas y uno de esos directores que te concilian con el mundo.



USTED
Mi querido amigo, le alegrará saber que tenemos aquí ese libro de Cunqueiro que usted perdió en el camping de Hervás, así como aquellos guantes de vicuña que extravió aquella noche de final de año, ¿se acuerda?, que pasó con Lidia en Mojácar. Y el coche, el coche alquilado que le robaron del aparcamiento del restaurante de Sintra. El móvil, aquel que usted lanzó al mar cuando hacía el crucero de las islas griegas y decidió acabar con ella. También tenemos a Lidia, la chica que harta de sus indecisiones y sus mentiras, le dejó para comenzar de nuevo en Otawa (Canadá). Lo tenemos todo. Sólo faltaba usted, y no sabe cuánto nos alegramos de que al fin se haya decidido.



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