CORDOBA CINCO MINUTOS

La niebla ocupa hoy todo el espacio de la ventana. Apenas si se entreven, a lo lejos, las fachadas con un resto de luz. La quietud en esta mañana de sábado es total. Esta ventana parece transmitir calma, serenidad. De cuando en cuando un pájaro revolotea, confuso, aterido, sobre el aire lácteo. A lo lejos, marcado por una apenas apreciable línea verde clara, los castaños, pero antes, las tapias de los corrales y las horquillas de tender la ropa. Ese fue el lugar de mi infancia. Mi madre lavaba ahí la ropa y yo la acompañaba en las mañanas frías de enero. ¡Me salían cada sabañones! Quiero que sepas, lector, que esto que yo veo desde aquí, desde este preciso asiento, resume el mundo, el mundo este que yo vivo y del que nacen todos los mundos que yo puedo pensar, narrar y transmitir. Asómate tú también a esa ventana de todos tus días, ahí donde tu vida tiene más sentido. Estamos hablando de lo global, queremos hablar de lo global, pero al fin, como diría Pessoa, en algún lugar hemos de plantar el pie. El infinito empieza en uno mismo, el viaje más alucinante y lejano comienza dando tu primer paso y ese paso lo das aquí, en esta/ en esa ventana, desde esta/esa ventana mía/tuya que domina el universo. Ver, aprender a ver. Aprender no a contemplar, sino a estar bien con las cosas, a participar de todo eso, a formar parte de todos eso. El hombre en su antropocentrismo se ha olvidado de ser parte del todo, de que no es un ser exento, alejado del mundo. Pertenecemos a esto. Somos esto. No somos más que un árbol o una piedra. Pero no somos menos que un árbol o una piedra. Lo demás son supermercados, ipods, esas cosas que en nuestra soledad más absoluta, en nuestra orfandad más abisal y en nuestra desesperación de hombres perdidos, nos salvan durante cinco minutos, diez minutos.


Durante varios días voy a tener que dejaros. Mañana marcho a la bellísma Córdoba a ver a Helena y a participar en Cosmopoética, encuentro internacional de poetas de tronío.




 

 

Tú, torreón, no te me vengas abajo,
tú, muralla, no te me partas ahora,
tú, fuente, no viertas más o anégalo todo.
Tú, rama, vibra cuando en ti el pinzón se pose.
Tú, pinzón, no te jactes del temblor de la rama,
pues ella te sostiene, a ella vuelves.

Tú, corazón... 



El anterior poema, aunque tiene un no sé qué de andalusí, es mío.
Y para los más voraces una cásida andalusí de carácter anónimo dedicada a Córdoba. La traducción es de Juan Valera, que lo tradujo, no del árabe, sino del tedesco, pues la cásida la recogió Shack:

Dé muy lejos el saludo
llega a mí de mis queridas,
como suspiro del aura,
lleno de fragancia rica.
Sobre praderas de aromas
parece que se desliza,
las esencias recogiendo
de rosas y clavellinas.
Dentro de mi pecho infunde
nuevo espíritu de vida,
y mi muerto corazón
para el amor resucita.
Este espíritu suave,
que ellas de lejos me envían,
de la profunda tristeza,
de los pesares me alivia.
Mil amorosos recuerdos
pasan por el alma mía,
cual sobre arena candente
la fresca y húmeda brisa.
Como manso viento lleva
hojas del árbol caídas,
mi corazón arrebatan
las pasadas alegrías;
y me embriagan cual vino,
y todo mi ser agitan,
y despiertan esperanzas
por largo tiempo dormidas.
El perfume de tu amor,
¡oh hermosa! el alma respira,
y cuando te llora ausente,
verte otra vez imagina;
y vuela, el rastro oloroso
tomando siempre por guía,
porque el ansia de lograrte
nuevamente la domina.
De tu aérea vestidura
tocar anhelo la fimbria,
y de lágrimas y besos
enamorados cubrirla.
Arrastro sobre esta tierra
mis penas y mis fatigas,
sin tener consuelo alguno
mi negra melancolía.
Corro del valle de Akik
a la Ruzafa magnífica
(sólo al mentar estos nombres,
De repente mis mejillas
con lágrimas se humedecen);
ya mis pasos se encaminan
al prado de Addun, al claustro,
a la fúnebre capilla,
o a la puerta de aquel hombre
poderoso, que me brinda
con su vino y su amistad,
que siempre son mi delicia.
Alá le guarde y proteja,
y me conceda la dicha
de poder verle y hablarle
todo el tiempo que yo exista.
A la puerta de Damasco
no quiero hallarme en la vida;
ir a regiones extrañas
mi pensamiento no ansía.
El que su patria abandona,
no bien ausente se mira,
arrepentido lamenta
su arrebatada partida.
¿Qué alcanza ni qué consigue
el que mucho peregrina?
Ganar tal vez con trabajo
su sustento solicita;
pero ¿qué saben los hombres
de lo que Dios determina?
Quien emigrar me aconseja,
con mayor razón podría
aconsejar a un eunuco
el ser padre de familia.
Mi salud en este mundo
y en el otro aquí se cifra;
por nada la deliciosa
Córdoba yo dejaría.
Grande es la ciudad; del río
las ondas son cristalinas;
verde espesura, jardines
y flores bordan su orilla.
Para vivir siempre en Córdoba
más que Noé viviría.
De Faraón los tesoros
déme la suerte propicia
para gastarlos en vino
y en cordobesas bonitas,
ojinegras, cariñosas,
que a dulces besos convidan.
Mas, ¡ay! que debo quejarme
de la fortuna maldita,
que con pobreza y cuidados
de continuo me atosiga.
Jamás alcanza mi mano
a donde alcanza mi vista.
Menos que yo valen otros,
y llegan a donde aspiran.
Entre desdichas tan crudas
es la más cruda desdicha
tener, como un pordiosero,
la bolsa siempre vacía,
y de caprichos de rey
la imaginación henchida.
A contemplar no me atrevo,
de Yabrin en las colinas,
a las esbeltas mujeres,
cual las anémonas lindas.
Al verme tan angustiado,
me dicen muchos: Emigra;
y yo respondo: Lo haré,
cuando no esté de la viña
colgado mi corazón;
cuando el aura matutina
con el aroma del mirto
no dé a mi pecho alegría;
cuando los cantares odie
y las redondas mejillas,
como la granada rojas,
y no exciten mi codicia
las pomas de amor fragantes,
que blandamente palpitan.
Para evitar la miseria
trabajaré noche y día;
haré esfuerzos por lograr
una suerte más benigna;
mas no pretendáis de mí
que deje la patria mía;
al caballo de viaje
no pondré jaez ni brida.
Muy sano es vuestro consejo,
mas permitid no le admita;
no puede el alma sufrir
que otros en mi casa vivan.
Quiero ser fiel a mi patria,
aunque me dio poca dicha,
aunque en ella mis deseos
y voluntad se marchitan.
En ella apenado vivo,
y con desprecio me miran;
mas no he de ver otras tierras
y gentes desconocidas.
«Viene a medrar con nosotros
este extranjero», dirían,
mis frases más amistosas
pagando con invectivas;
«lejos de aquí; sólo agradas
si de delante te quitas;
tu presencia me es odiosa
y me despierta la ira».
¡Oh amorosos ojos negros!
¡Oh mujeres peregrinas!
No es para mí vuestro amor;
me atrevo apenas la vista
a tender hacia vosotras;
tanto la inopia me humilla.
Y tú, vino del convento,
confortadora bebida,
para gustarte a menudo,
dinero se necesita.
¡Oh Tú, que con decir «sea»,
cuanto hay en el mundo crías,
ve que en Córdoba me quedo
en necesidad grandísima;
poderoso y grande Alá,
en ti mi alma confía!


 

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