EL OSO

fotos de ososEl cielo está levemente encapotado. Jirones de nubes se deslizan sobre los tejados. El aire que penetra por la ventana es fresco. Pero no arranca a llover. Está lejos de hacerlo aun cuando el parte señalaba agua. Se mueven los posters, las fotos, los dibujos que tengo prendidos aquí y allá con chinchetas. Todo ahí afuera está tan seco, que adquiere un color sepia, de vieja foto. De foto sobreexpuesta. Pero yo ando en otra parte, camino por otras cartografías, corro por otras calles, me enfrento a otros problemas, respiro en el pecho de otros. Hoy, ayer, hace tantos días, me las veo con fantasmas. Personajes que salen de las sombras y se incorporan a mi imaginario. Mujeres de tacón fácil y crápulas que llevan en sus cicatrices boletos no premiados con la muerte, paisajes desolados y calles retorcidas que huelen a azahar y a domingo. Existiendo ese mundo ahí, tan mío, cuesta entrar en este de depresiones, de primas de riesgos, de niños calcinados por su padre, de Contador sacándose de la manga gestas impensadas, de futbolistas tristes como príncipes banales e inconsecuentes... Cuesta entrar pero todo este lado de acá, con sus miserias y sus merkel, con sus especuladores y sus panteones, con los pirómanos resentidos, con los políticos blandiendo dagas e incompetencia, me está esperando cada vez, y llega la factura de la luz y del teléfono, y los niños van a la escuela tralalalará y alguien les enseña con mucho cariño que dos y dos son cuatro y que ahí afuera no hay ningún un oso dispuesto a zampárselos.


CAZA MAYOR

a José María Merino
Estaba preparado cuando apareció el oso. Era exactamente el que nos había descrito aquella misma mañana el monitor en el pueblo. Tomé el rifle, adelanté el pie y me dispuse a poner su corazón justo en el punto de mira de la telescópica. Están bien empleados los 10.000 euros, pensé mientras apretaba el gatillo. Marqué el número justamente cuando el animal aún se debatía sobre la hojarasca. Se puso mi hijo y, emocionado, le narré cómo había matado yo sólo al oso y añadí que acaso en ese instante aún le quedase un pálpito de vida. Mi hijo guardó silencio. Luego, tras pensarlo, me dijo: papá, cuando vuelvas, quiero que mates a mi maestra.
Dos cabezas, Escher
 
 

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