GUGGENHEIMIZACION PER TUTTI

Ayer no pude dejar la entradita diaria. La cuestión es que ando en un fregado gordo. Una historia que me tiene un poco majareta. Bendita majaradería. Pido perdón a los leales. Hoy, qué le vamos a hacer, hace un día del tardo verano. Gorjean los pájaros, la luz es ancha, pero tiene algo de cansancio. Un coche baja de la plaza de los toros. Pareciera que desde esta ventana que os escribo el tiempo y todo se hubiera detenido. Ojalá, verdad. Pero no, el mundo no se detiene. Por más pesados y planos que sean los días, el tiempo sigue fluyendo, fluyendo. Los buenos ciudadanos han vuelto al tajo. Hay quien todavía se empeña en organizar eventos culturales. La cultura con una sonda. Durante años promocionamos la cultura del espectáculo. Todo tenía que ser espectáculo. También, ay, la poesía, besó la lona. La poesía, ese espectáculo del sí mismo, ese streptease de la conciencia, esa marea de la sensibilidad, acabó felándosela a los oyentes, que de pronto se convertían en lo importante. Si ellos disfrutaban, todo estaba justificado. El poeta se convertía así en un bufón, en un arrogante bufón si quieren. Eran tiempos del pelotazo también de la cultura. Mientras más grande y más espectacular mucho mejor. Era la guggenheimización del país y de la cultura. Todo alcalde que se preciara tenía que hacer una réplica del Guggen. Para redimir a un poeta en su centenario, se invitaba a cantantes de relumbrón, un cuarteto de cuerda, la sinfónica de no sé dónde, un orfeón de señoras orondas y chicos solemnes, mientras se prescindía de sus versos, mientras sobraban sus versos y los versos de quienes recogieron su testigo. Caballo grande, ande o no ande. Y es que la poesía en sí misma, la ensimismada ,no daba público y, lo que es mucho más grave, no daba la foto. Los poetas nunca fueron triunfadores y a estas ratas con chaqueta sólo les gusta el triunfo, la foto, la cosa. Y eso, que a esta hora todos los días pasa un avión sobre mi cabeza. Me pregunto que a dónde irá.




DÍA DEL LIBRO
 
Harto de esperar los papeles que no llegan, Alonso sale a escondidas de la casa y arranca su vieja furgoneta, que se cae a pedazos. Apenas ha recorrido unos metros, se encuentra a un vecino y ambos se ponen en marcha. Madrid es la meta. Por el camino le suceden las aventuras más peregrinas: los fotografían ante unos molinos, los golpean en una gasolinera, los engañan en un ventorrillo, hasta tratan de trajinárselos a la llegada de la pensión, pero los dos infelices, no sabemos cómo, no sabemos por qué, continúan con su secreto propósito. Llegan a Madrid y van de ministerio en ministerio donde Alonso presenta un fajo muy sobado de papeles manuscritos en los que enumera las causas para obtener la paguita que considera merecer. Lo hirieron de gravedad en Sidi Ifni, después estuvo unos años en El Aaiún, trabajando para una mina de fosfatos, pero nadie le reconoce los años trabajados ni la herida que ahora, en su vejez, le impide ganarse la vida. Pregunta por unos y por otros, pero nadie lo recibe. Putas, presos, ujieres, secretarios, embaucadores y trileros se ríen en sus barbas o pretenden sacarle los cuatro cuartos que aún les quedan, pero a ellos no les arredra tener que dormir bajo los árboles del Museo del Prado ni ante los leones del Congreso. Cansados, viviendo de la caridad, Alonso se decide a escribir una carta al rey donde le cuenta cómo ha sido su vida y qué espera conseguir en justicia, pero la carta se pierde en el camino o vaya usted a saber dónde, porque contestarle, nadie le contesta.
***
El rey espera en el recibidor y abre el periódico por la página donde aparece la foto de dos pobres pazguatos que llevan ya tres meses en Madrid malviviendo en una furgoneta para exigir no sé qué. Él no tiene tiempo ni humor para saber qué piden, pero la figura de ambos le resulta cómica y hace una broma sarcástica con ella, que todos aplauden. No le da tiempo a más, pues enseguida aparece el secretario.
—A ver si me entero —pregunta el rey, recibiendo la carpeta con el discurso que deberá hojear en el coche, camino de Alcalá— ¿este es el cuarto o el quinto centenario? Es que no quiero volver a meter la pata, añade. El tercero, le responde su asesor, pero a ver, a ver que lo compruebe en internet.

0 comentarios: