SAHARA


Me duele la cabeza. Miro a la ventana y veo que llueve parsimoniosamente. Un calabobos que va creciendo. Parece ser que el tiempo se va a volver inestable durante los siguientes días. Lloverá de lo lindo. Es bonito contemplar los tejados mojados, brillantes, llenos de vida. A lo lejos, los castaños aparecen difuminados por la lluvia. Pronto caerán sus hojas y donde hoy vemos su follaje claro, veremos dentro de poco sus muñones, esos brazos que claman en el invierno. Es el paso del tiempo, la sensación de que el tiempo se esfuma, no regresa. Esa sensación de que la vida pasa y nos va arrancando lasquitas cada día, aproximándonos al embarcadero. Eso y el mapa del viejo Aaiún, que tengo frente a mí. Ese pueblo arrinconado y expulsado más que de su tierra, de sus tradiciones, de todo cuanto ha sido su vida. Porque ellos, los saharauis nunca han tenido propiamente un territorio, ellos no han poseído jamás la tierra que es su tierra, no han tenido un sentido de propiedad sobre el paisaje, sino la libertad de moverse por un espacio casi infinito que para el resto de los humanos es hostil. Fuimos nosotros, los jodidos occidentales, los que trazamos las fronteras a cordel, los que estabulamos su espacio vital, los que les cortamos los caminos, destrozando así su viejo estilo de vida. Hoy ellos piden la devolución de un territorio, pero no, debieran pedir -si eso es posible- la devolución de una forma de entender el mundo y el territorio, de entender unas tradiciones, la que les ha conducido por generaciones y generaciones.

Hoy, un poema del ciclo de El sueño de Dakhla (Ed. Algaida, 1996), aunque no está propiamente en el libro.

 
Provengo de un país que ya no existe
José Emilio Pacheco.
 
Provengo de un país que ya no existe,
al que cegó la arena, que el cielo sepultó
y es una cripta, donde pulcros funcionarios
cuentan calabozos, huellas, transeúntes.
 
Provengo de un país, hendido de tinieblas,
de pendones muertos, extranjeros,
de hombres que maldicen su futuro,
de gacelas dulcemente disecadas.
 
Provengo de un país que no se rinde
a pies de quienes borran sus fronteras,
y todo lo cubren con cinc o baquelita.
 
Provengo de un país donde amanece
cada vez que un hombre siente contra sí
la dulce terquedad, el beso maduro de la arena.
 
 


 
 
 


 

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