TRÁNSITO




Hoy, desde mi ventana veo un precioso cielo azul. Atrás, los castaños, ya muestran sus colores ocres. Las sombras se proyectan tenues sobre las fachadas. Julio sigue en Tánger, No sé nada de él. Parece ser que tiene dificultades con el pasaporte. Él o el amigo. No sé. La incertidumbre siempre. Ël cree saberlo todo, pero no es más que un crío tal vez malcriado, que no se ha visto jamás en una parecida. Bueno, supongo que aprenderá. La vida suele sacar su universidad a la calle. El caso es que yo viajo ahora al corazón de Portugal y querría saber antes de irme si ya ha solucionado su cosa. Supongo que lo hará, pero me queda el entripado. Julio es un chico demasiado acelerado. Demasiado ingenuo, si se me permite. Parece como le hubiera alquilado un cuarto a la verdad y él viviera en esa casa de techos claros y diáfanos. Pero la vida no es nunca ni clara ni diáfana. Todo es tránsito, cosas que se dirigen a su nacimiento o a su extanción. Vuelan hoy aviones por todas partes. Hay gente con maletas en todo el universo mundo, desde Atenas a Amsterdam, desde Riga hasta Porto, desde Estambul a Atlanta. Salen barcos desde todos los puertos, incluidos Tanger Med y Algeciras. Gentes que vienen y que van, ideas que vienen y que van. Tránsito. Ir de un lugar a otro, de una idea a otra, de una rama a otra rama, de una tecla a la siguiente. Y el corazón en llamas y esta sensación de otoño en los güesos.
 
 


ELLA, YO


a Paqui Aquino, cuyos versos me dieron la historia
Sin ir más lejos, ayer volvió a ocurrir. Mientras cenaba una sopa de fideos viendo mi serie favorita, una mujer mucho más joven que yo entró en el saloncito, arrastró una silla, se dirigió a la cocina, tomó un plato y una cuchara y, sin decir esta boca es mía, se sirvió la sopa con una cara dura que ya ya. Después, sin mirarme, se puso a sorber la sopa como una cochina y alargó la mano en busca del mando del televisor. Hasta aquí hemos llegado, me dije.
—Oye. ¿Tú quién te crees que eres? —le solté.
—¿Qué quién soy? Pues la dueña de esta casa, ¿quién iba a ser? —me respondió, sin dejar de mover la cuchara.
—La dueña soy yo —grité— y he sido yo quien ha hecho esta sopa.
—Ah —me respondió, cogiendo el mando y casi sin echarme cuenta—, pues le falta sal.
—¿Sal? El médico me ha dicho que no prue...
—No sé cómo hay gente que se traga esto —dijo señalando a la tele—. Es malísima.
—Cómo que malísima. Será malísima para ti y, además, qué haces comiéndome mi sopa.
—¿Cómo dices?
—Digo, guapa, que esta es mi sopa.
—Pues perdona que te diga, pero le falta sal.
—Le falte lo que le falte, es mi...
—Joder, no aguanto esa mamarrachada —dijo—. No la aguanto.
—Encima con...
—Bueno, para eso estoy en mi casa ¿no?
—¿Tu casa? Querrás decir...
—Quiero decir lo que he dicho: mi casa.
En fin, no sé cómo decírselo. Usted se estará preguntando... Pero le voy a decir una cosa: al llegar a cierta edad una hace lo que sea por un poquito de compañía.
 
 

 

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