
Acabo de hablar con Paco Huelva. Está en Madrid y ayer fue a ver la exposición de Blake, ese fantástico demonio, ese genuino producto de la visión británica, hija de las nieblas, de la metafísicas de las nieblas. Y me cuenta -él lo publicará mañana en el periódico- una cosa estremedecora. Desde el balcón de su apartamento cercano a la Plaza Tirso, vio cómo una inmensa bandera española se alzaba en el aire, siguiendo a los cazas de nuestros ejércitos y vio cómo esa bandera se deshilachaba en el cielo, se descomponía, se disolvía en la nada. Ayer esperé a los telediarios por si se volvían a repetir los abucheos al presidente de gobierno, pero nada, chico, nada de nada. Mi gozo en un pozo. El ejército sigue siendo cañí. Han pasado cuarenta años y aún conserva su cosica falangí etc... Un poco decepcionado, hice un poco de zaping y asistí a una especie de entrevista en la Sexta donde un tipo de no sé qué Club independentista catalán, muy maleducado por cierto, hablaba de que Cataluña era robada sistemáticamente por España. ¿Robada? Miren, desde este humilde púlpito me he pronunciado acerca de la conveniencia de que Cataluña, Málaga o Cartagena, salgan mañana mismo de España, si esa es su voluntad. Jamás me opondría a algo como eso, pero lo que no soporto es que me digan que los no-catalanes somos unos ladrones, que los españoles somos una suerte de ladrones que estamos esquilmando a Cataluña, Murcia o Mondoñedo. De qué cojones estamos hablando. ¿Es que yo no pago los mismos impuestos que un señor de Mondoñedo que gane lo mismo que yo? Pago los mismos impuestos que un barcelonés que gane lo mismo que yo pero la universidad la tengo a cien quilómetros, las bibliotecas, los hospitales, las buenas infraestructuras, los aeropuertos. Según la lógica de ese señor, yo me tendría que sentir robado por ese barcelonés y por este Estado, pues aplicándome la misma proporcionalidad en los impuestos, el Estado me ofrece muchísimos menos servicios y no digamos oportunidades de capacitación y trabajo a mis hijosque a un tipo de los madriles o de la barnaca. A quién carajo robo yo entonces? A ese señor barcelonés? Estamos locos o qué.
ACAPULCO, [...]

Como cada ma
ñana, Mar
ía lee en su asiento de siempre, camino de la cl
ínica. Levanta la vista del libro, mira por la ventanilla y no puede reprimir un profundo escalofr
ío. Tiene cincuenta y tantos y la sensaci
ón de que su vida en nada se diferencia de esa inmensa llanura bald
ía. El futuro le aterra tanto, que preferir
ía cerrar los ojos y dejarse morir all
í mismo. [...] Al abrirlos, ve un anuncio publicitario en el que una pareja de j
óvenes corre por la playa apenas estorbada por una leyenda que dice: "Acapulco, mucho m
ás de lo que imaginas, por mucho menos de lo que piensas". Las palabras y la imagen chocan en su cerebro. Mar
ía permanece sentada en su asiento, camino de la cl
ínica, no sabe si aturdida o cansada. De pronto, toma aire, mete la cabeza en el libro y sigue leyendo: "Tiene cincuenta y tantos y la sensaci
ón de que su vida en nada se diferencia de esa inmensa llanura bald
ía". [...] No puede evitar pasar las hojas hasta encontrarse en las
últimas l
íneas del libro: "todos bajaron, pero ella permaneci
ó en su asiento de siempre, inm
óvil" ¿Lo har
ía?
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