EXTRAÑOS DÍAS

Hoy, no se por qué, todo parece un poco lento, dormido, quieto. Ayer, justo al pasar la frontera, me enteré de la muerte de Reme, la prima de Pilar. Un día extraño el de ayer. Un día hermoso y extraño a la vez. En el fondo me gustan los días así. Sé que se pueden sacar conclusiones. Es como avanzar. Salvar una pared. Esas cosas. Lo entiendo todo. Uno necesita tropezar para saberse en el camino. Pero bueno, ahora la tarde va cayendo como un lienzo. Va haciendo frío. Después de dos días por ahí, la realidad vuelve a uno. Hoy he estado solo. Demasiado solo tal vez. Tengo en mí el germen del otoño. Pero detrás de esta tristeza sé lo que quiero, cuanto quiero y eso me salva. Eso me salvará siempre, como siempre me ha salvado. La realidad sin embargo se impone.
Es pasar la frontera de Rosal y la muerte  comparece. Uno se siente más solo ante el mundo. Una pequeña gota de sangre tiembla en el cristal. Cuando entro en el tanatorio, todo es sombra. Un lugar hecho de sombra. Regreso a casa con humedad en el pecho. La playa, la luz azul de la playa, las demás luces azules que han ido iluminado el día, lo compensan todo una vez más. Pero ahora corro hacia la oscuridad. Las ramas de los castaños se vuelcan sobre la carretera. Es hermoso seguir aquí. Y pienso, que sería suficiente con que jamás me tocara vivir la muerte de mis hijos, como ya le ocurriera a mis padres, como ahora les ocurre a Juani y a su esposa. Al llegar a casa, Julio me cuenta con pelos y señales su periplo tangerino, con la pérdida del pasaporte, la comparencia en la policía -los trataron fatal y vieron malos tratos-, un taxista que encontró su pasapote y trató de sobornarlo, etc... Me recordó curiosamete la historia que escribí para Gran Zoco. Y es que uno no sólo escribe desde experiencias del pasado, sino desde recuerdos del futuro. ¿Lo sabías?






SI ME DICE QUE SÍ

 

He leído en los papeles que anda metido en una buena. Un fiambre, un montón de guita que no aparece. Me he dicho, chacho, a este tronco quince años no se los quita naide. Yo me he tirado treinta y tantos ahí dentro, a jierro. Me sacaron cinco veces pero, chacho, una semana fuera y me mareo. La calle no es lo mío, tú. Libertad, libertad. En el trullo venga a hablar de libertad, pero en cuanto te sueltan y te dicen, ahí tienes, corre todo lo que puedas, chacho, que se te ponen de corbata. Sé lo que me digo. Necesito unos barrotes de verdad, un carcelero, el olor a tigre como el comer. No sé cómo os la apañáis con esta panda de cabrones aquí afuera. Yo no tengo más que este peluco de oro macizo, que le birlé a un junlay del peñón, pero aunque les digo que es auténtico y que vale una guita, me dicen que me vaya a mamarla porahi. Las otras veces me las arreglé de puta madre. La primera gasola, el primer banco y otra vez pal bujero, chacho. Del tirón. No fallaba. Pero hoy por hoy, con el tema de los seguratas, la cosa se ha puesto tela de chunga. Te calan a dos quilómetros y en cuanto asomas el morro, te hostian vivo. Les dices que andamos en la misma guerra, pero se las suda, te hostian lo mismo o más. He perdido la esperanza. No soy el de antes: ¿quién se dejaría dar un palo, con esta pinta de viejo podrido, con estas muletas y con estas manos temblorosas? ¿Qué cabrón de juez me mandaría pal talego, viéndome así? Se ríen de mí en mi puta jeta. En fin: que había pensado en usted, en comerme su marrón, vaya. No sé cómo podríamos arreglarnos, pero ésta me dice que soy su hombre. De momento, el peluco es suyo, si me jura por su vieja que se lo pensará por lo menos.

 

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