APUNTES



Empieza a hacer frío. El castaño que hace un par de días aún mantenía su precioso follaje dorado, aparece hoy casi desnudo. Los fríos se llevarán las últimas hojas. Lo que antes estaba en las alturas, ahora quedará en el suelo. Los caminos son mantos de hojas. Sobre las paredes de piedras se amontonan ya millones de hojas. Un día iré al Rodeo a recoger hojas de roble para con ellas nutrir a los árboles que he sembrado en los últimos días. Ayer estuve en Cartaya, leyendo para los chicos del instituto. Fue un día distinto, desde el comienzo. Al salir de casa pasé por el bosque de castaños. A pesar de que la luz no era excesiva, el dorado de las hojas me seguía durante quilómetros y quilómetros. El panorama se fue abriendo a medida que bajaba hacia el sur. En las cercanías de Cartaya vi campos sembrados de caquis. Los caquis son árboles muy muy hermosos. Ayer sus hojas ya estaban rojas, mientras sus frutos, redondos y brillantes tenían el color de las naranjas, miles de planetas colgando de las ramas. El mundo había quedado en suspenso. Catalunya había votado el día anterior y se diga lo que se diga, los votos que interdecían por una consulta, sumaron más que los que no, a pesar de que haya quienes se quieran confabular en decir lo contrario. Si la cosa era un plebiscito, el pueblo ha hablado con cierta claridad. Visca Catalunya libre, pues. Pero no, a mí no me interesaba para nada el futuro de Catalunya ni el de mi prima la de Utrera. Los chicos cartayeros estuvieron ejemplarmente callados y atentos. Uno sólo espera de estos encuentros, haber dejado suficientes esporas en sus abiertos corazones para que pueda crecer algo: crear la duda y dejar la sención de que la literatura y el pensamiento no tienen por qué ser aburridos, ni materia reservada para gente insidiosa y rara. Todo lo que uno trata de hacer es pellizcarles, dejarles la sensación de que la escritura puede ser algo mucho más cercano a ellos de lo que jamás hubieran pensado. Tras al lectura, estuve con Rosi tomando un café en la plaza más luminosa de España, falando un poco de todito todo. Dios, qué guapa estaba.


Más tarde fui a ver una exposición de Jesús Arcensio en la Biblioteca de la Universidad de Huelva, de la que es responsable Juan, mi cuñado.  Arcensio es uno de esos poetas desconocidos que merecían una visita de los lectores. Era falangista y eso hace que ciertos lectores le tengan como miedo, pero no, es un poeta de los pies a la cabeza. Por la tarde, un dolor de cabeza inoportuno y unos millones de inquietas hormonas se fueron cruzando conmigo. Hoy sólo quiero llevar a esas hormonas un ramo de adelfas o un caqui cartayero.





VUELOS

   
Cada día ella me esperaba muy al otro lado del mar, en un bosquecillo de alisos, junto a unas cuevas. Yo procuraba llevarle dulce de cerezas, gotitas de rocío, lágrimas de drago y a cambio ella me entregaba frufrús de colibrí, polen de hinojo, hojas dulces de su librito secreto... Yo la quería a rabiar y ella se apretaba a mí como si siempre en los alisos hiciera mucho frío. Y al llegar la noche cada uno volaba hacia su árbol y a su orilla del mar. Yo me pasaba el resto del día buscando la manera de perfeccionar mis vuelos, y ella se lo pasaba acechando a los colibríes o recogiendo polen de hinojo. Aquella última vez ambos nos quedamos dormidos uno dentro del otro y desde entonces (sin decirnos nada) nos pasamos el rato tratando de buscar una salida, porque yo echo de menos volar a su encuentro, y ella planear sobre el bosquecillo imaginando mi cara cuando saborease fresquito fresquito el frufrú de sus colibríes.

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