HOY OS HABLO DE MI CALLE

El cielo hoy está salpicado de nubes frías. Los castaños de los que os hablaba antes de ayer ya tienen las hojas marrones. El cartel de SE VENDE sigue ahí, comido por la luz. Cerradas las ventanas, solitaria la calle que sube al cementerio. Porque la calle donde vivo tiene carácter propio. Va a nacer en la Iglesia, justo donde estuvo el primer cementerio. Fue una de las primeras del pueblo, la que conectaba la iglesia, que entonces estaba en un extremo de la población, con el caserío. En el primer tramo de la calle se alzaron las dos casas de Tinoco y la de los Ventura, familia de la que provengo y de la que algún día contaré sabrosas anécdotas. Por la esquina donde vivo pasaba un río subterráneo y caudaloso que a veces, en invierno salía la superficie. Todo el trazado de ese río está lleno de pozos. Decenas de pozos. Al otro lado de la esquina está la casa que fuera de mi abuela María. La de recuerdos que tengo en esa casa donde de niño me crié entre mujeres. Debo a esa casa y al particular harén que en ella se reunía, mi sensibilidad en tantos aspectos femenina. Allí vivieron más tarde mis vecinos Malolo "Curusán" y Remedios. La esquina de mi casa conecta la plaza Alta, donde nací, con la iglesia por la calle Álamo, que asciende a través de una paerilla hasta el Llano, un alto donde antes se asentaron las familias más menesterosas. Siempre recordaré estas calles llenas de orégano a modo de zócalo. Más adelante, siguiendo hacia el cementerio, nace la calle Sola, cuyo lienzo comento tantas veces desde aquí. Un poco antes está el corral del pozo donde mi madre lavaba cuando yo era pequeñito. La calle Sola me trae significados mágicos. Dejándola a un lado, se llega a la plaza de los toros, fundada por Tinoco e inaugurada por el famoso diestro Mazantini. Frente a ella fueron fusiladas cinco personas durante los primeros días de la guerra civil. En los tiempos del franquismo, las cruces que recordaban esos fusilamientos aparecían pintadas cada 14 de abril, pero de inmediato eran borradas por la gente o el ayuntamiento de orden. Dejando atrás la puerta roja de la plaza y las cruces, se alcanza la esquina del Barrio, lugar sagrado para mí, pues ahí conecté por vez primera con mi Flor da Laranja. En La tierra negra quise rendir mi personal homenaje a ese lugar, haciendo que la falsa sepultura de Vito, el carpintero, estuviera allí, tras una puerta de castaño que da a un olivar. Subiendo la empinada cuesta se alcanza la Verónica, donde un Cristo sanguinolento y ciertamente repugnante me miraba de niño en los sueños.
 A poco metros de la Verónica se ahorcó Luis Pablo, un buen amigo, por cuestión de amores y acaso de nostalgia por un mundo perdido. Justo al otro lado, pasando la Joya, se ahorcó El Bueno, un hombre solitario y callado. Como se adivina, en mi pueblo se ha impuesto la horca como método final. El cementerio queda ya a apenas cien metros, tras un tupido paseo de mimosas, castaños y pinos piñoneros. Antes, en la Joya, que queda hundida justo al lado de este paseo, estuvo un particular campo de fútbol, donde solíamos ira a jugar cuando niños; en medio del campo había varios castaños y un nogal, pero daba lo mismo. El cementerio queda al final del paseo. Sus tapias encaladas pueden pueden dar fe de numerosas historias. Se cuenta que en sus cipreses solía esconderse Antonio el de Valdelarco, un conocido bandolero de la comarca, cuando lo perseguían los civiles. En las tapias de ese cementerio fusilaron a muchos hombres en "el 36" (esta fatídica expresión numérica se sigue utilizando mucho en Fuenteheridos)... Como se ve, es una calle conectada con la muerte...



Os dejo con un poema que habla precisamente del río que nace en esta calle.


EL RÍO QUE PASA ANTE MI PUERTA


No me creeréis,
pero, de cuando en cuando,
un río viene a visitarme.
Un río tan pequeño que apenas pesa nada.
Cruza por mi puerta y un poco sorprendido
mira el zócalo, las rejas, el alero.
Ni siquiera sabe que es un río.
Recuerda apenas que otras veces pasó ya por aquí,
bajó esta calle y se perdió, humilde, por el caño.
Eso le basta.

Tiene, como el vencejo, sus días convenidos
y guarda memoria inquebrantable
de un mar que no conoce.

Pero mi río es tan pequeño
que se olvida con frecuencia
de nacer y, ya nacido, se olvida de morir.

Lo he visto correr seco, olvidado de sí mismo,
mas como el pájaro que ignora
que es calandria o golondrina,
pero sabe del Sur y del Estrecho,
mi río se presenta cada invierno
modesto como un dios.

Mirad, no está. Yo soy el río.

 

1 comentarios:

Me encanta venir a tu pueblo de vez en cuando, Manuel. Gracias por traerme. Un abrazo.