SORANO



 


Sorano, Grossetto, La Toscana. No os lo perdáis.
Hoy, no sé cómo, acaso paseando por face, he encontrado este micro mío traducido al italiano. De todas las lenguas extranjeras, acaso la que más ame sea el italiano. La siento tibia, con cierto tacto de placenta. Pero es que, además, el italiano me rcuerda a esa tierra hermosa y tan importante, creo, en mi formación y en mi cuore. Vuelvo a Italia con frecuencia y puede que alguna vez me decida a vivir allí una buena temporada. Italia es también mi casa, al menos La Toscana, esa tierra que conocí gracias a mi amigo, el pintor Eligio Ciampi. Lugares como Sorano, Sovana, Volterra, Pitigliano, Pisa, Certaldo, el Monte Amiata, la zona etrusca de La Toscana, incluída Norchia, ya en el lazio, la siento como mi casa, a pesar de que a algunos de estos lugares no he vuelto más que en un par de ocasiones (Sorano, Sovana, Norchia). El viejo Sorano es, desde que lo conocí, un lugar que no me abandona. No sé si la lectura de Bomarzo, que leí por esas fechas, me predispuso a fijar algo de mí en esa pequeña población, antaño feudo de lso Orsini. Yo quedé fascinado, desde luego, por ese pueblito hecho de piedra. O por los restos etruscos de Sovana. O por Pitigliano, encaramado en la piedra. Volveré a Italia, viviré un tiempo en Italia, ese país meraviglioso, del que sólo lamento su caída en el berlusconismo. Siempre nos esperará Italia, ¿verdad? Por lo pronto os dejo con esta pequeña sorpresa traducida por Stefano Valente, a quien le agradezco la traducción. Un cuento hasta en italiano suena mejor.



persistenza della tigre

Le tigri non mi piacciono. Di notte mi graffiano le spalle, mi perseguitano un poco in ogni sogno e quando mi guardo allo specchio la mattina sento come se, una volta ancora, fossi riuscito a sfuggir loro per un soffio.
PERSISTENCIA DEL TIGRE

 
Los tigres no me gustan. De noche me arañan las espaldas, me van persiguiendo un poco en cada sueño y al mirarme al espejo por la mañana siento como si hubiera escapado de chiripa una vez más.





U HRANY

 

Día tras día me consagré a esa sola esperanza. Fue en vano. Escribí cartas, soborné a los hombres de librea, con los que llegué a mantener espúreas relaciones. Todo fue en vano. Me disfracé de echadora de cartas, envenené a un par de guardias, conspiré y logré entrevistarme con dos edecanes... Sólo con artimañas pude franquear las dos primeras puertas. Una mañana, mientras ascendía nuevamente la empinada cuesta vi mi cara en el reflejo de un charco y caí en la cuenta de que se me había pasado la edad de seducir a los arqueros y que había consagrado mi vida a una causa imposible y estúpida. Descorazonada, volví a la ciudad donde me dí a los placeres de la madurez y a entender la compleja maquinaria que rige el universo. No me arrepiento. El hombre de los planos apareció un día por el mercado preguntando por mí y yo, desde lejos, me lo quedé mirando, sorprendida ante la finura de su ropa y esa esperanza que se le posaba en los hombros como si sobre ellos llevase el mismo ruiseñor con el que tantos años antes yo llegué. No escondí mi rostro cuando se detuvo ante mí ni fingí estar transfigurada por la locura, como otros me sugirieron. Los demás lo embaucaron, mientras se hacían invitar o lo maldecían entre dientes. No yo. Me faltó coraje: cómo espantarle el ruiseñor que aún portaba sobre sus hombros. Yo te creo, dije, seguramente te estarán esperando.

 

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Si he de naufragar...

MANUEL MOYA dijo...

ESSSSSO