MERKADO

Uffff, por los pelos. Nos hemos salvado por los pelos. Estos cabrones de los mayas es que están en todo. Habían previsto con dos mil años de antelación el Año Mariano, interpretando la asfixia por muerte y el cambiazo por cambio. Pero no andaban descaminados. Que se lo pregunten a todos cuantos en los últimos meses ha expulsado el bendito sistema hacia los predios de la marginalidad y la desesperanza. Los mayas siempre fueron gente lista. Lástima que ahora no signifiquen más que una excreciente tribu a la que el mercado se ha empeñado en echar de sus tierras y esquilmar. El mismo mercado que ha expulsado de su templo a tantas criaturas aquí y allá, y cuyo mérito consiste en esquilmar tierras, explotar a los de siempre, especular con los bienes y engañar a los demás.




DON NADIE

 

All
í, tras las latas de cacao

y los botes de café, se alzan dos figuras de porte estrafalario.

Los ni
ños prefieren al del yelmo

y él, sonriente, los sube a su caballo de cartón

y ofrece chucherías. El otro, junto a él,

reparte propaganda de una colección

de novela de aventuras (sortean dos viajes al Mar de los Sargazos).

—Escucha, Jaime —susurra una se
ñora a su marido,

absorto en la etiqueta de un foagrás—,

¿no es ése, el de la lanza, el vecino que debía tres meses de alquiler,

al que quemaron sus libros en el patio?

—Bueno, y qu
é —responde su marido sin dejar de observar la lata de foagrás—,

mejor así, que no por esos bares,

buscando guerra, leyendo libros, haciendo el zángano.

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