SAVIA

Sí, llevo varios días un poco fuera del blog. Perdóname. Lo cierto es que ando con la revisión de un par de capítulos de Jardín, una novela que tengo entre manos. Ahora está lloviendo. El cielo durante todo el día ha sido plomizo pero ahora la lluvia salpica el cristal que tengo sobre la cabeza. Me gusta el tintineo de la lluvia. Me gusta la lluvia. No sé por qué todos relacionamos la lluvia con la infancia. Machado hablaba de una infancia lluviosa. Todos hablamos de una infancia lluviosa, incluso, supongo, los saharauis. Y esto es en general más una sensación que una realidad. Miren, A. Machado hablaba de una infancia lluviosa, lo cual hace pensar que durante su infancia llovía más que en su madurez. Mi abuela nació cuando Machado alcanzaba precisamente esa madurez y siempre le escuché decir que en su infancia llovía mucho más que cuando yo era un crío, pero ocurre que mi padre dice lo mismo e incluso yo me apresto a creer que durante mi niñez llovía bastante más que ahora... pero no es cierto. No es cierto en Machado y no es cierto en mí. Si esto fuera así machado vivió en el diluvio universal o ahora estaríamos pasando por una situación de prolongada sequía y ni una cosa ni la otra. Desde que hay mediciones pluviométricas esto queda en el mero campo de las puras sensaciones. Pero en fin, llueve. Llueve y siento las gotas sobre mi cabeza. Me digo que esta lluvia de hoy regará los árboles que durante estos días se aprestan a liberar su savia y yo me siento bien con esto, con esto y con que tú, amigo mío, estés ahí, te acerques a esta ventana y decidas prestarme un poco de tu tiempo, de tu sabia serenidad.


VUELTA DE TUERCA


 

Supongo que mi abogado le habrá puesto al corriente del por qué lo hemos hecho venir hasta aquí. Verá: antes las cárceles nunca se me resistieron. Si no sobornaba a los guardias, conseguía limar los fierros o evadirme por las cloacas. No fallaba. Pero, hartos de que escapara, han acabado haciendo de mí mi propia cárcel y aunque a veces huyo hacia el bosque, a todas horas siento los barrotes, ese olor a rancho... dentro de mí. A todas horas siento el latigazo, el humillante clac de la llave... Y me sacude entonces el dogal de la desesperación. Pero lo peor no es eso. Escuche: me paso las horas vigilándome, persiguiéndome, haciendo el papelón de ser mi propio carcelero. Y por eso hemos pensado en usted, porque sólo usted sabe cómo hacerme desaparecer.

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