ESTADO?, QUÉ ESTADO?

Nada. Es exactamente eso lo que tiene que pagar por el mantenimiento de su cuenta corriente. Leo esto en El País, justo al lado de la foto de la periodista mexicana Sandra Rodríguez a la que acaban de conceder el premio Daniel Pearl a la valentía periodística por sus trabajos en Ciudad Juárez, donde, según cuenta, han bajado los índices de criminalidad sin un motivo aparente, es decir, sin que el Estado tenga nada que ver en eso. Y ahí está el quid del problema. De los mexicanos, de los chinos, de los alemanes y del nuestro. En realidad, de todos. Hasta hace nada quienes mandaban eran los llamados Estados nacionales. Quienes marcaban el presente y el futuro eran los Estados, que ejercían como árbitros de la situación social, por más que este arbitraje siempre favoreciera, claro está, a ciertas capas de la sociedad. Pero eso es ya puro siglo XIX y, si me apuran XX. Hoy el Estado es un artefacto del pasado, una especie de reliquia decimonónica que algunos utilizan para asistir a cócteles o afirmar cosas tan peregrinas como su afinidad con una lengua o un paisaje. El Estado, tal como lo conocíamos, ha muerto o está a punto de pasar a mejor vida. A partir de ahora tendremos que ir a verlo a los museos nacionales, esos que jamás faltan en ninguna capital que se precie. Pero ahí, en el floklore museístico, queda todo. En cuanto el interés del Estado y de sus ciudadanos colisiona con los intereses del Mercado, el Estado, otrora invencible, se retira del campo de juego con las orejas gachas. Hoy el Estado es un púgil noqueado y sólo se mantiene en pie por las meras apariencias y como agencia del capital. Es lo que hay. Hoy los Estados no son más que oficinas de recaudación, sucursales de las grandes firmas financieras, cantera de policías y poco más. Del viejo Estado lo único que queda son policías dando mamporros, policías notificando multas por mal estacionamiento, policías de hacienda y policías dirigiendo el tráfico de la educación y de la cultura. El Estado como policía y como recolector de basuras. Lo demás, cuate, es cosa del Mercado. Toda la fiebre privatizadora que nos bombardea últimamente responde a esta actual deriva de la historia. Mucho se habla del desmantelamiento del Estado, de la irrelevancia del Estado, de la insolvencia histórica del Estado... y es cierto, nos hemos dejado birlar el Estado. Durante un par de siglos, una vez que dimos en echar a los reyes y a sus secuaces de los palacios reales, vivimos en la esperanza y en la superstición liberal de que el Estado acabaría por comportarse como agente equilibrador, como árbitro, como apaciguador, como garantía de una cierta paz y equilibrio social, pero eso quedó en un sueño, entre otras razones porque los ciudadanos nos convertimos en meros y banales consumidores, en seres hipotecados hasta las cejas, en peleles en manos del dinero, en imbéciles integrales narcotizados por el jijí jajá del consumo, en medrosos trabajadores que llegaban por los pelos a fin de mes y al fin de sus vidas y abandonamos a su suerte todo cuanto pudiera servir de fortaleza social; porque los partidos políticos que debían defender y gestionar la idea de Estado, pronto comenzaron a bailar el karaoke del dinero y de ahí sólo había un paso hacia la corrupción y hacia la deriva egotista, con el cada vez mayor distanciamiento de una ciudadanía que seguía a lo suyo, con su su jijí jajá, y de ahí a la dinamitación del Estado sólo faltaba un paso y unos cuantos iluminados. Y llegaron los iluminados, cómo no. Todo cuanto no había conseguido Hitler con guerras y con crematorios, lo ha conseguido esta basca con las hipotecas y con el miedo. Estamos mucho más cerca del neoesclavismo que del estado del bienestar. Más cerca de Bangladesh que de Suecia. Y no hablo de España o de Grecia, por favor, sino incluso de la misma Alemania o Suecia, porque una vez que se abre la veda, no se van a conformar hasta haber metido a todos los pájaros en la misma jaula. Dicho esto, hoy sólo nos queda el recurso de la resignación o la ruptura. Tenemos que decidir si nos comprometemos con el nuevo desembarco de Normandía o sucumbir ante el imperio.






ESCLAVA

Niña, no dejes que lo hagan. Mira, mírate con esos repulsivos calcetines, con esa ridícula diadema, con esos zapatitos blancos y con ese vestido de organdí. Puaffff. No dejes que lo hagan: cuando el cura te ponga la hostia en la lengua, escúpela. ¡Escúpela! Huye después y no dejes, por lo que más quieras, no dejes que te alcancen. Tienes que saber que esos mismos que hoy te miran con ternura y que te hacen fotos y que no hacen más que suspirar y decirte lo bonita que estás, conspiran contra ti. ¡Huye, niña mía, huye! Piensa que todos esos que hoy te han vestido de princesa, mañana, mañana mismo, harán lo imposible para convertirte en una maldita esclava.

2 comentarios:

Hola, solo para decirte que sigo habitualmente tus entradas, y que la de hoy la he compartido en facebook. Recibe mis aplausos. Javier

MANUEL MOYA dijo...

Muy bien, Ximent. Gracias por ser de los cabales y por exportar el comentario a otros foros. Un abrazo. Aquí seguimos.