Hoy os voy a dejar con dos textos ajenos, pero que casi considero como míos. Al menos son de dos buenos amigos (podríamos decir que de tres). El primero es una nota de lectura de Paco Huelva sobre la novela Medea en los infiernos, de Diego Vaya. Yo pensaba escribir uno de estos días acerca de esta deliciosa y a la vez inquietante novela de Diego Vaya, que he releído con placer. El artículo de Paco me parece que cumple con mis notas de lectura, de modo que os dejo las suyas, que suscribo totalmente.
El mito de Medea podría resumirse como sigue: “Medea y Jasón tienen dos hijos; en un momento dado Jasón repudia a Medea para casarse con Créusa. Medea simula aceptarlo pero consigue ingeniárselas para matarlos a todos.” Sobre este poso el escritor sevillano Diego Vaya ha escrito una novela circular, anclada en la actualidad, que nos lleva al interior de todos nosotros: seres perdidos en la incomprensión de lo que nos circunda y dejados al pairo de los vientos de la memoria -esa mochila imposible de traspasar a otros- y de la imaginación -esa fábrica de fantasías mucho más reales que la realidad misma-. Diego Vaya ha publicado los poemarios Las sombras del agua (2005), Un canto a ras de tierra (2006) y Única herencia (2008); las novelas Inma la estrecha no quiere mi amor (2011), y ésta, su última entrega, Medea en los infiernos (Edic. Punto de Lectura) con la que ha conseguido el XVIII certamen literario Universidad de Sevilla, con un jurado formado por Arturo Pérez-Reverte, Rafael de Cózar, Juan Diego Martín y José Luis Hohenleiter. Como en el mito, Diego Vaya enfrenta la razón (otra entelequia, aunque muchos así no lo entiendan) con el arte, la “etereidad” de lo literario con el “rigor” de lo científico… lo material, con lo prosaico. Impulsada por la música (durante la lectura se me vino a las mientes La consagración de la primavera de Alejo Carpentier) de Shostakovich, Beethoven, Dvorák o Schoenberg, Diego Vaya realiza un poderoso ejercicio narrativo en donde la introspección y la duda, en definitiva… la conciencia de nuestra propia fragilidad -esa que es alimentada por los detentadores de lo oculto- son los pilares de un andamiaje que atrapa al lector hasta el sorpresivo desenlace. El ministro Wert, ese instrumento en manos del enemigo, que está destruyendo nuestro sistema educativo para llevarnos de nuevo al siglo XIX, en donde los seres humanos sólo somos partes de una cadena de montaje, en este caso teutona, debiera de leer esta novela, porque, en el fondo de la misma, late lo que de esencial hay en “el hombre”: virtudes, miserias y miedo. Cuestión esta última que solo se supera con el aprendizaje… con la inversión en conocimiento.
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Involución
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