BICICLETAS

Bueno. Tarda uno en arrancar tras un viaje. Viajar es un poco dejarse la piel por esas calles, por esas luces. Viajar es ir dejando puertas atrás. Hoy, mirando y catalogando las fotos, siento todo lo que he ido dejando atrás por esas calles de Amsterdam, todas llenas de bicicletas -bicicletas, ay-, atadas a los puentes y a las barandas de los canales. Miraba esas bicicletas dormidas, generalmente de color negro, antiguas, sin frenos, tal vez historiadas, hermosas máquinas olvidadas por sus dueños, o robadas por curiosos personajes de paso. Un muerto se va dejando la bicicleta arrostrada en essos canales, símbolo de un pasaje. Estudiantes, caprichosos turistas que fueron dueños por un día de una elegante bicicleta. Bicicletas perdidas en ese laberinto de bicicletas que es Amsterdam. Bicicletas. Chicas montadas en sus bicicletas, decidamente amazonas, resueltamente ellas mismas, consagradas a ese halo vikingo que hace chisporrotear bajo la débil luz holandesa sus fantásticas melenas. Bicicletas pasando a tu lado, atizando el aire, sonando con la lata repujada de los sueños, bicicletas cuyos timbres te advierten levemente de su paso. Bicis que aparecen y desparecen casi por ensalmo sobre el lomo de los puentes, bajo la luz de las farolas, en los miles de recodos donde se cimbrean sus calles. Bicicletas que pasan raudas o que disfrutan de las fachadas, bicicletas que pasan sólo en sueños, que uno sólo puede ver en sueños, bicicletas con lunas, bicicletas llenas de pecas, bicicletas borboteantes de muslos y de vida, decididamente repujantes de vida. Bicicletas con el alma atada a los barrotes de los puentes, o bicicletas con mucha más alma que ciertas personas. Bicicletas que se quedan agazapadas esperando a sus dueños, perros dormidos sobre la nieve. Bicicletas que te transsportan al cielo. Bicicletas hundidas en los canales, haraganeando en el lodo y en la oscuridad. Abandonadas, disueltas, amonestadas bicicletas a las que la autoridad ávida de su extravío, va poniendo cartelitos admonitorios y terminantes. Bicicletas ávidas de salir de Holanda y cruzar los Pirineos o los Andes en busca de fortuna. Bicicletas como gatos metálicos que cruzan a tu lado como si no cruzaran. Bicicletas abandonadas a la sombra de los castaños mientras sus dueños hacen el amor sobre la hierba pálida. Mientras beben vino sobre la hierba. Mientras chocan sus copas sobre la hierba. Mientras saborean las lonchas de jamón, ahítos ya del compás de las mareas. Bicicletas de Ida y vuelta. Bicicletas que buscan unos pies y unas manos para ponerse en marcha. Bicicletas pedaleando hacia los parques y siempre hacia el amanecer. A qué esperas: vete ahora mismo a por esa bicicleta con la que sueñas. Ni te lo pienses. A por esa bicicleta. No lo es todo, de acuerdo, pero es una bicicleta.

Ahora, cómo no, un texto sobre bicicletas de Cortázar. Quién sino él habría reparado en el alma flexible, andarina, ubicua, cautiva e incomprendida de la bicicleta. Buscad el relato en sus Cronopios.

Vietato introdurre biciclette 

Julio Cortázar

En los bancos y casas de comercio de este mundo a nadie le importa un pito que alguien entre con un repollo bajo el brazo, o con un tucán, o soltando de la boca como un piolincito las canciones que me enseñó mi madre, o llevando de la mano un chimpancé con tricota a rayas. Pero apenas una persona entra con una bicicleta se produce un revuelo excesivo, y el vehículo es expulsado con violencia a la calle mientras su propietario recibe admoniciones vehementes de los empleados de la casa. Para una bicicleta, entre dócil y de conducta modesta, constituye una humillación y una befa la presencia de carteles que la detienen altaneros delante de las bellas puertas de cristal de la ciudad. Se sabe que las bicicletas han tratado por todos los medios de remediar su triste condición social. Pero en  absolutamente todos los países de esta tierra está prohibido entrar con bicicletas. Algunos agregan: (y perros), lo cual duplica en las bicicletas y en los canes su complejo de inferioridad. Un gato, una liebre, una tortuga, pueden en principio entrar en Bunge & Born o en los estudios de abogados de la calle San Martín sin ocasionar más que sorpresa, gran encanto entre telefonistas ansiosas o, a lo sumo, una orden al portero para que arroje a los susodichos animales a la calle. Esto último puede suceder, pero no es humillante, primero porque sólo constituye una posibilidad entre muchas, y luego porque nace como efecto de una causa y no de una fría maquinación preestablecida, horrendamente impresa en chapas de bronce o de esmalte, tablas de la ley inexorables que aplastan la sencilla espontaneidad de las bicicletas, seres inocentes. De todas maneras, ¡Cuidado, gerentes! También las rosas son  ingenuas y dulces, pero quizá sepáis que en una guerra de dos rosas murieron príncipes que eran  como rayos negros, cegados por pétalos de sangre. No ocurra que las bicicletas amanezcan un día cubiertas de espinas, que las astas de sus manubrios crezcan y embistan, que acorazadas de furor arremetan en legión contra los cristales de las compañías de seguros y que el día luctuoso se cierre con baja general de acciones, con luto en veinticuatro horas, con duelos despedidos por tarjeta.

2 comentarios:

Ignacio dijo...

Yo también me voy de viaje. Del estuario del Tajo al delta del Ebro. Ya quisiera ir yo en barcazas cruzando la península, esclusa tras esclusa hasta remontar toda Castilla, llegar a Toledo y luego bajar de nuevo hacia la costa valenciana, como llegó a idear el genial y bueno de Turriano, en aquellos añorados tiempos de la unión ibérica. Tiempos también, todo hay que decirlo, de los no tan queridos Felipes.
Ya quisiera ir también, sin prisa alguna, en la calma perezosa del wagon-lit, antes de que desaparezca del todo nuestro querido Lusitânia Express. Pero no se puede tener todo en esta vida. Los siniestros e innecesarios agobios de nuestro tiempo nos impiden que perdamos el tiempo como deberíamos. Nos empujan a malgastarlo de mala manera en toda clase de fruslerías y actividades prescindibles, cuando deberíamos perderlo, como muy bien dice don Manuel, soñando con la libertad que añora la bicicleta encadenada, prisionera en esa cárcel que es el pretil de un breve puente en Ámsterdam.
Ahora mismo me quedaría yo aquí un buen rato divagando, por ejemplo, sobre la posibilidad extraordinaria de hacer el viaje que me espera, pedaleando sin prisas, siempre adelante por los deliciosos y desiertos caminos que cruzan los paisajes de toda Iberia, o mejor aún, reflexionando sobre la envidia que corroe a los ríos del mundo, cuando comparan lo que creen suerte de unos y desgracia de otros, la de los que sufren el desgaste eterno de los océanos y la de los que se dejan el alma grano a grano, adentrándose sin fin en los mares tranquilos.
Pero no puede ser. Las prisas me empujan a las tareas insulsas del día. Ojalá Manuel que podamos seguir leyéndote a la vuelta de las vacaciones. Un fuerte abrazo.

Querido Manuel:
Al leer como has descrito las bicicletas, has conseguido que tenga un sentimiento igual a cuando se ve una película donde los animales hablan y sienten expresando sus sentimientos. Has conseguido que, (aunque yo no monte en bici),vea la bici de otra manera, mas libre, mas en contacto con la naturaleza, como cuando vas en moto. Ese sentir el aire golpeándote en la cara, ver como tu camiseta, o tu blusa ondea libre. En definitiva......SENTIRRRRRRRRR!!!!!!!!!