Me recuerdan a esas tristes sociedades de colonos que se apostaban en las capitales africanas, ajenas a la población y que sólo respondían ante los intereses lejanos de la metrópolis y sus sociedades mercantiles y parasitarias. Normalmente se agrupaban en barrios exclusivos y blindados donde los espejismos de la realidad apenas se filtraban por las mosquiteras. Pasaban sus días nadando en sus piscinas, jugando malamente a tenis, bebiendo whisky tras whisky, mientras pergeñaban triquiñuelas y negocietes que casi nunca respetaban la legalidad y que una vez sí y otra también contravenían los intereses de la población autóctona, a quienes consideraban de una raza inferior y prescindible. Ellos, desde luego, estaban a otra cosa. No habían salido de sus casas para hacer de buenos samaritanos. Cuando se alejaban de sus búnkers lo hacían rodeados de un fuerte dispositivo de seguridad y sólo pisaban el suelo si previamente un nativo les indicaba dónde debían colocar los pies. Cuando, con los años 60 y 70 las "razas inferiores" obtuvieron la independencia y los echaron a patadas, no les quedó otra que reintegrarse a los trabajos malpagados y burocráticos de sus metrópolis, comidos por la nostalgia no de un tiempo, sino de unos derechos que no volverían. Olvidaron el tenis y apendieron a contar el dinero, pero siguieron con sus ínfulas de superioridad y parloteaban de las colonias con los mismos aires que un terrateniente lo haría de un feudo que le perteneciera por luz divina. Jamás hicieron acto de penitencia: en la ruleta de la fortuna a ellos les había tocado el papel de señores y no pensaban bajarse del burro. La gente, claro, les dio de lado y sus ínfulas acabaron en un espeso resentimiento contra su propia sociedad, que no atinaba a comprender las excelencias de su papel colonizador y el esfuerzo -sic- que debieron soportar mientras sus compatriotas, ésos que ahora le daban de lado, vivieron relajadamente en sus ciudades, ajenos al odio y al desafecto de las poblaciones colonizadas, mientras ellos jugaban pésimamente al tenis y a los terratenientes.
En algo parecido a esos odiosos colonos se han convertido nuestros políticos. Hoy, nosotros somos los pobres diablos colonizados, mientras ellos sirven a intereses lejanos, abstractos, ubicuos. ¿Hasta cuándo?
MY GENERATION
Yo fui de esa generación que alucinó con El retorno del Jedi, que
se follaba a Leyla frente a los muros del arsenal, que no le fue difícil encontrar un trabajo de reponedor en un hipermercado y meterse en una hipoteca. De esa generación, sí señor. Entonces merecía la pena vivir, ya lo creo. Pero las cosas se tuercen, qué se le va a hacer. Leyla se murió de sida, y yo la quise o eso creí, El retorno del Jedi, vista hoy, es una mierda, un día de éstos me iban a echar de mi casa porque ya no hay sitio para gente como yo. Así que ya me dirán si hice bien o mal tomándome esos tres botes. Hace un rato que se turnan para ver si me encuentran el pulso, mientras yo, se lo juro, estoy a punto de entrar en la órbita de Endor, dispuesto, ahora sí, a vérmelas a solas con La estrella de la Muerte.
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