DINERO Y POLÍTICA

Dinero y política son dos ingredientes de difícil encaje gastronómico. Históricamente los liberales decidieron desconfiar de la política; los materialistas del dinero. Y es que juntos no sólo apestan, sino que son capaces de cargarse el mejor plato. Idealmente, el dinero busca el beneficio privado, la política el beneficio público, de forma que "idealmente" es imposible que entre ambos haya coincidencia. Pero el que no haya coincidencia "ideal" no quiere decir que no haya otro tipo de convivencias y demás, aunque estas convivencias sean, por lo general, perversas. El actual desprecio de la política por parte de los ciudadanos viene determinado precisamente por la rendición de la política a favor del dinero. Los políticos ya no representan a los ciudadanos sino a una serie de intereses económicos de una cada vez más minúscula y egotista minoría, en detrimento del interés público, que era, como se ha dicho, el campo de juego de la política, cuando esa palabra tenía aún algún sentido. El Estado, que debiera hacer de árbitro o de cortafuegos entre la ciudadanía y los poderes económicos, poniendo freno y leyes a las pretensiones abusivas de estos últimos, hoy se ha puesto definitiva, descaradamente de parte de los poderes económicos. Y eso, claro, supone el fin de la política. O al menos de la política como se entiende históricamente. Hasta hace treinta años, los ciudadanos podían derrocar a un dictador o mandar al paro mediante las urnas a un presidente. Las cosas cambiaban luego lo que cambiaban, pero en teoría era posible el cambio, y con el cambio la regeneración del cuerpo enfermo, y con la regeneración, la esperanza. El dictador tenía nombre y apellidos, un domicilio, un careto, un coche blindado, un teléfono, un hijo estudiando en Yale y, cómo no, la posibilidad cierta de ser expedido por las bravas a las Azores o a Niza. Las reglas entonces estaban claras y el dictador antes de acostarse miraba por precaución debajo de la almohada y luego, ya tendido sobre el lecho, la horca que pendía sobre su cabeza. Hoy ya no se ven dictadores barrigudos y escleróticos dándose golpes de pecho o subidos en un balcón arengando a las masas. Ahora, a sus sucesores legítimos, les basta con un móvil y una tarjeta de crédito. Porque los dictadores de antaño se han remozado y visten ahora ropa de diseño, tienen aviones privados y quintas en los lugares más paradisíacos y aparecen en las listas de los más glamourosos o los más ricos. Los recientes sucesos en el barrio de Gamonal en Burgos, ponen de manifiesto las nuevas modas y estrategias del poder económico para hacer bailar a su son a los políticos de turno. Está dicho: la política y el dinero casan mal y cuando casan, ya sabemos quién acaba pagando las bodas. Y lo peor de todo es que no hemos dado todavía con esa "horca" que baile y baile y baile sobre sus cabezas.

1 comentarios:

Sofía Serra dijo...

Estoy de acuerdo. Pero añadiría a "alguien" más que se ha dejado tentar por el poder del dinero, y olvidando su verdadero valor en la política. Esta, para mí, es la raíz del problema de nuestros días. Se vive muy cómodamente sin compromiso (quien pueda vivir así, claro).