EL JEFE

Leo en los periódicos que nuestro jefe se esconde tras una cortina armada y mediática, abrumado por el peso de su desidia, que cada vez le cuesta más acercarse a las murallas del castillo y dirigirse a quienes considera sus desagradecidos vasallos. Al parecer, sus verdades ya no interesan más que a sus cortesanos y eso le mina la moral. Se escucha por las esquinas que su  propaganda hiere los oídos y crispa las conciencias. Ha envejecido quinientos años. Leo que nuestro jefe, venciendo su propensión al ensimismamiento, preso de no se sabe qué intereses o compromisos, decide presentarse ante sus súbditos a declamar sin fortuna, triste, sus pírricos triunfos, sus parcas opiniones, su nulo sentido de Estado, su mera incapacidad para instalarse en la realidad, para gobernar esa realidad, para combatirla. Leo que con unos cuantos y dispersos datos, cree, iluso, enmascarar el dolor y la sinrazón en la que viven millones de súbditos exilados de ese castillo de fantasías donde se recluye y donde cientos de bufones mediáticos se acercan cada mañana a distraerlo con sus saltos amañados, sus dulces carantoñas y con las rememoranzas de un tiempo que pasó hace tanto que ya casi todos olvidaron. Leo que enrocado tras los muros de su castillo, sólo escucha, ay, a la sarta de aduladores y a los buitres que viven de los despojos que generan sus decisiones. Unos le hablan de brotes verdes y otros dicen haber visto luz al final de un túnel y él, crédulo, desesperado, vendedor de humo al fin, acaba por creerlos y es cuando decide salir a las troneras del castillo para ofrecer la buena nueva a sus incondicionales, pero abajo, tras los muros del castillo ya casi no quedan condicionales, sino una barahúnda de hombres y mujeres que ignoran los brotes y las luces que salen de su boca, ocupados como están de rebuscar entre la basura o alejarse definitivamente del castillo, donde una vida digna es posible. Leo todo eso y siento una rabia infinita por el jefe y por su incapacidad para afrontar la realidad, por el jefe y por su indolencia, por el jefe y por la parva de pésimos bufones con que se rodea, por el jefe y por sus insaciables buitres que revolotean pro el castillo en busca de carroña, pero más que rabia, siento una profunda tristeza por los que habrán de sufrir sus decisiones estúpidas, su retorno a la oscuridad.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me pregunto por Manuel, por lo que hoy puede ver y apreciar desde su Ventana al Mediodía. Imagino al escritor. Pero, ¿cómo acertar? Aparecen algunas fotos de Manuel y de Fuenteheridos. La fantasía, desplegada y cuentista, empieza la incipiente trama con "sus interiores" expuestos a la débil luz de mi interpretación. Veo que existe el misterio, "eso" que a nadie pertenece y que palpita, libre, para que todos podamos crear y creer en la invención ¿Qué es si no nuestras vidas? Gran demiurgia que debiera redimirnos.
Fuenteheridos cubierto de escarcha, envuelto en niebla al amanecer, fantasmal desafío para el cuento que así mismo es relatado. Y Manuel... cuya mera presencia ya es literatura en estado puro. Visionario y perspicaz. Sensible y comprometido. "Jondo" como la tierra misma.
Sólo unas fotos... y fue recorrer de pronto "el otro lado" (sin Cortázar o con él) a tientas desde "el lado de acá."
Por el camino amarillo, como una interminable cicatriz junto al costado de esta casa en mitad del campo, baja a paso rítmico Picasso (el caballo blanco de Castella); en el silencio de este mediodía el sonido natural de los cascos repiquetea como ancestral música.
Otra historia.

Concha Gil

Nacho dijo...

Querido Manuel: ¡qué calladito estás últimamente! Todos tus lectores te añoramos y esperamos impacientes que pronto regresen estas páginas que cada mañana nos alegran la dura jornada. Un fuerte abrazo desde esta revolución siempre atrasada que es Lisboa.

MANUEL MOYA dijo...

Concha, Nacho, como veis me ausento con frecuencia. Estoy, como acaso sospecháis, en otras cosas, con otras causas, sino sobreviviendo (sobrellevando) a mis contradicciones y a mis diversos humores. No ayuda el tiempo,el frío,la humedad,todo eso, pero sabed que sigo atado a la columna, encima de la columna, estilita al fin, como él célebre Simón y siempre podéis hacer un graffiti en mi ausencia. Yo os lo agradezco.