CONTRA PANERO

Para el imaginario poético nacional Leopoldo María Panero siempre basculó entre la admiración incondicional y el payaso de las bofetadas. Un tipo incómodo, alguien propenso a las anécdotas más escabrosas y absurdas. Un personaje inclasificable que es lo mejor y lo peor que pude ser un poeta. Alguien a quienes (ahora lo veo con claridad) todos odiábamos sin saberlo. Él era lo que ninguno de nosotros queríamos ser, pero a la vez lo que todos nosotros anhelábamos ser. Cómo llevar esto. Mal, jodidamente mal, supongo. Los coleccionistas de fotos se retrataban con él y algunos hasta soñaron -y consiguieron- escribir libros al alimón con él. Muchos lo llevaron de la mano como se lleva a un perro camino de la inyección letal. Donde otros entraron de puntillas él entró hasta la médula y bailó constantemente entre brasas. Yo lo admiré pero no llegué a conocerlo personalmente. Coincidimos en el penúltimo Cosmopoética cordobetano. Antonio Rivero ha contado en estos días su breve estancia en el evento. Compartimos aquellos días Antonio y yo y suscribo lo que dice. A mí, qué quieren que les diga, me dio pena ver a Leopoldo María. No traté de hablar con él. Rehuí las fotos. Sentí por él una pena infinita. La locura me produce un vértigo invencible. Mi familia paterna está llena de locos. Mi abuela caminaba sobre la locura de los suyos como sobre un camino de cardos borriqueros. Cien años de Soledad yo se lo escuché primero a mi abuela antes de leerlo a GGM. Creo que toda mi vida ha sido una lucha contra la locura. Y sigo en ella. Nadie se alarme.
Acabo de leer una esquela ignominiosa sobre Panero de Sánchez Dragó, un tipo que no sabe envejecer y que debió haberse suicidado hace bastante tiempo, para así ahorrarnos su patética figura. No se merecen las letras españolas a alguien tan deplorable y marrullero como este Dragó. Tan falaz, por otra parte. Lo digo como lo siento. También la vejez ha de merecerse. En fin, no sé por qué casi todos los esquelistas de último momento que se han ocupado de Panero hablan de la irregularidad de su obra. Muchos de ellos son poetas. Muchos de ellos no llegan en su fecunda regularidad ni al calcañar de los versos más irregulares de Leopoldo. No escuché hablar últimamente de la irregularidad de los fallecidos Gelman, del mexicano J.E. Pacheco, de Fernando Ortíz, de Ana María Moix, de Félix Grande. Todos ellos eran poetas irregulares, por la sencilla razón de que no se puede ser poeta regular. Quizás porque un poeta regular no sea más que un poeta boquerón, pre-cocinado, un poeta de oficio, de mediocridad asegurada, un poeta-funcionario de sí mismo, un poeta que trabaja con red y con cajas enteras de pistolines. ¿Y a quién coño le interesa un poeta que trabaje con red y masque pistolines? Las perfectas caligrafías suelen esconder un mundo turbio que no se atreve a salir al blanco. Y la poesía si quiere ser algo, ha de ser atrevida y doler en quien la escribe. Se habla y mucho de la irregularidad de Panero, y créanme que no sé qué es lo que se quiere decir con ello. Me pregunto si esos panegiristas de la regularidad habrán leído con honestidad a Juan Ramón. ¿Acaso no es irregular, tremenda, rabiosamente irregular? ¿No era irregular Ángel González, el propio Gelman? ¿No lo fue Pessoa, Eliot, Ginsberg, Neruda, Alberti o Rilke? ¿Conocen ustedes a algún poeta verdadero que no lo sea? ¿Acaso no os disuena algún versecillo de Cántico Espiritual, el retablo mayor de nuestra lírica? ¿Qué me dicen de Lorca, nuestro gran poeta: no os parece que alguna vez se le va la olla? Ahora resulta que Panero es sobre todas las cosas irregular y patético. Un loco y un irregular. Un tipo absorto en su locura y en su máscara de loco oficial, pero, qué jodida casualidad, al que todos hacían la ola mientras por lo bajini repudiaban su locura y su malditismo. Y sí, todo eso era Panero, más allá de un poeta con mayúsculas que ha de enterrarnos a todos, porque él desde su caligrafía desbarajustada y ciclotímica, desde su linterna vibrátil y cascada ha llegado cien veces más lejos de lo que todos nosotros llegaremos con nuestros proyectores de luz comprados en el Corte-inglés en cómodos plazos. Pues sí, es irregular, pero y qué. ¿Alguien ha conseguido ser sublime sin interrupción?

Un poeta maldito no es solo quien se abraza a la locura como la única de las balsas posibles, no es quien va por las orillas escupiendo sobre los peces de colores, quien se enfrenta al sentido común y a la dirección natural de la cosas, no, un poeta maldito, por fin lo comprendo, es quien no consigue hacerse entender por la gente de orden, un puto irregular, ese que señala con su dedo tembloroso nuestra meridiana mediocridad.



2 comentarios:

Anónimo dijo...

Manuel, permíteme que a través de tu perfecta "irregularidad" textual también yo rinda homenaje al "loco", a ese que nadie vio interiormente sin veladuras y el que, sin embargo, a todos traspasó con la lucidez de su vértigo. No se puede ser más fiel, auténtico y meridianamente honrado con el propio bagaje como lo fue Leopoldo María Panero, como así lo seguirá siendo. Y sí, es la irregularidad (ese magma en ebullición) en la obra de cualquiera que se tenga como grande, el arma abolicionista de acotaciones y seguridades absurdas que asfixian el surgir, el mismo hacer creativo. Toda obra artística y humana es irregular e inacabada en su constante y perfecto devenir. Movimiento, maleabilidad, espiral al infinito... Inteligible o no, es el impulso que logra la "apreciación momentánea" de lo aparecido.
Dices: "Las perfectas caligrafías suelen esconder un mundo turbio que no se atreve a salir al blanco." Así es. Es "eso", lo escondido, el latido
informe de lo invisible lo que hace posible la secuencia, sólo la secuencia de lo "visible."
Gracias, Manuel.

Saludos

Concha Gil

MANUEL MOYA dijo...

Querida Concha, cuánto tiempo. Y sí, estoy de acuerdo contigo. La verdad es que estaba muy sorprendido por el tono de muchas de las esquelas que sobre Panero había ido leyendo. A veces escritas por poetas por los que no siento demasiado respeto, porque sólo son chicos/as repeinaditos, buenos alumnos, incapaces de sacar los pies del tiesto. Y en poesía hay que sacar los pies del tiesto, porque es justamente fuera del tiesto donde hace frío y se está a oscuras. Ese vivir fuera del tiesto tiene un precio, ya lo estamos viendo. Salve a Panero.