CURIOSIDAD ANTROPOLÓGICA
En Babilonia, en Asiria, en Teotihuacán, en Etruria, en China, en Egipto... dieron honras funerarias y enterraron a sus muertos como lo avalan sus restos arqueológicos y paleontológicos. Esta misma costumbre que se registra incluso entre los nearthentales y es notoria en los pueblos incaicos y mezoamericanos, por no referirnos a las civilizaciones africanas y australianas, se ha extendido hasta nuestros días, desde los pueblos más civilizados hasta las más de mil tribus de Guinea Papua y del Amazonas, donde aún se siguen pautas de vida anteriores a la edad del Hierro. En este contexto donde la culturización de la muerte parece un patrimonio común en el hombre, existe una caprichosa excepción: una curiosa tribu de la península Ibérica considera que a los vencidos de una pasada guerra civil no han de serle ofrecidas honras fúnebres.
En Babilonia, en Asiria, en Teotihuacán, en Etruria, en China, en Egipto... dieron honras funerarias y enterraron a sus muertos como lo avalan sus restos arqueológicos y paleontológicos. Esta misma costumbre que se registra incluso entre los nearthentales y es notoria en los pueblos incaicos y mezoamericanos, por no referirnos a las civilizaciones africanas y australianas, se ha extendido hasta nuestros días, desde los pueblos más civilizados hasta las más de mil tribus de Guinea Papua y del Amazonas, donde aún se siguen pautas de vida anteriores a la edad del Hierro. En este contexto donde la culturización de la muerte parece un patrimonio común en el hombre, existe una caprichosa excepción: una curiosa tribu de la península Ibérica considera que a los vencidos de una pasada guerra civil no han de serle ofrecidas honras fúnebres.
DE REY
ABAJO...
Aquella
luminosa mañana, el rey, visiblemente ofuscado, mandó llamar a su
primer ministro y, reprendiéndole, le hizo saber que se diera por
decapitado de no encontrar a un culpable de la pésima salud del
reino, que ni siquiera le permitía ir a cazar elefantes con sus
cortesanos. El primer ministro, muy preocupado, abandonó la sala de
palacio e hizo acudir de inmediato a su inferior jerárquico (su
secretario) haciéndole saber que se diera por decapitado de no
encontrar un culpable a la pésima salud del reino, que amenazaba con
llevárselo por delante. El secretario salió francamente de la
entrevista francamente preocupado por su futuro, así que decidió
llamar al subsecretario para ponerlo al corriente de los peligros que
le estaban reservados a su cuello de no encontrar un culpable a la
pésima salud del reino, etcétera. El subsecretario, temiendo que
ahí acababa su carrera, hizo llamar a su inmediato inferior
jerárquico, al que hizo culpable de la mala salud del Reino y así,
de entrevista en entrevista, descendiendo por la cadena de mando,
transcurrieron los siguientes días hasta que se llegó a un punto
donde ya no era posible descender más sin declarar a un responsable
de la mala salud del reino. Y tras muchas idas y venidas, tras muchas
reverencias, consultas, carrasperas y discursos, dieron en hallar
culpable de la cada vez más pésima salud del reino al populacho que
no hacía lo suficiente por la buena salud del Reino y para colmo, en
el colmo de su irresponsabilidad, andaba un tanto levantisco. Y así,
para lección imperecedera de la Historia, se decidió la
decapitación de todos los súbditos, comenzando por los mendigos y
ascendiendo gradualmente en el escalafón jerárquico hasta llegar a
los cortesanos, que como adujeran que sin ellos las consultas, las
reverencias, las carrasperas y los discursos pasarían a mejor vida,
lograron salvarse de la escabechina.
1 comentarios:
Enhorabuena por este magnífico relato, por otra parte, de rabiosa actualidad.
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