BERGAMÍN, EN EL REINO DE LAS MUSARAÑAS


  BERGAMÍN EN EL REINO DE LAS MUSARAÑAS




Bergamín en La Peña de Arias Montano, con Román.
Me acaba de llegar de la mano de Miguel Ángel Arcas, editor de Cuadernos del vigía, esta deliciosa selección de aforismos bergamascos, titulada El duende mal pensante, editados por Gonzalo Penalva, autor de varios encomiables libros sobre Bergamín, como aquella biografía titulada Tras las huellas de un fantasma. (Turner 1985) o el posterior El pensamiento de un esqueleto, que recoge gran parte de sus casi siempre polémicos y tensos artículos.

José Bergamín (1895-1983) es unos de los autores más necesarios y sorprendentemente menos conocidos de todo nuestro siglo XX. Su apuesta final por las tesis abertzales le granjeó y le sigue granjeando el interesado olvido de la intelectualidad patria, que suele calificarlo como un sospechoso, cuando no como un radical. Como ocurriera con Blanco White, necesitaremos de al menos un siglo para enfrentarnos a su obra sin los prejuicios políticos de ahora. Será entonces cuando nos acerquemos a su obra con curiosidad y posiblemente con veneración. En todo caso, su apuesta por la “solución vasca” habría que interpretarla no tanto como la ruptura personal o ideológica con España, pues España es en Bergamín un concepto nuclear heredado principalmente de Unamuno, sino como un posicionamiento pro-republicano y anti-monárquico, puesto que para él no era concebible que tras la muerte del tirano, se restableciese una monarquía que había perdido todos sus derechos sobre el pueblo español y que era el origen de todos sus problemas. Sin embargo este evidente interés por el olvido de su obra, es quebrado una y otra vez por los entusiastas de un autor poliédrico, sorprendente y principalmente musarañero, cuya obra es mucho más conocida y respetada fuera de España que en esta España que él tanto sufriera y a cuyas desdichas y contradicciones dedicó tantas páginas y fatigas.
Bergamín es, de nuestros clásicos, quien mejor se ha manejado en las distancias cortas. Sus lecturas adolescentes de Novalis, Nietzshe, Unamuno, Gracián y Gómez de la Serna, así como su tempranísima relación con el flamenco -de la mano de una de las criadas malagueñas de su casa-, predispone a Bergamín hacia el aforismo y hacia la frase audaz y deslumbrante que se gira sobre sí misma para conseguir una visión novedosa, punzante y lírica de la realidad. A pesar de que se batió en distintos terrenos, como el ensayo, el periodismo o la poesía, subsiste en Bergamín ese aliento corto y agudo, capaz de torsionar y volver del revés el concepto, tan propio del aforismo. Sus largos ensayos sobre política, literatura, religión o metafísica, e incluso gran parte de su lírica final son en realidad deslumbrantes visiones basadas en el clima y en el climax aforístico. El recordado Nigel Dennis entiende que el aforismo constituye para Bergamín el género fuente, aquel sobre el que se asienta y brota todo el universo bergamasco. No puedo estar más de acuerdo con el crítico canadiense: en mi prólogo a Esperando la mano de nieve (Ed. Huebra, 2006), un libro de poesía no muy lejano al género aforístico, abordo precisamente ese tema. Tal era su dominio sobre la distancia corta, que el propio Buñuel, mucho más sobrio que el madrileño, lo contrató para que acertase con el títulos de más de una de sus películas (véase si no El discreto encanto de la burguesía o El ángel exterminador). 
 
El bautismo editorial de Bergamín es precisamente un libro de aforismos, publicado por el entonces amigo Juan Ramón en la colección Índice, titulado El cohete y la estrella, que fue saludado con asombro por los contemporáneos. En él ya se entrevé todo ese intrincado mundo personal bergamasco  y esa especial tensión establecida entre lengua y concepto, entre pensamiento y compromiso, entre pasión y consciencia, elementos que giran sobre sí mismos, contorsionándose, hasta crear inesperadas fricciones, caudales sinérgicos que se constituirán en elementos indisociables de su pensamiento y su escritura. Tras el rutilante El cohete y la estrella, firma los libros de aforismos El arte de birlibirloque (1930), que constituye una primera y apasionante aproximación al arte taurino en la dualidad Belmonte y Joselito: con posterioridad aparece La cabeza a pájaros (1934) un conjunto de los aforismos que ya habían aparecido por las revistas de la época; las tres obras mencionadas figuran entre las más apreciadas y reeditadas de las suyas, convirtiéndolo en un maestro ineludible del género corto. A partir de esos libros, Bergamín se convertirá en un adalid del género y lo cultivará hasta su muerte. Libros últimos como La música callada del toreo, dedicado al diestro De Paula y escrito en Fuenteheridos, está fundamentado sobre al aforismo. 

El aforismo, que descansa tanto sobre la paradoja del concepto como sobre el misterioso equilibrio de su forma, será para la personalidad chispeante y barroca de Bergamín (la agilidad alerta del pensamiento, que escribiera de él Juan Ramón) su manera de enganchar con una tradición que cuenta entre sus adalides con Pascal, Novalis y Nietzsche, maestros nunca discutidos del madrileño y que él, como a todas sus otras influencias, someterá a la tensión y a la contorsión de su propio pensamiento. La escritura bergaminiana se radicará primeramente en el aforismo, por más que, como ya hemos advertido, con el discurrir del tiempo se nos presente en forma de ensayo o poesía. A diferencia del aserto filosófico, que suele instalarse en una verdad no cuestionada, el aforismo tiende a posicionarse en la incertidumbre, creando un clímax paradojal, una salida por donde siempre acaba escapando el lenguaje o el pensamiento, lo que lo coloca en los umbrales mismos de la poesía. El aforismo es falible en la medida que no está encastillado en la verdad, sino en la apariencia de verdad, es decir, en la frontera entre lenguaje y pensamiento, y es en esta frontera donde la desbordante agudeza de ingenio, la lucidez encabritada y, en cierto modo, desesperada de Bergamín hallan su personalísima forma de expresión. Como se lee en el interesante prólogo de Gonzalo Penalva, citando a Werner Helmich, el aforismo español del primer tercio del siglo XX se mueve entre dos tensiones: la imaginativa y la metafísica, sin olvidar la moralista, claro. Según esta visión, en la tensión imaginativa estaría De la Serna y en la metafísica Bergamín o Unamuno. Sin embargo aceptando que Bergamín tienda hacia una visión conceptualista del aforismo, a veces se inclina por un aforismo que no elude en absoluto lo imaginativo y lo lírico, lo que lo sitúa en posiciones cercanas a la de su maestro Ramón Gómez de la Serna. Unamuno y De la Serna son acaso los pilares donde se asienta el personalísimo universo bergamasco. Entre ambos polos se mueve el ingenio bergamasco, que por si fuera poco siempre anda buscando ese tercer pilar que es el claroscuro barroco.
El universo bergamasco tiene, con todo, dos caras bien distintas: la anterior al golpe de estado del 36, donde refiriéndonos al género aforístico, predomina el de cariz filosófico y luminoso, y la posterior a ese momento, que no excluye el político y religioso. De hecho, la guerra civil va a suponer no sólo en Bergamín, sino en al menos dos generaciones de españoles, una grieta insuperable, sobre cuyas sombras van a oscilar gran parte de sus vidas y sus obras. La distinción entre ambas caras es de vital importancia en el luchador que fue Bergamín. En todo caso, Penalva ha dividido la presente colección de aforismos en 4 etapas biográficas distintas. En la primera recoge sus primeros aforismos, desde 1923 a 1936, en la segunda parte recoge los aforismos del peregrinaje americano (1939-1958), en la tercera se centra en la obra nacida tras el primer regreso de Bergamín a España (1959-1981) y en la cuarta y última la obra nacida del autoexilio, primero a Fuenteheridos y luego a País Vasco (1981-1983).
No estamos, pues, ante un libro más de Bergamín. En El duende mal pensante recorremos toda su accidentada biografía a través de textos de una gracia y de una contundencia que a los nuevos lectores de Bergamín, estoy seguro que le van a sorprender. Podría decirse que aquí, entre estas páginas late el espíritu liebre bergamasco. Un libro, pues, que los seguidores del genio madrileño no debemos perdernos, pero que también puede servir de ventana de entrada a esos nuevos lectores que por primera vez se enfrentan a su mirada lúcida y chispeante.

Algunos ejemplos de aforismo bergamasco:


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El cortocircuito Rimbaud fundió toda la literatura francesa.


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Unamuno para pensar, se sale fuera de sí; Ortega y Gasset para no pensar se mete dentro


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La frivolidad es una virtud cuando no va acompañada de pedantería.

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Si eres variable en la variación hallarás tu permanencia.

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La constancia de la veleta es cambiar

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Lo que pasa no es el río,
lo que pasa es su corriente
por el pensamiento mío. 


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¿Por qué no morir solo, como un perro, cuando sólo como un perro se ha vivido?


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Seré comunista hasta la muerte, pero ni un paso más.


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El toreo no consiste en engañar al toro, sino en desengañarlo.

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Un fantasma en el espejo
y una sombra en la pared
me dicen que al fin y al cabo
somos lo mismo los tres.


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En el bosque ele ruiseñor
no es que canta más fuerte,
es el que canta mejor.





1 comentarios:

Hola, he llegado hasta tu blog buscando para mi tesis la referencia para este aforismo de Bergamín: "Un fantasma en el espejo y una sombra en la pared me dicen que al fin y al cabo somos lo mismo los tres".

Gracias a esta entrada he descubierto el libro en el que está recogido (que no está disponible en las bibliotecas a mi alcance). Sé que es mucho pedir, pero, ¿serías tan amable de localizarme la página en la que está publicado? En cualquier caso, muchas gracias.