La sexta parada nos conduce a la estación Julio Cortázar. Los reyes, Las armas secretas, Rayuela, La vuelta al día en ochenta mundos, Historia de cronopios y de famas, Un tal Lucas, Último round, 62 modelo para armar, El libro de Manuel, Los premios... en fin, su biografía es ancha y jonda. Según la veo, esta parada, debe dar a una plaza grande y a la vez íntima, con árboles y otoño, con un hospital al fondo, medio oculto entre los rojos plataneros. Este cuento, entre los imprescindibles de un cuentista imprescindible, es central a la ahora de mi vocación. Me lo encontré en un libro de RTVE, La isla a mediodía y otros relatos, allá por el histórico otoño del 1975. Acababa de llegar a la Universidad Laboral de Sevilla y tenía el corazón atribulado. Nunca antes había estado tantos días lejos de casa. Sentía sobre mí el peso de la soledad y de mí mismo. Y yo también, como Pablo, Pablito, me abracé a Cora, aquella chica que hacía los turnos de la noche. Sentí que su calor me traspasaba y me sentí morir por aquel abrazo predador. Sin darme cuenta ya estaba inoculado con el virus de la lectura. Nada pudo curarme desde entonces, por más que lo intenté. Es por esa razón por la que este cuento de Cortázar comparece hoy aquí, por delante de Las babas del diablo, Casa tomada, El perseguidor, Queremos tanto a Glenda, Continuidad de los parques, Carta a una señorita en París, La utopista del Sur o La isla a mediodía. La lengua española tiene un elenco de buenos, extraordinarios cuentistas, como Borges, Ribeyro, García Márquez, Rulfo, Di Benedetto, Quiroga, Arreola, Monterroso, Clarín, Merino... pero comprendan que para mí Cortázar sigue siendo único, maravillosa, alucinante, casi recalcitrantemente único. Y de Señorita Cora, qué puedo decirles.
Señorita Cora
Julio Cortázar
We'll
send your love to college, all for a year or two,
And
then perhaps in time the boy will do for you.
-The trees that grow so high.
(Canción folclórica inglesa.)
-The trees that grow so high.
(Canción folclórica inglesa.)
No entiendo por qué no me dejan pasar la noche en la clínica con
el nene, al fin y al cabo soy su madre y el doctor De Luisi nos
recomendó personalmente al director. Podrían traer un sofá cama y
yo lo acompañaría para que se vaya acostumbrando, entró tan pálido
el pobrecito como si fueran a operarlo en seguida, yo creo que es ese
olor de las clínicas, su padre también estaba nervioso y no veía
la hora de irse, pero yo estaba segura de que me dejarían con el
nene. Después de todo tiene apenas quince años y nadie se los
daría, siempre pegado a mí aunque ahora con los pantalones largos
quiere disimular y hacerse el hombre grande. La impresión que le
habrá hecho cuando se dio cuenta de que no me dejaban quedarme,
menos mal que su padre le dio charla, le hizo poner el piyama y
meterse en la cama. Y todo por esa mocosa de enfermera, yo me
pregunto si verdaderamente tiene órdenes de los médicos o si lo
hace por pura maldad. Pero bien que se lo dije, bien que le pregunté
si estaba segura de que tenía que irme. No hay más que mirarla para
darse cuenta de quién es, con esos aires de vampiresa y ese delantal
ajustado, una chiquilina de porquería que se cree la directora de la
clínica. Pero eso sí, no se la llevó de arriba, le dije lo que
pensaba y eso que el nene no sabía donde meterse de vergüenza y su
padre se hacía el desentendido y de paso seguro que le miraba las
piernas como de costumbre. Lo único que me consuela es que el
ambiente es bueno, se nota que es una clínica para personas
pudientes; el nene tiene un velador de lo más lindo para leer sus
revistas, y por suerte su padre se acordó de traerle caramelos de
menta que son los que más le gustan. Pero mañana por la mañana,
eso sí, lo primero que hago es hablar con el doctor De Luisi para
que la ponga en su lugar a esa mocosa presumida. Habrá que ver si la
frazada lo abriga bien al nene, voy a pedir que por las dudas le
dejen otra a mano. Pero sí, claro que me abriga, menos mal que se
fueron de una vez, mamá cree que soy un chico y me hace hacer cada
papelón. Seguro que la enfermera va a pensar que no soy capaz de
pedir lo que necesito, me miró de una manera cuando mamá le estaba
protestando... Está bien, si no la dejaban quedarse qué le vamos a
hacer, ya soy bastante grande para dormir solo de noche, me parece. Y
en esta cama se dormirá bien, a esta hora ya no se oye ningún
ruido, a veces de lejos el zumbido del ascensor que me hace acordar a
esa película de miedo que también pasaba en una clínica, cuando a
medianoche se abría poco a poco la puerta y la mujer paralítica en
la cama veía entrar al hombre de la máscara blanca...
La enfermera es bastante simpática, volvió a las seis y media
con unos papeles y me empezó a preguntar mi nombre completo, la edad
y esas cosas. Yo guardé la revista en seguida porque hubiera quedado
mejor estar leyendo un libro de veras y no una fotonovela, y creo que
ella se dio cuenta pero no dijo nada, seguro que todavía estaba
enojada por lo que le había dicho mamá y pensaba que yo era igual
que ella y que le iba a dar órdenes o algo así. Me preguntó si me
dolía el apéndice y le dije que no, que esa noche estaba muy bien.
"A ver el pulso", me dijo, y después de tomármelo anotó
algo más en la planilla y la colgó a los pies de la cama. "¿Tenés
hambre?", me preguntó, y yo creo que me puse colorado porque me
tomó de sorpresa que me tuteara, es tan joven que me hizo impresión.
Le dije que no, aunque era mentira porque a esa hora siempre tengo
hambre. "Esta noche vas a cenar muy liviano", dijo ella, y
cuando quise darme cuenta ya me había quitado el paquete de
caramelos de menta y se iba. No sé si empecé a decirle algo, creo
que no. Me daba una rabia que me hiciera eso como a un chico, bien
podía haberme dicho que no tenía que comer caramelos, pero
llevárselos... Seguro que estaba furiosa por lo de mamá y se
desquitaba conmigo, de puro resentida; qué sé yo, después que se
fue se me pasó de golpe el fastidio, quería seguir enojado con ella
pero no podía. Qué joven es, clavado que no tiene ni diecinueve
años, debe haberse recibido de enfermera hace muy poco. A lo mejor
viene para traerme la cena; le voy a preguntar cómo se llama, si va
a ser mi enfermera tengo que darle un nombre. Pero en cambio vino
otra, una señora muy amable vestida de azul que me trajo un caldo y
bizcochos y me hizo tomar unas pastillas verdes. También ella me
preguntó cómo me llamaba y si me sentía bien, y me dijo que en
esta pieza dormiría tranquilo porque era una de las mejores de la
clínica, y es verdad porque dormí hasta casi las ocho en que me
despertó una enfermera chiquita y arrugada como un mono pero muy
amable, que me dijo que podía levantarme y lavarme pero antes me dio
un termómetro y me dijo que me lo pusiera como se hace en estas
clínicas, y yo no entendí porque en casa se pone debajo del brazo,
y entonces me explicó y se fue. Al rato vino mamá y qué alegría
verlo tan bien, yo que me temía que hubiera pasado la noche en
blanco el pobre querido, pero los chicos son así, en la casa tanto
trabajo y después duermen a pierna suelta aunque estén lejos de su
mamá que no ha cerrado los ojos la pobre. El doctor De Luisi entró
para revisar al nene y yo me fui un momento afuera porque ya está
grandecito, y me hubiera gustado encontrármela a la enfermera de
ayer para verle bien la cara y ponerla en su sitio nada más que
mirándola de arriba a abajo, pero no había nadie en el pasillo.
Casi en seguida salió el doctor De Luisi y me dijo que al nene iban
a operarlo a la mañana siguiente, que estaba muy bien y en las
mejores condiciones para la operación, a su edad una apendicitis es
una tontería. Le agradecí mucho y aproveché para decirle que me
había llamado la atención la impertinencia de la enfermera de la
tarde, se lo decía porque no era cosa de que a mi hijo fuera a
faltarle la atención necesaria. Después entré en la pieza para
acompañar al nene que estaba leyendo sus revistas y ya sabía que lo
iban a operar al otro día. Como si fuera el fin del mundo, me mira
de un modo la pobre, pero si no me voy a morir, mamá, haceme un poco
el favor. Al Cacho le sacaron el apéndice en el hospital y a los
seis días ya estaba queriendo jugar al fútbol. Andate tranquila que
estoy muy bien y no me falta nada. Sí, mamá, sí, diez minutos
queriendo saber si me duele aquí o mas allá, menos mal que se tiene
que ocupar de mi hermana en casa, al final se fue y yo pude terminar
la fotonovela que había empezado anoche.
La enfermera de la tarde se llama la señorita Cora, se lo
pregunté a la enfermera chiquita cuando me trajo el almuerzo; me
dieron muy poco de comer y de nuevo pastillas verdes y unas gotas con
gusto a menta; me parece que esas gotas hacen dormir porque se me
caían las revistas de la mano y de golpe estaba soñando con el
colegio y que íbamos a un picnic con las chicas del normal como el
año pasado y bailábamos a la orilla de la pileta, era muy
divertido. Me desperté a eso de las cuatro y media y empecé a
pensar en la operación, no que tenga miedo, el doctor De Luisi dijo
que no es nada, pero debe ser raro la anestesia y que te corten
cuando estás dormido, el Cacho decía que lo peor es despertarse,
que duele mucho y por ahí vomitás y tenés fiebre. El nene de mamá
ya no está tan garifo como ayer, se le nota en la cara que tiene un
poco de miedo, es tan chico que casi me da lástima. Se sentó de
golpe en la cama cuando me vio entrar y escondió la revista debajo
de la almohada. La pieza estaba un poco fría y fui a subir la
calefacción, después traje el termómetro y se lo di. "¿Te lo
sabes poner?", le pregunté, y las mejillas parecía que iban a
reventársele de rojo que se puso. Dijo que sí con la cabeza y se
estiró en la cama mientras yo bajaba las persianas y encendía el
velador. Cuando me acerqué para que me diera el termómetro seguía
tan ruborizado que estuve a punto de reírme, pero con los chicos de
esa edad siempre pasa lo mismo, les cuesta acostumbrarse a esas
cosas. Y para peor me mira en los ojos, por qué no le puedo aguantar
esa mirada si al final no es más que una mujer, cuando saqué el
termómetro de debajo de las frazadas y se lo alcancé, ella me
miraba y yo creo que se sonreía un poco, se me debe notar tanto que
me pongo colorado, es algo que no puedo evitar, es más fuerte que
yo. Después anotó la temperatura en la hoja que está a los pies de
la cama y se fue sin decir nada. Ya casi no me acuerdo de lo que
hablé con papá y mamá cuando vinieron a verme a las seis. Se
quedaron poco porque la señorita Cora les dijo que había que
prepararme y que era mejor que estuviese tranquilo la noche antes.
Pensé que mamá iba a soltarle alguna de las suyas pero la miró
nomás de arriba abajo, y papá también pero yo al viejo le conozco
las miradas, es algo muy diferente. Justo cuando se estaba yendo la
oí a mamá que le decía a la señorita Cora: "Le agradeceré
que lo atienda bien, es un niño que ha estado siempre muy rodeado
por su familia", o alguna idiotez por el estilo, y me hubiera
querido morir de rabia, ni siquiera escuché lo que le contestó la
señorita Cora, pero estoy seguro de que no le gustó, a lo mejor
piensa que me estuve quejando de ella o algo así.
Volvió a eso de las seis y media con una mesita de esas de ruedas
llena de frascos y algodones, y no sé por qué de golpe me dio un
poco de miedo, en realidad no era miedo pero empecé a mirar lo que
había en la mesita, toda clase de frascos azules o rojos, tambores
de gasa y también pinzas y tubos de goma, el pobre debía estar
empezando a asustarse sin la mamá que parece un papagayo
endomingado, le agradeceré que atienda bien al nene, mire que he
hablado con el doctor De Luisi, pero sí, señora, se lo vamos a
atender como a un príncipe. Es bonito su nene, señora, con esas
mejillas que se le arrebolan apenas me ve entrar. Cuando le retiré
las frazadas hizo un gesto como para volver a taparse, y creo que se
dio cuenta de que me hacía gracia verlo tan pudoroso. "A ver,
bajate el pantalón del piyama", le dije sin mirarlo en la cara.
"¿El pantalón?", preguntó con una voz que se le quebró
en un gallo. "Si, claro, el pantalón", repetí, y empezó
a soltar el cordón y a desabotonarse con unos dedos que no le
obedecían. Le tuve que bajar yo misma el pantalón hasta la mitad de
los muslos, y era como me lo había imaginado. "Ya sos un chico
crecidito", le dije, preparando la brocha y el jabón aunque la
verdad es que poco tenía para afeitar. "¿Cómo te llaman en tu
casa?", le pregunté mientras lo enjabonaba. "Me llamo
Pablo", me contestó con una voz que me dio lástima, tanta era
la vergüenza. "Pero te darán algún sobrenombre",
insistí, y fue todavía peor porque me pareció que se iba a poner a
llorar mientras yo le afeitaba los pocos pelitos que andaban por ahí.
"¿Así que no tenés ningún sobrenombre? Sos el nene
solamente, claro." Terminé de afeitarlo y le hice una seña
para que se tapara, pero él se adelantó y en un segundo estuvo
cubierto hasta el pescuezo. "Pablo es un bonito nombre", le
dije para consolarlo un poco; casi me daba pena verlo tan
avergonzado, era la primera vez que me tocaba atender a un muchachito
tan joven y tan tímido, pero me seguía fastidiando algo en él que
a lo mejor le venía de la madre, algo más fuerte que su edad y que
no me gustaba, y hasta me molestaba que fuera tan bonito y tan bien
hecho para sus años, un mocoso que ya debía creerse un hombre y que
a la primera de cambio sería capaz de soltarme un piropo.
Me quedé con los ojos cerrados, era la única manera de escapar
un poco de todo eso, pero no servía de nada porque justamente en ese
momento agregó: "¿Así que no tenés ningún sobrenombre. Sos
el nene solamente, claro", y yo hubiera querido morirme, o
agarrarla por la garganta y ahogarla, y cuando abrí los ojos le vi
el pelo castaño casi pegado a mi cara porque se había agachado para
sacarme un resto de jabón, y olía a shampoo de almendra como el que
se pone la profesora de dibujo, o algún perfume de esos, y no supe
qué decir y lo único que se me ocurrió fue preguntarle: "¿Usted
se llama Cora, verdad?" Me miró con aire burlón, con esos ojos
que ya me conocían y que me habían visto por todos lados, y dijo:
"La señorita Cora." Lo dijo para castigarme, lo sé, igual
que antes había dicho: "Ya sos un chico crecidito", nada
más que para burlarse. Aunque me daba rabia tener la cara colorada,
eso no lo puedo disimular nunca y es lo peor que me puede ocurrir, lo
mismo me animé a decirle: "Usted es tan joven que... Bueno,
Cora es un nombre muy lindo." No era eso, lo que yo había
querido decirle era otra cosa y me parece que se dio cuenta y le
molestó, ahora estoy seguro de que está resentida por culpa de
mamá, yo solamente quería decirle que era tan joven que me hubiera
gustado poder llamarla Cora a secas, pero cómo se lo iba a decir en
ese momento cuando se había enojado y ya se iba con la mesita de
ruedas y yo tenía unas ganas de llorar, esa es otra cosa que no
puedo impedir, de golpe se me quiebra la voz y veo todo nublado,
justo cuando necesitaría estar más tranquilo para decir lo que
pienso. Ella iba a salir pero al llegar a la puerta se quedó un
momento como para ver si no se olvidaba de alguna cosa, y yo quería
decirle lo que estaba pensando pero no encontraba las palabras y lo
único que se me ocurrió fue mostrarle la taza con el jabón, se
había sentado en la cama y después de aclararse la voz dijo: "Se
le olvida la taza con el jabón", muy seriamente y con un tono
de hombre grande. Volví a buscar la taza y un poco para que se
calmara le pasé la mano por la mejilla. "No te aflijas,
Pablito", le dije. "Todo irá bien, es una operación de
nada." Cuando lo toqué echó la cabeza atrás como ofendido, y
después resbaló hasta esconder la boca en el borde de las frazadas.
Desde ahí, ahogadamente, dijo: "Puedo llamarla Cora, ¿verdad?"
Soy demasiado buena, casi me dio lástima tanta vergüenza que
buscaba desquitarse por otro lado, pero sabía que no era el caso de
ceder porque después me resultaría difícil dominarlo, y a un
enfermo hay que dominarlo o es lo de siempre, los líos de María
Luisa en la pieza catorce o los retos del doctor De Luisi que tiene
un olfato de perro para esas cosas. "Señorita Cora", me
dijo tomando la taza y yéndose. Me dio una rabia, unas ganas de
pegarle, de saltar de la cama y echarla a empujones, o de... Ni
siquiera comprendo cómo pude decirle: "Si yo estuviera sano a
lo mejor me trataría de otra manera." Se hizo la que no oía,
ni siquiera dio vuelta la cabeza, y me quedé solo y sin ganas de
leer, sin ganas de nada, en el fondo hubiera querido que me
contestara enojada para poder pedirle disculpas porque en realidad no
era lo que yo había pensado decirle, tenía la garganta tan cerrada
que no sé cómo me habían salido las palabras, se lo había dicho
de pura rabia pero no era eso, o a lo mejor sí pero de otra manera.
Y sí, son siempre lo mismo, una los acaricia, les dice una frase
amable, y ahí nomás asoma el machito, no quieren convencerse de que
todavía son unos mocosos. Esto tengo que contárselo a Marcial, se
va a divertir y cuando mañana lo vea en la mesa de operaciones le va
a hacer todavía más gracia, tan tiernito el pobre con esa carucha
arrebolada, maldito calor que me sube por la piel, cómo podría
hacer para que no me pase eso, a lo mejor respirando hondo antes de
hablar, que sé yo. Se debe haber ido furiosa, estoy seguro de que
escuchó perfectamente, no sé cómo le dije eso, yo creo que cuando
le pregunté si podía llamarla Cora no se enojó, me dijo lo de
señorita porque es su obligación pero no estaba enojada, la prueba
es que vino y me acarició la cara; pero no, eso fue antes, primero
me acarició y entonces yo le dije lo de Cora y lo eché todo a
perder. Ahora estamos peor que antes y no voy a poder dormir aunque
me den un tubo de pastillas. La barriga me duele de a ratos, es raro
pasarse la mano y sentirse tan liso, lo malo es que me vuelvo a
acordar de todo y del perfume de almendras, la voz de Cora, tiene una
voz muy grave para una chica tan joven y linda, una voz como de
cantante de boleros, algo que acaricia aunque esté enojada. Cuando
oí pasos en el corredor me acosté del todo y cerré los ojos, no
quería verla, no me importaba verla, mejor que me dejara en paz,
sentí que entraba y que encendía la luz del cielo raso, se hacía
el dormido como un angelito, con una mano tapándose la cara, y no
abrió los ojos hasta que llegué al lado de la cama. Cuando vio lo
que traía se puso tan colorado que me volvió a dar lástima y un
poco de risa, era demasiado idiota realmente. "A ver, m'hijito,
bájese el pantalón y dese vuelta para el otro lado", y el
pobre a punto de patalear como haría con la mamá cuando tenía
cinco años, me imagino, a decir que no y a llorar y a meterse debajo
de las cobijas y a chillar, pero el pobre no podía hacer nada de eso
ahora, solamente se había quedado mirando el irrigador y después a
mí que esperaba, y de golpe se dio vuelta y empezó a mover las
manos debajo de las frazadas pero no atinaba a nada mientras yo
colgaba el irrigador en la cabecera, tuve que bajarle las frazadas y
ordenarle que levantara un poco el trasero para correrle mejor el
pantalón y deslizarle una toalla. "A ver, subí un poco las
piernas, así está bien, echate más de boca, te digo que te eches
más de boca, así." Tan callado que era casi como si gritara,
por una parte me hacía gracia estarle viendo el culito a mi joven
admirador, pero de nuevo me daba un poco de lástima por él, era
realmente como si lo estuviera castigando por lo que me había dicho.
"Avisá si está muy caliente", le previne, pero no
contestó nada, debía estar mordiéndose un puño y yo no quería
verle la cara y por eso me senté al borde de la cama y esperé a que
dijera algo, pero aunque era mucho líquido lo aguantó sin una
palabra hasta el final, y cuando terminó le dije, y eso sí se lo
dije para cobrarme lo de antes: "Así me gusta, todo un
hombrecito", y lo tapé mientras le recomendaba que aguantase lo
más posible antes de ir al baño. "¿Querés que te apague la
luz o te la dejo hasta que te levantes?", me preguntó desde la
puerta. No sé cómo alcancé a decirle que era lo mismo, algo así,
y escuché el ruido de la puerta al cerrarse y entonces me tapé la
cabeza con las frazadas y qué le iba a hacer, a pesar de los cólicos
me mordí las dos manos y lloré tanto que nadie, nadie puede
imaginarse lo que lloré mientras la maldecía y la insultaba y le
clavaba un cuchillo en el pecho cinco, diez, veinte veces,
maldiciéndola cada vez y gozando de lo que sufría y de cómo me
suplicaba que la perdonase por lo que me había hecho.
Es lo de siempre, che Suárez, uno corta y abre, y en una de esas
la gran sorpresa. Claro que a la edad del pibe tiene todas las
chances a su favor, pero lo mismo le voy a hablar claro al padre, no
sea cosa que en una de esas tengamos un lío. Lo más probable es que
haya una buena reacción, pero ahí hay algo que falla, pensá en lo
que pasó al comienzo de la anestesia: parece mentira en un pibe de
esa edad. Lo fui a ver a las dos horas y lo encontré bastante bien
si pensás en lo que duró la cosa. Cuando entró el doctor De Luisi
yo estaba secándole la boca al pobre, no terminaba de vomitar y
todavía le duraba la anestesia pero el doctor lo auscultó lo mismo
y me pidió que no me moviera de su lado hasta que estuviera bien
despierto. Los padres siguen en la otra pieza, la buena señora se ve
que no está acostumbrada a estas cosas, de golpe se le acabaron las
paradas, y el viejo parece un trapo. Vamos, Pablito, vomitá si tenés
ganas y quejate todo lo que quieras, yo estoy aquí, sí, claro que
estoy aquí, el pobre sigue dormido pero me agarra la mano como si se
estuviera ahogando. Debe creer que soy la mamá, todos creen eso, es
monótono. Vamos, Pablo, no te muevas así, quieto que te va a doler
más, no, dejá las manos tranquilas, ahí no te podes tocar. Al
pobre le cuesta salir de la anestesia. Marcial me dijo que la
operación había sido muy larga. Es raro, habrán encontrado alguna
complicación: a veces el apéndice no está tan a la vista, le voy a
preguntar a Marcial esta noche. Pero sí, m'hijito, estoy aquí,
quéjese todo lo que quiera pero no se mueva tanto, yo le voy a mojar
los labios con este pedacito de hielo en una gasa, así se le va
pasando la sed. Si, querido, vomitá más, aliviate todo lo que
quieras. Qué fuerza tenés en las manos, me vas a llenar de
moretones, sí, sí, llorá si tenés ganas, llorá, Pablito, eso
alivia, llorá y quejate, total estás tan dormido y creés que soy
tu mamá. Sos bien bonito, sabés, con esa nariz un poco respingada y
esas pestañas como cortinas, parecés mayor ahora que estás tan
pálido. Ya no te pondrías colorado por nada, verdad, mi pobrecito.
Me duele, mamá, me duele aquí, dejame que me saque ese peso que me
han puesto, tengo algo en la barriga que pesa tanto y me duele, mamá,
decile a la enfermera que me saque eso. Sí, m'hijito, ya se le va a
pasar, quédese un poco quieto, por qué tendrás tanta fuerza, voy a
tener que llamar a María Luisa para que me ayude. Vamos, Pablo, me
enojo si no te estás quieto, te va a doler mucho más si seguís
moviéndote tanto. Ah, parece que empezás a darte cuenta, me duele
aquí, señorita Cora, me duele tanto aquí, hágame algo por favor,
me duele tanto aquí, suélteme las manos, no puedo más, señorita
Cora, no puedo más.
Menos mal que se ha dormido el pobre querido, la enfermera me vino
a buscar a las dos y media y me dijo que me quedara un rato con él
que ya estaba mejor, pero lo veo tan pálido, ha debido perder tanta
sangre, menos mal que el doctor De Luisi dijo que todo había salido
bien. La enfermera estaba cansada de luchar con él, yo no entiendo
por qué no me hizo entrar antes, en esta clínica son demasiado
severos. Ya es casi de noche y el nene ha dormido todo el tiempo, se
ve que está agotado, pero me parece que tiene mejor cara, un poco de
color. Todavía se queja de a ratos pero ya no quiere tocarse el
vendaje y respira tranquilo, creo que pasará bastante buena noche.
Como si yo no supiera lo que tengo que hacer, pero era inevitable;
apenas se le pasó el primer susto a la buena señora le salieron
otra vez los desplantes de patrona, por favor que al nene no le vaya
a faltar nada por la noche, señorita. Decí que te tengo lástima,
vieja estúpida, si no ya ibas a ver cómo te trataba. Las conozco a
éstas, creen que con una buena propina el último día lo arreglan
todo. Y a veces la propina ni siquiera es buena, pero para qué
seguir pensando, ya se mandó mudar y todo está tranquilo. Marcial,
quedate un poco, no ves que el chico duerme, contame lo que pasó
esta mañana. Bueno, si estás apurado lo dejamos para después. No,
mirá que puede entrar María Luisa, aquí no, Marcial. Claro, el
señor se sale con la suya, ya te he dicho que no quiero que me beses
cuando estoy trabajando, no está bien. Parecería que no tenemos
toda la noche para besarnos, tonto. Andate. Váyase le digo, o me
enojo. Bobo, pajarraco. Sí, querido, hasta luego. Claro que sí.
Muchísimo.
Está muy oscuro pero es mejor, no tengo ni ganas de abrir los
ojos. Casi no me duele, qué bueno estar así respirando despacio,
sin esas náuseas. Todo está tan callado, ahora me acuerdo que vi a
mamá, me dijo no sé qué, yo me sentía tan mal. Al viejo lo miré
apenas, estaba a los pies de la cama y me guiñaba un ojo, el pobre
siempre el mismo. Tengo un poco de frío, me gustaría otra frazada.
Señorita Cora, me gustaría otra frazada. Pero sí estaba ahí,
apenas abrí los ojos la vi sentada al lado de la ventana leyendo un
revista. Vino en seguida y me arropó, casi no tuve que decirle nada
porque se dio cuenta en seguida. Ahora me acuerdo, yo creo que esta
tarde la confundía con mamá y que ella me calmaba, o a lo mejor
estuve soñando. ¿Estuve soñando, señorita Cora? Usted me sujetaba
las manos, ¿verdad? Yo decía tantas pavadas, pero es que me dolía
mucho, y las náuseas... Discúlpeme, no debe ser nada lindo ser
enfermera. Sí, usted se ríe pero yo sé, a lo mejor la manché y
todo. Bueno, no hablaré más. Estoy tan bien así, ya no tengo frío.
No, no me duele mucho, un poquito solamente. ¿Es tarde, señorita
Cora? Sh, usted se queda calladito ahora, ya le he dicho que no puede
hablar mucho, alégrese de que no le duela y quédese bien quieto.
No, no es tarde, apenas las siete. Cierre los ojos y duerma. Así.
Duérmase ahora.
Sí, yo querría pero no es tan fácil. Por momentos me parece que
me voy a dormir, pero de golpe la herida me pega un tirón o todo me
da vueltas en la cabeza, y tengo que abrir los ojos y mirarla, está
sentada al lado de la ventana y ha puesto la pantalla para leer sin
que me moleste la luz. ¿Por qué se quedará aquí todo el tiempo?
Tiene un pelo precioso, le brilla cuando mueve la cabeza. Y es tan
joven, pensar que hoy la confundí con mamá, es increíble. Vaya a
saber qué cosas le dije, se debe haber reído otra vez de mí. Pero
me pasaba hielo por la boca, eso me aliviaba tanto, ahora me acuerdo,
me puso agua colonia en la frente y en el pelo, y me sujetaba las
manos para que no me arrancara el vendaje. Ya no está enojada
conmigo, a lo mejor mamá le pidió disculpas o algo así, me miraba
de otra manera cuando me dijo: "Cierre los ojos y duérmase."
Me gusta que me mire así, parece mentira lo del primer día cuando
me quitó los caramelos. Me gustaría decirle que es tan linda, que
no tengo nada contra ella, al contrario, que me gusta que sea ella la
que me cuida de noche y no la enfermera chiquita. Me gustaría que me
pusiera otra vez agua colonia en el pelo. Me gustaría que me pidiera
perdón, que me dijera que la puedo llamar Cora.
Se quedó dormido un buen rato, a las ocho calculé que el doctor
De Luisi no tardaría y lo desperté para tomarle la temperatura.
Tenía mejor cara y le había hecho bien dormir. Apenas vio el
termómetro sacó una mano fuera de las cobijas, pero le dije que se
estuviera quieto. No quería mirarlo en los ojos para que no sufriera
pero lo mismo se puso colorado y empezó a decir que él podía muy
bien solo. No le hice caso, claro, pero estaba tan tenso el pobre que
no me quedó más remedio que decirle: "Vamos, Pablo, ya sos un
hombrecito, no te vas a poner así cada vez, verdad?" Es lo de
siempre, con esa debilidad no pudo contener las lágrimas; haciéndome
la que no me daba cuenta anoté la temperatura y me fui a prepararle
la inyección. Cuando volvió yo me había secado los ojos con la
sábana y tenía tanta rabia contra mí mismo que hubiera dado
cualquier cosa por poder hablar, decirle que no me importaba, que en
realidad no me importaba pero que no lo podía impedir. "Esto no
duele nada", me dijo con la jeringa en la mano. "Es para
que duermas bien toda la noche." Me destapó y otra vez sentí
que me subía la sangre a la cara, pero ella se sonrió un poco y
empezó a frotarme el muslo con un algodón mojado. "No duele
nada", le dije porque algo tenía que decirle, no podía ser que
me quedara así mientras ella me estaba mirando. "Ya ves",
me dijo sacando la aguja y frotándome con el algodón. "Ya ves
que no duele nada. Nada te tiene que doler, Pablito." Me tapó y
me pasó la mano por la cara. Yo cerré los ojos y hubiera querido
estar muerto, estar muerto y que ella me pasara la mano por la cara,
llorando.
Nunca entendí mucho a Cora pero esta vez se fue a la otra banda.
La verdad que no me importa si no entiendo a las mujeres, lo único
que vale la pena es que lo quieran a uno. Si están nerviosas, si se
hacen problema por cualquier macana, bueno nena, ya está, deme un
beso y se acabó. Se ve que todavía es tiernita, va a pasar un buen
rato antes de que aprenda a vivir en este oficio maldito, la pobre
apareció esta noche con una cara rara y me costó media hora hacerle
olvidar esas tonterías. Todavía no ha encontrado la manera de
buscarle la vuelta a algunos enfermos, ya le pasó con la vieja del
veintidós pero yo creía que desde entonces habría aprendido un
poco, y ahora este pibe le vuelve a dar dolores de cabeza. Estuvimos
tomando mate en mi cuarto a eso de las dos de la mañana, después
fue a darle la inyección y cuando volvió estaba de mal humor, no
quería saber nada conmigo. Le queda bien esa carucha de enojada, de
tristona, de a poco se la fui cambiando, y al final se puso a reír y
me contó, a esa hora me gusta tanto desvestirla y sentir que tiembla
un poco como si tuviera frío. Debe ser muy tarde, Marcial. Ah,
entonces puedo quedarme un rato todavía, la otra inyección le toca
a las cinco y media, la galleguita no llega hasta las seis.
Perdoname, Marcial, soy una boba, mirá que preocuparme tanto por ese
mocoso, al fin y al cabo lo tengo dominado pero de a ratos me da
lástima, a esa edad son tan tontos, tan orgullosos, si pudiera le
pediría al doctor Suárez que me cambiara, hay dos operados en el
segundo piso, gente grande, uno les pregunta tranquilamente si han
ido de cuerpo, les alcanza la chata, los limpia si hace falta, todo
eso charlando del tiempo o de la política, es un ir y venir de cosas
naturales, cada uno está en lo suyo, Marcial, no como aquí,
comprendés. Sí, claro que hay que hacerse a todo, cuántas veces me
van a tocar chicos de esa edad, es una cuestión de técnica como
decís vos. Sí, querido, claro. Pero es que todo empezó mal por
culpa de la madre, eso no se ha borrado, sabés, desde el primer
minuto hubo como un malentendido, y el chico tiene su orgullo y le
duele, sobre todo que al principio no se daba cuenta de todo lo que
iba a venir y quiso hacerse el grande, mirarme como si fueras vos,
como un hombre. Ahora ya ni le puedo preguntar si quiere hacer pis,
lo malo es que sería capaz de aguantarse toda la noche si yo me
quedara en la pieza. Me da risa cuando me acuerdo, quería decir que
sí y no se animaba, entonces me fastidió tanta tontería y lo
obligué para que aprendiera a hacer pis sin moverse, bien tendido de
espaldas. Siempre cierra los ojos en esos momentos pero es casi peor,
está a punto de llorar o de insultarme, está entre las dos cosas y
no puede, es tan chico, Marcial, y esa buena señora que lo ha de
haber criado como un tilinguito, el nene de aquí y el nene de allí,
mucho sombrero y saco entallado pero en el fondo el bebé de siempre,
el tesorito de mamá. Ah, y justamente le vengo a tocar yo, el alto
voltaje como decís vos, cuando hubiera estado tan bien con María
Luisa que es idéntica a su tía y que lo hubiera limpiado por todos
lados sin que se le subieran los colores a la cara. No, la verdad, no
tengo suerte, Marcial.
Estaba soñando con la clase de francés cuando encendió la luz
del velador, lo primero que le veo es siempre el pelo, será porque
se tiene que agachar para las inyecciones o lo que sea, el pelo cerca
de mi cara, una vez me hizo cosquillas en la boca y huele tan bien, y
siempre se sonríe un poco cuando me está frotando con el algodón,
me frotó un rato largo antes de pincharme y yo le miraba la mano tan
segura que iba apretando de a poco la jeringa, el líquido amarillo
que entraba despacio, haciéndome doler. "No, no me duele nada."
Nunca le podré decir: "No me duele nada, Cora." Y no le
voy a decir señorita Cora, no se lo voy a decir nunca. Le hablaré
lo menos que pueda y no la pienso llamar señorita Cora aunque me lo
pida de rodillas. No, no me duele nada. No, gracias, me siento bien,
voy a seguir durmiendo. Gracias.
Por suerte ya tiene de nuevo sus colores pero todavía está muy
decaído, apenas si pudo darme un beso, y a tía Esther casi no la
miró y eso que le había traído las revistas y una corbata preciosa
para el día en que lo llevemos a casa. La enfermera de la mañana es
un amor de mujer, tan humilde, con ella sí da gusto hablar, dice que
el nene durmió hasta las ocho y que bebió un poco de leche, parece
que ahora van a empezar a alimentarlo, tengo que decirle al doctor
Suárez que el cacao le hace mal, o a lo mejor su padre ya se lo dijo
porque estuvieron hablando un rato. Si quiere salir un momento,
señora, vamos a ver cómo anda este hombre. Usted quédese, señor
Morán, es que a la mamá le puede hacer impresión tanto vendaje.
Vamos a ver un poco, compañero. ¿Ahí duele? Claro, es natural. Y
ahí, decime si ahí te duele o solamente está sensible. Bueno,
vamos muy bien, amiguito. Y así cinco minutos, si me duele aquí, si
estoy sensible más acá, y el viejo mirándome la barriga como si me
la viera por primera vez. Es raro pero no me siento tranquilo hasta
que se van, pobres viejos tan afligidos pero qué le voy a hacer, me
molestan, dicen siempre lo que no hay que decir, sobre todo mamá, y
menos mal que la enfermera chiquita parece sorda y le aguanta todo
con esa cara de esperar propina que tiene la pobre. Mirá que venir a
jorobar con lo del cacao, ni que yo fuese un niño de pecho. Me dan
unas ganas de dormir cinco días seguidos sin ver a nadie, sobre todo
sin ver a Cora, y despertarme justo cuando me vengan a buscar para ir
a casa. A lo mejor habrá que esperar unos días más, señor Morán,
ya sabrá por De Luisi que la operación fue más complicada de lo
previsto, a veces hay pequeñas sorpresas. Claro que con la
constitución de ese chico yo creo que no habrá problema, pero mejor
dígale a su señora que no va a ser cosa de una semana como se pensó
al principio. Ah, claro, bueno, de eso usted hablará con el
administrador, son cosas internas. Ahora vos fijate si no es mala
suerte, Marcial, anoche te lo anuncié, esto va a durar mucho más de
lo que pensábamos. Sí, ya sé que no importa pero podrías ser un
poco más comprensivo, sabés muy bien que no me hace feliz atender a
ese chico, y a él todavía menos, pobrecito. No me mirés así, por
qué no le voy a tener lástima. No me mirés así.
Nadie me prohibió que leyera pero se me caen las revistas de la
mano, y eso que tengo dos episodios por terminar y todo lo que me
trajo tía Esther. Me arde la cara, debo de tener fiebre o es que
hace mucho calor en esta pieza, le voy a pedir a Cora que entorne un
poco la ventana o que me saque una frazada. Quisiera dormir, es lo
que más me gustaría, que ella estuviese allí sentada leyendo una
revista y yo durmiendo sin verla, sin saber que esta allí, pero
ahora no se va a quedar más de noche, ya pasó lo peor y me dejarán
solo. De tres a cuatro creo que dormí un rato, a las cinco justas
vino con un remedio nuevo, unas gotas muy amargas. Siempre parece que
se acaba de bañar y cambiar, está tan fresca y huele a talco
perfumado, a lavanda. "Este remedio es muy feo, ya sé", me
dijo, y se sonreía para animarme. "No, es un poco amargo, nada
más", le dije. "¿Cómo pasaste el día?", me
preguntó, sacudiendo el termómetro. Le dije que bien, que
durmiendo, que el doctor Suárez me había encontrado mejor, que no
me dolía mucho. "Bueno, entonces podés trabajar un poco",
me dijo dándome el termómetro. Yo no supe qué contestarle y ella
se fue a cerrar las persianas y arregló los frascos en la mesita
mientras yo me tomaba la temperatura. Hasta tuve tiempo de echarle un
vistazo al termómetro antes de que viniera a buscarlo. "Pero
tengo muchísima fiebre", me dijo como asustado. Era fatal,
siempre seré la misma estúpida, por evitarle el mal momento le doy
el termómetro y naturalmente el muy chiquilín no pierde tiempo en
enterarse de que está volando de fiebre. "Siempre es así los
primeros cuatro días, y además nadie te mandó que miraras",
le dije, más furiosa contra mí que contra él. Le pregunté si
había movido el vientre y me dijo que no. Le sudaba la cara, se la
sequé y le puse un poco de agua colonia; había cerrado los ojos
antes de contestarme y no los abrió mientras yo lo peinaba un poco
para que no le molestara el pelo en la frente. Treinta y nueve nueve
era mucha fiebre, realmente. "Tratá de dormir un rato", le
dije, calculando a qué hora podría avisarle al doctor Suárez. Sin
abrir los ojos hizo un gesto como de fastidio, y articulando cada
palabra me dijo: "Usted es mala conmigo, Cora." No atiné a
contestarle nada, me quedé a su lado hasta que abrió los ojos y me
miró con toda su fiebre y toda su tristeza. Casi sin darme cuenta
estiré la mano y quise hacerle una caricia en la frente, pero me
rechazó de un manotón y algo debió tironearle en la herida porque
se crispó de dolor. Antes de que pudiera reaccionar me dijo en voz
muy baja: "Usted no sería así conmigo si me hubiera conocido
en otra parte." Estuve al borde de soltar una carcajada, pero
era tan ridículo que me dijera eso mientras se le llenaban los ojos
de lágrimas que me pasó lo de siempre, me dio rabia y casi miedo,
me sentí de golpe como desamparada delante de ese chiquilín
pretencioso. Conseguí dominarme (eso se lo debo a Marcial, me ha
enseñado a controlarme y cada vez lo hago mejor), y me enderecé
como si no hubiera sucedido nada, puse la toalla en la percha y tapé
el frasco de agua colonia. En fin, ahora sabíamos a qué atenernos,
en el fondo era mucho mejor así. Enfermera, enfermo, y pare de
contar. Que el agua colonia se la pusiera la madre, yo tenía otras
cosas que hacerle y se las haría sin más contemplaciones. No sé
por qué me quedé más de lo necesario. Marcial me dijo cuando se lo
conté que había querido darle la oportunidad de disculparse, de
pedir perdón. No sé, a lo mejor fue eso o algo distinto, a lo mejor
me quedé para que siguiera insultándome, para ver hasta dónde era
capaz de llegar. Pero seguía con los ojos cerrados y el sudor le
empapaba la frente y las mejillas, era como si me hubiera metido en
agua hirviendo, veía manchas violeta y rojas cuando apretaba los
ojos para no mirarla sabiendo que todavía estaba allí, y hubiera
dado cualquier cosa para que se agachara y volviera a secarme la
frente como si yo no le hubiera dicho eso, pero ya era imposible, se
iba a ir sin hacer nada, sin decirme nada, y yo abriría los ojos y
encontraría la noche, el velador, la pieza vacía, un poco de
perfume todavía, y me repetiría diez veces, cien veces, que había
hecho bien en decirle lo que le había dicho, para que aprendiera,
para que no me tratara como a un chico, para que me dejara en paz,
para que no se fuera.
Empiezan siempre a la misma hora, entre seis y siete de la mañana,
debe ser una pareja que anida en las cornisas del patio, un palomo
que arrulla y la paloma que le contesta, al rato se cansan, se lo
dije a la enfermera chiquita que viene a lavarme y a darme el
desayuno, se encogió de hombros y dijo que ya otros enfermos se
habían quejado de las palomas pero que el director no quería que
las echaran. Ya ni sé cuánto hace que las oigo, las primeras
mañanas estaba demasiado dormido o dolorido para fijarme, pero desde
hace tres días escucho a las palomas y me entristecen, quisiera
estar en casa oyendo ladrar a Milord, oyendo a tía Esther que a esta
hora se levanta para ir a misa. Maldita fiebre que no quiere bajar,
me van a tener aquí hasta quién sabe cuándo, se lo voy a preguntar
al doctor Suárez esta misma mañana, al fin y al cabo podría estar
lo más bien en casa. Mire, señor Morán, quiero ser franco con
usted, el cuadro no es nada sencillo. No, señorita Cora, prefiero
que usted siga atendiendo a ese enfermo, y le voy a decir por qué.
Pero entonces. Marcial... Vení, te voy a hacer un café bien fuerte,
mirá que sos potrilla todavía, parece mentira. Escuchá, vieja, he
estado hablando con el doctor Suárez, y parece que el pibe...
Por suerte después se callan, a lo mejor se van volando por ahí,
por toda la ciudad, tienen suerte las palomas. Qué mañana
interminable, me alegré cuando se fueron los viejos, ahora les da
por venir más seguido desde que tengo tanta fiebre. Bueno, si me
tengo que quedar cuatro o cinco días más aquí, qué importa. En
casa sería mejor, claro, pero lo mismo tendría fiebre y me sentiría
tan mal de a ratos. Pensar que no puedo ni mirar una revista, es una
debilidad como si no me quedara sangre. Pero todo es por la fiebre,
me lo dijo anoche el doctor De Luisi y el doctor Suárez me lo
repitió esta mañana, ellos saben. Duermo mucho pero lo mismo es
como si no pasara el tiempo, siempre es antes de las tres como si a
mí me importaran las tres o las cinco. Al contrario, a las tres se
va la enfermera chiquita y es una lástima porque con ella estoy tan
bien. Si me pudiera dormir de un tirón hasta la medianoche sería
mucho mejor. Pablo, soy yo, la señorita Cora. Tu enfermera de la
noche que te hace doler con las inyecciones. Ya sé que no te duele,
tonto, es una broma. Seguí durmiendo si querés, ya está. Me dijo:
"Gracias" sin abrir los ojos, pero hubiera podido abrirlos,
sé que con la galleguita estuvo charlando a mediodía aunque le han
prohibido que hable mucho. Antes de salir me di vuelta de golpe y me
estaba mirando, sentí que todo el tiempo me había estado mirando de
espaldas. Volví y me senté al lado de la cama, le tomé el pulso,
le arreglé las sábanas que arrugaba con sus manos de fiebre. Me
miraba el pelo, después bajaba la vista y evitaba mis ojos. Fui a
buscar lo necesario para prepararlo y me dejó hacer sin una palabra,
con los ojos fijos en la ventana, ignorándome. Vendrían a buscarlo
a las cinco y media en punto, todavía le quedaba un rato para
dormir, los padres esperaban en la planta baja porque le hubiera
hecho impresión verlos a esa hora. El doctor Suárez iba a venir un
rato antes para explicarle que tenían que completar la operación,
cualquier cosa que no lo inquietara demasiado. Pero en cambio
mandaron a Marcial, me tomó de sorpresa verlo entrar así pero me
hizo una seña para que no me moviera y se quedó a los pies de la
cama leyendo la hoja de temperatura hasta que Pablo se acostumbrara a
su presencia. Le empezó a hablar un poco en broma, armó la
conversación como él sabe hacerlo, el frío en la calle, lo bien
que se estaba en ese cuarto, él lo miraba sin decir nada, como
esperando, mientras yo me sentía tan rara, hubiera querido que
Marcial se fuera y me dejara sola con él, yo hubiera podido
decírselo mejor que nadie, aunque quizá no, probablemente no. Pero
si ya lo sé, doctor, me van a operar de nuevo, usted es el que me
dio la anestesia la otra vez, y bueno, mejor eso que seguir en esta
cama y con esta fiebre. Yo sabía que al final tendrían que hacer
algo, por qué me duele tanto desde ayer, un dolor diferente, desde
más adentro. Y usted, ahí sentada, no ponga esa cara, no se sonría
como si me viniera a invitar al cine. Váyase con él y béselo en el
pasillo, tan dormido no estaba la otra tarde cuando usted se enojó
con él porque la había besado aquí. Váyanse los dos, déjenme
dormir, durmiendo no me duele tanto.
Y bueno, pibe, ahora vamos a liquidar este asunto de una vez por
todas, hasta cuándo nos vas a estar ocupando una cama, che. Contá
despacito, uno, dos, tres. Así va bien, vos seguí contando y dentro
de una semana estás comiendo un bife jugoso en casa. Un cuarto de
hora a gatas, nena, y vuelta a coser. Había que verle la cara a De
Luisi, uno no se acostumbra nunca del todo a estas cosas. Mirá,
aproveché para pedirle a Suárez que te relevaran como vos querías,
le dije que estás muy cansada con un caso tan grave; a lo mejor te
pasan al segundo piso si vos también le hablás. Está bien, hacé
como quieras, tanto quejarte la otra noche y ahora te sale la
samaritana. No te enojés conmigo, lo hice por vos. Sí, claro que lo
hizo por mí pero perdió el tiempo, me voy a quedar con él esta
noche y todas las noches. Empezó a despertarse a las ocho y medía,
los padres se fueron en seguida porque era mejor que no los viera con
la cara que tenían los pobres, y cuando llegó el doctor Suárez me
preguntó en voz baja si quería que me relevara María Luisa, pero
le hice una seña de que me quedaba y se fue. María Luisa me
acompañó un rato porque tuvimos que sujetarlo y calmarlo, después
se tranquilizó de golpe y casi no tuvo vómitos; está tan débil
que se volvió a dormir sin quejarse mucho hasta las diez. Son las
palomas, vas a ver, mamá, ya están arrullando como todas las
mañanas, no sé por qué no las echan, que se vuelen a otro árbol.
Dame la mano, mamá, tengo tanto frío. Ah, entonces estuve soñando,
me parecía que ya era de mañana y que estaban las palomas.
Perdóneme, la confundí con mamá. Otra vez desviaba la mirada, se
volvía a su encono, otra vez me echaba a mí toda la culpa. Lo
atendí como si no me diera cuenta de que seguía enojado, me senté
junto a él y le mojé los labios con hielo. Cuando me miró, después
que le puse agua colonia en las manos y la frente, me acerqué más y
le sonreí. "Llamame Cora", le dije. "Yo sé que no
nos entendimos al principio, pero vamos a ser tan buenos amigos,
Pablo." Me miraba callado. "Decime: Sí, Cora." Me
miraba, siempre. "Señorita Cora", dijo después, y cerró
los ojos. "No, Pablo, no", le pedí, besándolo en la
mejilla, muy cerca de la boca. "Yo voy a ser Cora para vos,
solamente para vos." Tuve que echarme atrás, pero lo mismo me
salpicó la cara. Lo sequé, le sostuve la cabeza para que se
enjuagara la boca, lo volví a besar hablándole al oído.
"Discúlpeme", dijo con un hilo de voz, "no lo pude
contener". Le dije que no fuera tonto, que para eso estaba yo
cuidándolo, que vomitara todo lo que quisiera para aliviarse. "Me
gustaría que viniera mamá", me dijo, mirando a otro lado con
los ojos vacíos. Todavía le acaricié un poco el pelo, le arreglé
las frazadas esperando que me dijera algo, pero estaba muy lejos y
sentí que lo hacía sufrir todavía más si me quedaba. En la puerta
me volví y esperé; tenía los ojos muy abiertos, fijos en el cielo
raso. "Pablito", le dije. "Por favor, Pablito. Por
favor, querido." Volví hasta la cama, me agaché para besarlo;
olía a frío, detrás del agua colonia estaba el vómito, la
anestesia. Si me quedo un segundo más me pongo a llorar delante de
él, por él. Lo besé otra vez y salí corriendo, bajé a buscar a
la madre y a María Luisa; no quería volver mientras la madre
estuviera allí, por lo menos esa noche no quería volver y después
sabía demasiado bien que no tendría ninguna necesidad de volver a
ese cuarto, que Marcial y María Luisa se ocuparían de todo hasta
que el cuarto quedara otra vez libre.
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