CUNQUEIRO: EL PARAGUAS JACINTO


Don Álvaro, en piedra, contemplando la catedral de su pueblo: Mondoñedo (Lugo)

Después de tantas entregas, hoy, por fin, el reclamado es un cuentista patrio. ¿Iba siendo hora? Con toda franqueza: no lo sé. Hay algunos buenos cuentistas españoles ya fallecidos, como Clarín, José Nogales, Bécquer, Medardo Fraile, Juan Gª Hortelano, José María Requena, Ignacio Aldecoa, Juan Benet, Victor Alperi, Delibes, Camilo Jośe Cela, Fernández Santos, Tomás Salvador, Rafael Pérez Estrada... pero sólo a alguno de ellos he leído algún cuento definitivo, equiparable al menos a los ya elegidos. Siempre nos quedará alguna de las novelas exemplares de Cervantes, como El licenciado Vidriera, ese prodigio, o cualquiera de las andanzas del Conde Lucanor. Todo se andará en este año cervantino tan poco cervantino. Dicho lo cual, hoy quiero centrarme en un tipo que, digámoslo así, me cae de puta madre: el lucense Álvaro Cunqueiro, uno de esos escritores hipnóticos que consiguen sacarse de la chistera lo que les salga de los mismísimos. Con él uno puede hacer el gran viaje de su vida sin tener que abandonar la mesacamilla. Se ha repetido con demasiada frecuencia que la literatura española o es realista o no es, y hay sambenitos que se pegan al subconsciente de los más gregarios, que suelen ser los mas acomodaticios, que suelen ser los que ponen y fijan los dichosos carteles a las cosas, que suelen ser quienes se pertrechan bajo cátedras, periódicos o academias, para que todo siga en su sitio y no se hable más del asunto. Cuantísimo daño hacen a las almas libres esas cabezas de repetición. Es cierto que contamos con una escritura que partiendo del realismo -o más bien de los distintos realismos- se ha elevado a alturas considerables como ocurre con El Lazarillo o La Regenta, por poner dos ejemplos señeros, pero qué me dicen de El Quijote, ese prodigio de la imaginación, esa correa de transmisión con el surrealismo. Y qué me dicen de Valle, o del Nogales de El último patriota, de Berlanga, de Cuerda y de tantos y tantos otros... En fin, como mínimo pongamos en tela de juicio, nuestra canónica adscripción al realismo. Desde luego si hay algún autor español que huya del realismo como de la escarlatina, éste es el gallego Álvaro Cunqueiro, nacido en Mondoñedo, un pueblo de interior pero a dos pasos del embravecido mar. Ese haberse criado entre la inopia del mar y la tierra terca, han hecho del gallego Cunqueiro lo que es, una especie de escritor volandero, socarrón e imaginativo que se maneja como nadie entre las brumas del lenguaje y el sirimiri de la ficción absoluta. Al mismos tiempo que Márquez inventara Macondo con todos sus avíos, el lucense se aventuraba en esos mundos blandos y exagerados de la marina lucense. Para los curiosos de estas cosas, Merlín y familia es de 1955 -el mismo año de La hojarasca-, y Si Ulises volviera de las islas de 1961 -el mismo de El coronel no tiene quien le escriba-. Como también ocurre con el gran fantaseador colombiano, Álvaro se fogueó en las interminables noches viguesas de las redacciones y en el olor lisérgico de las rotativas. Hartos de que la realidad se les escapase cada tarde-noche de las manos, ambos escaparon de sus dogales e inventariaron otra realidad mucho más real y menos volandera que tenía que ver con sus tripas y con sus fantasmas y es que cuando la realidad es un falso cuento chino, lo mejor es escribir auténticos cuentos chinos. Y eso hicieron Gabriel y Álvaro, esas criaturas nimbadas de otredad y de genio. Álvaro, a quien recomiendo hacer el esfuerzo y leer en gallego, porque su gallego es chisporoteante, socarrón y de un compás único, es un cuentista fantástico en el sentido lato de la expresión. En sus narraciones uno ve la mano de los cuentistas del filandón, de aquellos hombres y mujeres curtidos en neblinas que se sentaban al calor de la hoguera a contarse cuentos mientras se iba la lluvia, se alobaba la noche y llegaban trémulas cartas de los hijos que se habían traspapelado en las Américas o quién sabe Dios dónde. Toda esa genealogía explota en las cuartillas del lucense, de manera que uno está leyendo a Cunqueiro, pero lo que que parece estar leyendo es a la tierra y a sus cambiantes nubes, a la bruma de la mañana y al fusco-lusco del atardecer. El paraguas Jacinto, el cuento de hoy, tiene un poco de todo esto y de todo aquello, con su fijación cunqueriana por barajar los topónimos reales con los mundos del más allá, conectados a través de su precisa y sabrosa escritura. Pero antes del cuento, échenle una ojeada a esta pequeña joya suya y aprecien la diferencia con mi traducción:

Gatipedro

O gatipedro é un gato branco que ten na cachola un corno mouro; o gatipedro ven polas noites ás casas, e párase nas habitacións nas que hai nenos durmindo. Entón o gatipedro ponse a verquer auga polo seu corniño, e o neno, en sonos, escoitando o pingar da fontiña aquela, sona que mexa, e de verdade mexa na cama. Pra espantar o gatipedro abonda con botar unhas areas de sal á porta do cuarto e ó pé da fiestra. O gatipedro anda apoiándose, ademais de nas catro patas, na língua, e probando coista o sabor do sal, o gatipedro dá a volta e prosegue a súa nuturnia viaxe, deixando ós nenos da casa en paz.

(El gatipedro es un gato blanco que lleva en la cabeza un cuerno moro; el gatipedro viene por las noches y se detiene en las habitaciones en las que hay niños dormidos. Entonces el gatipedro se pone a verter agua por su cuerpo y el niño, en sueños, escuchando el gotear de la fuentecilla aquella, sueña que moja y en verdad que acaba mojando la cama. Para espantar al gatipedro sólo hay que echar unos granos de sal en la puerta del cuarto y al pie de la ventana. El gatipedro se apoya, además de en las cuatro patas, en la lengua, y probando el sabor de la sal, el gatipedro se da la vuelta y continúa su nocturno viaje, dejando en paz a los niños de la casa).




EL PARAGUAS JACINTO

Álvaro Cunqueiro

Guerreiro de Noste iba por el monte, cruzando la sierra que llaman Arneiro, cuando se encontró con un hombre que llevaba un paraguas enorme, más alto que él, la tela de color ceniza. Guerreiro le dio los buenos días, y se admiró del tamaño del paraguas, que nunca otro viera.
-¡Eso no es nada! -dijo el hombre que era un tipo pequeño y colorado, y lucía un gran bigote entrecano.
Y le mostró a Guerreiro el puño del paraguas, que era un rostro humano, con barba de pelo y ojos de cristal, y la boca colorada y abierta parecía la de un humano con vida.-¡Vaya boca! -comentó Guerreiro.
-¡Paraguas, saca la lengua! -ordenó el dueño del paraguas.
Y por la boca aquella sacó el paraguas la lengua, larga y colorada, una lengua de perro que lamió cariñosamente la mano del amo. El cual se quitó la boina y la puso en el suelo, delante de Guerreiro, quien echó en ella una peseta.
-¿Qué trampa tiene? -preguntó Guerreiro, que era muy curioso.
El desconocido se rió.
-No tiene trampa ninguna, que es mi cuñado Jacinto.
Y explicó que su cuñado Jacinto encontrara aquel paraguas en un campo, en Friol, y le pareció un buen paraguas, algo grande, eso sí, y como el paraguas parecía perdido, lo cogió, y se alegró de aquel hallazgo, porque en aquel momento comenzó a llover fuerte. Jacinto abrió el paraguas, y éste, abriéndose y cerrándose, se tragó a Jacinto. Abierto, el paraguas corrió por el aire a posarse en la era de la casa de Jacinto, junto al pajar. Jacinto, perdido no se sabe dónde, dentro del paraguas, gritaba por la boca del puño, que aún no le naciera barba en el mentón. Acudieron la mujer, los cuñados, los suegros, los vecinos.
-¡Soy Jacinto, María! -le gritaba a la mujer.
Ésta no sabía qué hacer. La voz era la de Jacinto. Por si valía de algo, la mujer se plantó ante el paraguas, que se mantenía abierto en el aire.
-¡Si eres Jacinto Onega Ribas, casado con Manuela García Verdes, da una prueba!
Y fue entonces cuando Jacinto, por vez primera, sacó la lengua.
-¡La misma! -dijo la mujer, que digo yo que la conocería.
En verdad, Jacinto tenía una lengua muy larga, que le revertía de la boca cuando estaba distraído, y que le valiera muchos arrestos cuando hizo el servicio militar en Zamora 8, en Lugo. Y ahora, desde que era paraguas, o habitaba el paraguas, aún le creciera más con el ejercicio que hacía sacándola para decir que estaba allí, y con las caricias que hacía a los parientes, e incluso a las vacas, de las que se alimentaba directamente, mamando sabroso.
-¿Por qué no anda con él por las ferias? -preguntó Guerreiro, que ya estaba pesaroso de haber echado una peseta en la boina del cuñado de Jacinto.
-No quiere mi hermana, que hasta duerme con el paraguas. ¡Después de todo es su marido!
El cuñado de Jacinto dijo que iba a hacer un descanso, y se despidió de Guerreiro, quien siguió camino. Los dos cuñados quedaban hablando. El paraguas debía decir algo que al otro no le gustaba, que el pequeño del bigote le dio una bofetada. El paraguas gritó algo que Guerreiro no pudo entender. La discusión prosiguió, y Guerreiro apuró el paso, no fuera a verse metido en un lío. Llovía en aquel alto de Arís, en la banda del Arneiro oscuro. Guerreiro, antes de iniciar el descenso a Lombadas, se subió a una roca, y vio cómo el hombre del paraguas abría éste, con bastante esfuerzo, y se metía debajo. El paraguas comenzó a volar sobre las ginestas en flor. Volaba contra viento, llevando al cuñado montado en la caña. Guerreiro no se pudo contener y gritó con todas sus fuerzas:
-¡Señor Jacinto!
Algo rojo lució en el puño del paraguas, por entre las piernas del cuñado de Jacinto. Era la lengua, sin duda. Luego Jacinto pegó un gran salto, y siguió viaje. Según Guerreiro hacia Guitiriz o La Coruña.

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