Pasolini frente a la tumba de Gramsci en el cementerio inglés de Roma |
Pier Paolo
Pasolini pasa por ser uno de los hombres más libres que se han
paseado por Europa a lo largo del siglo XX. Pero este comentario no
tendría el menor sentido si no hubiera hecho de su libertad y de su
conciencia crítica una bandera tan bien ceñida que lo condujo hacia
una muerte tremebunda un fatídico dos de noviembre de 1975 en las
playas de Ostia. Hay quien achaca su trágico asesinato a oscuros
complots vaticanos, a indeterminadas conjuras políticas, a vendettas
de todo tipo y razón. No importa. Pier Paolo trató de derruir todas
las convenciones sociales de un país que había salido del fascismo
pero que seguía encastillado en un catolicismo lúgubre y
cavernario. Nada que ver con su risa, con esa carcajada de luz en la
que se debate toda su obra, ya sea cinematográfica como literaria.
Su homosexualidad, su acerba crítica social, su discurso rupturista,
y su provocación anticapitalista llevada hasta sus últimas
consecuencias no sentaban bien en los cónclaves de la época. Como
se ha dicho, sus días terminaron frente al mar de Ostia, acaso
traicionado por los suyos, hipócritamente llorado (pero celebrado con champán) por sus
adversarios que en esa época tal vez ya lo fuesen casi todos. Nunca un
hombre fuera tan libre y tan odiado. Pasolini nació en la ciudad de
Bolonia, granero del izquierdismo transalpino. Curiosamente su padre
salvó a Mussolini de un atentado y más tarde uno de sus hermanos
murió a manos de los temibles partisanos de Tito, como consecuencia
de las guerras mussolinianas. De niño no tuvo un hogar fijo, de modo
que creció sin unas raíces claras, que trató de buscar en la
patria friuliana (su madre era originaria del Friuli) en cuya lengua
escribió su primer libro de poemas. Tras las fiebres nacionalistas
friulianas se integra en el PCI, si bien sus ideas revolucionarias con
frecuencia chocan contra el aparato del partido. Instalado en esa Roma de los cuentos moravianos, será en 1957 cuando
publica su primera obra notoria, Las cenizas de Gramsci,
dedicada al filósofo comunista siciliano muerto en la cárcel, que
obtiene el prestigioso premio Viareggio. A partir de entonces su
nombre será unos de los puntales intelectuales de la nueva Italia,
surgida de la derrota en Segunda Guerra Mundial. Dos años antes ha editado la
novela Muchachos de la vida y dos más tarde Una vida
violenta, donde asienta su fama de hombre comprometido con las
capas marginales de la sociedad. Teorema, que posteriormente
(1968) llevó a las pantallas con notorio éxito y La divina
Némesis son otros títulos imprescindibles en la bibliografía de
este hombre que practicó con igual afán la poesía, el teatro, el
ensayo filológico y el político y, por supuesto, el cine, con
títulos imperecederos como su ópera prima, Accatone, El
evangelio según San Mateo, Mamma Roma, Teorema,
Trilogía de la vida (integrada por Los cuentos de
Canterbury, El Decamerón y Las mil y una noches),
o Saló o los 120 días de Gomorra... El automóvil que pasó
varias veces por encima de Pasolini, hasta matarlo, no pudo matar sin
embargo, su ejemplo de libertad y de compromiso con las convicciones
personales.
Nosotros hemos
escogido el poema que da título a Las Cenizas de Gramsci, que como su
nombre indica es un homenaje a Antonio Gramsci, el líder comunista
italiano muerto en las cárceles mussolinianas.
Damos la doble
versión bilingüe. La traducción es mía.
Le ceneri di
Gramsci
I
Non è di maggio
questa impura aria
che il buio
giardino straniero
fa ancora più
buio, o l’abbaglia
con cieche
schiarite... questo cielo
di bave sopra gli
attici giallini
che in semicerchi
immensi fanno velo
alle curve del
Tevere, ai turchini
monti del
Lazio... Spande una mortale
pace, disamorata
come i nostri destini,
tra le vecchie
muraglie l’autunnale
maggio. In esso
c’è il grigiore del mondo,
la fine del
decennio in cui ci appare
tra le macerie
finito il profondo
e ingenuo sforzo
di rifare la vita;
il silenzio,
fradicio e infecondo...
Tu giovane, in
quel maggio in cui l’errore
era ancora vita,
in quel maggio italiano
che alla vita
aggiungeva almeno ardore,
quanto meno
sventato e impuramente sano
dei nostri padri
- non padre, ma umile
fratello - già
con la tua magra mano
delineavi
l’ideale che illumina
(ma non per noi:
tu, morto, e noi
morti ugualmente,
con te, nell’umido
giardino) questo
silenzio. Non puoi,
lo vedi?, che
riposare in questo sito
estraneo, ancora
confinato. Noia
patrizia ti è
intorno. E, sbiadito,
solo ti giunge
qualche colpo d’incudine
dalle officine di
Testaccio, sopito
nel vespro: tra
misere tettoie, nudi
mucchi di latta,
ferrivecchi, dove
cantando vizioso
un garzone già chiude
la sua giornata,
mentre intorno spiove.
LAS
CENIZAS DE GRAMSCI
trad.
de manuel Moya
I
No es de mayo
este aire impuro
que aún hace más
oscuro el oscuro
jardín
extranjero, o lo ilumina
con ciegos
resplandores... este cielo
de babas sobre
amarillentos áticos
que custodian en
grandes semicírculos
los recodos del
Tíber, las añiles
colinas del
Lacio... Extiende una paz
mortal, desafecta
como nuestros destinos
entre las viejas
murallas el otoñal
mayo. Sobre él
descansa lo gris del mundo,
el fin del
decenio en el que se nos aparece
entre los
escombros, ya acabado el hondo
e ingenuo
esfuerzo por rehacer la vida,
el silencio,
putrefacto e infecundo...
Tú, joven, en
aquel mayo, cuando aún era un error
la vida, en aquel
mayo italiano
cuando al menos a
la vida se le sumaba el coraje
despreocupado e
impuramente sano
de nuestros
padres -no padre, sino
humilde hermano-
con tu delgada mano
dibujabas ya el
ideal que ilumina
(pero no para
nosotros: muerto tú y nosotros
muertos de igual
modo, contigo, en el húmedo
jardín) este
silencio. No puedes más,
¿te das cuenta?,
que descansar en este sitio
extraño,
confinado aún. Un hastío
de patricios te
rodea. Y, ya sin color,
sólo llega hasta
ti algún que otro golpe de yunque
desde los
talleres del Testaccio, absorbido
por el atardecer:
entre míseras techumbres, desnudos
montones de
latas, chatarra, donde
canta y canta un
muchachote que ya cierra
su jornada,
mientras alrededor va dejando de llover.
II
Tra i due mondi,
la tregua, in cui non siamo.
Scelte,
dedizioni... altro suono non hanno
ormai che questo
del giardino gramo
e nobile, in cui
caparbio l’inganno
che attutiva la
vita resta nella morte.
Nei cerchi dei
sarcofaghi non fanno
che mostrare la
superstite sorte
di gente laica le
laiche iscrizioni
in queste grige
pietre, corte
e imponenti.
Ancora di passioni
sfrenate senza
scandalo son arse
le ossa dei
miliardari di nazioni
più grandi;
ronzano, quasi mai scomparse,
le ironie dei
principi, dei pederasti,
i cui corpi sono
nell’urne sparse
inceneriti e non
ancora casti.
Qui il silenzio
della morte è fede
di un civile
silenzio di uomini rimasti
uomini, di un
tedio che nel tedio
del Parco,
discreto muta: e la città
che,
indifferente, lo confina in mezzo
a tuguri e a
chiese, empia nella pietà,
vi perde il suo
splendore. La sua terra
grassa di ortiche
e di legumi dà
questi magri
cipressi, questa nera
umidità che
chiazza i muri intorno
a smorti
ghirigori di bosso, che la sera
rasserenando
spegne in disadorni
sentori d’alga...
quest’erbetta stenta
e inodora, dove
violetta si sprofonda
l’atmosfera,
con un brivido di menta,
o fieno marcio, e
quieta vi prelude
con diurna
malinconia, la spenta
trepidazione
della notte. Rude
di clima,
dolcissimo di storia, è
tra questi muri
il suolo in cui trasuda
altro suolo;
questo umido che
ricorda altro
umido; e risuonano
- familiari da
latitudini e
orizzonti dove
inglesi selve coronano
laghi spersi nel
cielo, tra praterie
verdi come
fosforici biliardi o come
smeraldi: “And
O ye Fountains...” - le pie
invocazioni...
II
Entre los dos
mundos en los que ya no estamos, la tregua.
Decisiones,
entregas, hoy no tienen más sonidos
que el de éste
del jardín triste y noble,
en el que el
tenaz engaño que atenuaba
la vida, se queda
en la muerte.
En torno a los
sarcófagos no hacen
sino mostrar la
sobreviviente suerte
de gente laica y
sus laicas inscripciones
en estas grises
piedras, recortadas
e imponentes.
Todavía de desenfrenadas pasiones
sin escándalo
arden los huesos
de los
millonarios de las más grandes naciones:
zumban, no del
todo desaparecidas,
las ironías de
los príncipes y de los pederastas,
cuyos cuerpos se
esparcen en las urnas
hechos ya cenizas
pero no castos todavía.
Aquí el silencio
de la muerte es fe
de un silencio
civil de hombres que siguen siendo
hombres, de un
hastío que en el hastío
del jardín,
discretamente cambia: y la ciudad
que, indiferente,
lo aleja en medio
de tugurios y de
iglesias, impío en la piedad
donde pierde su
esplendor. Su tierra
cubierta de
ortigas y legumbres da
esos raquíticos
cipreses, esta negra
humedad que
mancha los muros
en los finos
garabatos de boj, que la tarde
al serenarse
apaga en sobrios
olores a algas...
estas delicadas e inodoras
hierbecillas ,
donde la violeta se hunde
en la atmósfera,
con un escalofrío de menta
o pasto podrido,
y quieta nos anuncia
con diurna
melancolía, la apagada
trepidación de
la noche. De clima
duro, dulcísimo
de historia,
entre estos muros
está el suelo que trasuda
otro suelo; esta
humedad que
otra humedad
recuerda; y resuenan
familiares de
latitudes y horizontes
donde inglesas
selvas coronan
lagos
desperdigados por el cielo, entre praderas
verdes como
billares fosforescentes o como
esmeraldas: "And
O ye Fountains..."-
las piadosas
invocaciones...
III
Uno straccetto
rosso, come quello
arrotolato al
collo ai partigiani
e, presso l’urna,
su terreno cereo,
diversamente
rossi, due gerani.
Lì tu stai,
bandito e con dura eleganza
non cattolica,
elencato tra estranei
morti: Le ceneri
di Gramsci... Tra speranza
e vecchia
sfiducia, ti accosto, capitato
per caso in
questa magra serra, innanzi
alla tua tomba,
al tuo spirito restato
quaggiù tra
questi liberi. (O è qualcosa
di diverso,
forse, di più estasiato
e anche di più
umile, ebbra simbiosi
d’adolescente
di sesso con morte...)
E, da questo
paese in cui non ebbe posa
la tua tensione,
sento quale torto
- qui nella
quiete delle tombe - e insieme
quale ragione -
nell’inquieta sorte
nostra - tu
avessi stilando le supreme
pagine nei giorni
del tuo assassinio.
Ecco qui ad
attestare il seme
non ancora
disperso dell’antico dominio,
questi morti
attaccati a un possesso
che affonda nei
secoli il suo abominio
e la sua
grandezza: e insieme, ossesso,
quel vibrare
d’incudini, in sordina,
soffocato e
accorante - dal dimesso
rione - ad
attestarne la fine.
Ed ecco qui me
stesso... povero, vestito
dei panni che i
poveri adocchiano in vetrine
dal rozzo
splendore, e che ha smarrito
la sporcizia
delle più sperdute strade,
delle panche dei
tram, da cui stranito
è il mio giorno:
mentre sempre più rade
ho di queste
vacanze, nel tormento
del mantenermi in
vita; e se mi accade
di amare il mondo
non è che per violento
e ingenuo amore
sensuale
così come,
confuso adolescente, un tempo
l’odiai, se in
esso mi feriva il male
borghese di me
borghese: e ora, scisso
con te - il
mondo, oggetto non appare
di rancore e
quasi di mistico
disprezzo, la
parte che ne ha il potere?
Eppure senza il
tuo rigore, sussisto
perché non
scelgo. Vivo nel non volere
del tramontato
dopoguerra: amando
il mondo che odio
- nella sua miseria
sprezzante e
perso - per un oscuro scandalo
della
coscienza...
III
Un trapo rojo
como el que se ponen
al cuello los
partisanos
y junto de la
tumba, sobre la tierra calcinada
distintamente
rojos, dos geranios.
Allí yaces,
alejado y con sobria elegancia
no católica, en
el catálogo de los extraños
muertos: Las
cenizas de Gramsci... Entre la esperanza
y la vieja
desconfianza, me acerco a ti,
llegado por azar
hasta esta pobre tierra, frente
a tu tumba, a tu
espíritu prendido
aquí abajo entre
estos liberados (O es que hay algo
distinto, acaso,
de más extasiado
y también de más
humilde, ebria simbiosis
de adolescente
entre sexo y muerte...)
Y desde este país
en el que no obtuvo descanso
tu tensión,
siento qué error
aquí en la
quietud de las tumbas -y también
cuánta razón
en nuestra inquieta suerte-
tuviste al
escribir las supremas
páginas en los
días de tu asesinato.
Aquí para
prestar testimonio de la semilla
no esparcida
todavía del antiguo dominio,
estos muertos
aferrados a una hacienda
que hunde en los
siglos su abominación
y su grandeza: y
juntos, obseso,
ese vibrar de
yunques en sordina,
sofocado y
tristísimo del modesto
barrio para dar
testimonio del fin.
Y aquí estoy...
pobre, vestido con los paños
que los pobres
miran en los escaparates
de grosero
esplendor, y que han perdido
la suciedad de
las calles más perdidas,
de los asientos
de los tranvías, de cuya extrañeza
es mi día:
mientras son cada vez más ralas
estas vacaciones,
en el tormento
de mantenerme con
vida; y si me da por amar
el mundo no es
más que por un violento
e ingenuo amor
sensual
como en un tiempo
de confusa adolescencia
lo odié, cuando
el mal burgués me hería
como burgués: y
ahora, dividido
-contigo- ¿no
parece el mundo un objeto
de rencor, y de
casi de místico
desprecio, en la
parte que de él tiene el poder?
Aun así,
subsisto sin tu rigor
porque no elijo.
Vivo en el no querer
de la desvanecida
posguerra: amando
el mundo que odio
-en su miseria
insolente, perdido- por un oscuro escándalo
de la
conciencia...
IV
Lo scandalo del
contraddirmi, dell’essere
con te e contro
te; con te nel cuore,
in luce, contro
te nelle buie viscere;
del mio paterno
stato traditore
- nel pensiero,
in un’ombra di azione -
mi so ad esso
attaccato nel calore
degli istinti,
dell’estetica passione;
attratto da una
vita proletaria
a te anteriore, è
per me religione
la sua allegria,
non la millenaria
sua lotta: la sua
natura, non la sua
coscienza; è la
forza originaria
dell’uomo, che
nell’atto s’è perduta,
a darle
l’ebbrezza della nostalgia,
una luce poetica:
ed altro più
io non so dirne,
che non sia
giusto ma non
sincero, astratto
amore, non
accorante simpatia...
Come i poveri
povero, mi attacco
come loro a
umilianti speranze,
come loro per
vivere mi batto
ogni giorno. Ma
nella desolante
mia condizione di
diseredato,
io possiedo: ed è
il più esaltante
dei possessi
borghesi, lo stato
più assoluto. Ma
come io possiedo la storia,
essa mi possiede;
ne sono illuminato:
ma a che serve la
luce?
IV
El escándalo de
contradecirme, de estar
contigo y contra
ti; contigo en el corazón,
en la luz, contra
ti en las oscuras vísceras;
me sé traidor de
mi paterno estado
-en el
pensamiento, en una sombra de acción-
y a él me aferro
en el calor
de los instintos,
de la estética pasión;
atraído por una
vida proletaria
anterior a ti, me
es una religión
su alegría, pero
no su lucha milenaria:
su naturaleza, no
su conciencia;
es la fuerza
originaria del hombre
que en el acto se
ha perdido
para darle la
ebriedad de la nostalgia,
una luz poética;
y no sé decir
otra cosa que no
sea
justo pero no
sincero, abstracto
amor, no triste
simpatía...
Pobre entre los
pobres, como ellos
me aferro a
humillantes esperanzas,
como ellos lucho
cada día por vivir.
Pero en mi
desolada
condición de
desheredado
yo poseo: y es la
más exultante
de las posesiones
burguesas, el estado
más absoluto.
Pero como yo poseo la historia
la historia a mí
me posee y me ilumina,
pero ¿de qué
sirve la luz?
V
Non dico
l’individuo, il fenomeno
dell’ardore
sensuale e sentimentale...
altri vizi esso
ha, altro è il nome
e la fatalità
del suo peccare...
Ma in esso
impastati quali comuni,
renatali vizi, e
quale
oggettivo
peccato! Non sono immuni
gli interni e
esterni atti, che lo fanno
incarnato alla
vita, da nessuna
delle religioni
che nella vita stanno,
ipoteca di morte,
istituite
a ingannare la
luce, a dar luce all’inganno.
estinate a esser
seppellite
le sue spoglie al
Verano, è cattolica
la sua lotta con
esse: gesuitiche
le manìe con cui
dispone il cuore;
e ancor più
dentro: ha bibliche astuzie
la sua
coscienza... e ironico ardore
liberale... e
rozza luce, tra i disgusti
di dandy
provinciale, di provinciale
salute... Fino
alle infime minuzie
in cui sfumano,
nel fondo animale,
Autorità e
Anarchia... Ben protetto
dall’impura
virtù e dall’ebbro peccare,
difendendo una
ingenuità di ossesso,
e con quale
coscienza!, vive l’io: io,
vivo, eludendo la
vita, con nel petto
il senso di una
vita che sia oblio
accorante,
violento... Ah come
capisco, muto nel
fradicio brusio
del vento, qui
dov’è muta Roma,
tra i cipressi
stancamente sconvolti,
presso te,
l’anima il cui graffito suona
Shelley... Come
capisco il vortice
dei sentimenti,
il capriccio (greco
nel cuore del
patrizio, nordico
villeggiante) che
lo inghiottì nel cieco
celeste del
Tirreno; la carnale
gioia
dell’avventura, estetica
e puerile: mentre
prostrata l’Italia
come dentro il
ventre di un’enorme
cicala, spalanca
bianchi litorali,
sparsi nel Lazio
di velate torme
di pini,
barocchi, di giallognole
radure di
ruchetta, dove dorme
col membro gonfio
tra gli stracci un sogno
goethiano, il
giovincello ciociaro...
Nella Maremma,
scuri, di stupende fogne
d’erbasaetta in
cui si stampa chiaro
il nocciòlo, pei
viottoli che il buttero
della sua
gioventù ricolma ignaro.
Ciecamente
fragranti nelle asciutte
curve della
Versilia, che sul mare
aggrovigliato,
cieco, i tersi stucchi,
le tarsie lievi
della sua pasquale
campagna
interamente umana,
espone, incupita
sul Cinquale,
dipanata sotto le
torride Apuane,
i blu vitrei sul
rosa... Di scogli,
frane, sconvolti,
come per un panico
di fragranza,
nella Riviera, molle,
erta, dove il
sole lotta con la brezza
a dar suprema
soavità agli olii
del mare... E
intorno ronza di lietezza
lo sterminato
strumento a percussione
del sesso e della
luce: così avvezza
ne è l’Italia
che non ne trema, come
morta nella sua
vita: gridano caldi
da centinaia di
porti il nome
del compagno i
giovinetti madidi
nel bruno della
faccia, tra la gente
rivierasca,
presso orti di cardi,
in luride
spiaggette...
Mi chiederai tu,
morto disadorno,
d’abbandonare
questa disperata
passione di
essere nel mondo?
V
No hablo del
individuo, del fenómeno
del ardor sensual
y sentimental...
otros vicios
tiene, otro es el nombre
y la fatalidad de
su pecar...
¡Pero mezclados
en él como vulgares,
vicios prenatales
y objetivos
pecados! No son inmunes
los externos e
internos actos, que lo hacen
encarnarse en la
vida, desde ninguna
de las religiones
que están en la vida,
hipoteca de
muerte, hechas
para engañar la
luz, para dar luz al engaño.
Destinados para
que sus despojos
sean sepultados
en el Verano, católica
es su lucha:
jesuíticas
las manías que
el corazón dispone;
y aún más
adentro: tiene bíblicas astucias
su conciencia...
e irónico ardor
liberal... y
vasta luz, entre los disgustos
de dandy
provinciano, de provinciana
salud... Hasta
los más mínimos detalles
con que se
pierden, en el fondo animal
Autoridad y
Anarquía... Bien protegido
de la impura
virtud y del ebrio pecar,
defendiendo con
ingenuidad de obseso
¡y con cuánta
consciencia!, vive el yo: el yo
vivo, eludiendo
la vida, llevando en el pecho
el sentido de una
vida que sea olvido
triste,
violento... Ah cómo
comprendo, mudo
en la empapada caricia
del viento, aquí
donde enmudece Roma
entre los
cipreses fatigosamente sacudidos,
a tu lado, el
alma con la que una inscripción escribe
Shelley...
Ah, qué bien comprendo el vórtice
de sentimientos,
el capricho (griego
en el corazón
del patricio, nórdico
forastero) que lo
absorbió en el ciego
celeste del
Tirreno, la carnal
alegría de la
aventura, estética
y pueril:
mientras la postrada Italia,
como si estuviera
en el vientre de una enorme
cigarra, abre los
blancos litorales
dispersos por el
Lacio de veladas multitudes
de pinos,
barrocos, de amarillentos
prados de alfalfa
donde duerme
con el miembro
hinchado entre andrajos
un sueño
goethiano, el joven aldeano...
En la Maremma,
oscuros, de formidables alcantarillas
cuajadas de
orilleras, entre las que resalta con claridad
el nogal, por los
senderos que el pastor
de su juventud,
ignorante, llena.
Ciegamente
perfumadas en las secas
curvas de
Versilia, que sobre el encrespado mar,
ciego, los tersos
estucos,
las taraceas
leves de su pascual
campo
completamente humano
expone,
oscurecido sobre el Cinquale
desenredado bajo
los tórridos Montes Apuanos
los azules
vítreos sobre el rosa... De escollos,
rotos, sacudidos,
como por un pánico
de fragancia, en
la Riviera, blanda,
híspida, allá
donde el sol lucha con la brisa
para dar suprema
suavidad a los aceites
del mar...Y
alrededor zumba con alegría
el extinguido
instrumento de percusión
del sexo y de la
luz: tan acostumbrada
está Italia a
todo esto que no tiembla, como
muerta en vida:
gritan con ardor
desde cientos de
puertos el nombre
del compañero
los jóvenes empapados
en la oscuridad
de sus rostros, entre la gente
ribereña, junto
a los huertos de cardos,
en sucias
caletas...
¿Me has de pedir
tú, muerto austero,
que abandone esta
desesperada
pasión por
seguir en el mundo?
VI
Me ne vado, ti
lascio nella sera
che, benché
triste, così dolce scende
per noi viventi,
con la luce cerea
che al quartiere
in penombra si rapprende.
E lo sommuove. Lo
fa più grande, vuoto,
intorno, e, più
lontano, lo riaccende
di una vita
smaniosa che del roco
rotolìo dei
tram, dei gridi umani,
dialettali, fa un
concerto fioco
assoluto. E senti
come in quei lontani
esseri che, in
vita, gridano, ridono,
in quei loro
veicoli, in quei grami
caseggiati dove
si consuma l’infido
ed espansivo dono
dell’esistenza -
quella vita non è
che un brivido;
corporea,
collettiva presenza;
senti il mancare
di ogni religione
vera; non vita,
ma sopravvivenza
forse più lieta
della vita - come
d’un popolo di
animali, nel cui arcano
orgasmo non ci
sia altra passione
che per l’operare
quotidiano:
umile fervore cui
dà un senso di festa
l’umile
corruzione. Quanto più è vano
in questo vuoto
della storia, in questa
-ronzante pausa
in cui la vita tace -
ogni ideale,
meglio è manifesta
la stupenda,
adusta sensualità
quasi
alessandrina, che tutto minia
e impuramente
accende, quando qua
nel mondo,
qualcosa crolla, e si trascina
il mondo, nella
penombra, rientrando
in vuote piazze,
in scorate officine...
Già si accendono
i lumi, costellando
Via Zabaglia, Via
Franklin, l’intero
Testaccio,
disadorno tra il suo grande
lurido monte, i
lungoteveri, il nero
fondale, oltre il
fiume, che Monteverde
ammassa o sfuma
invisibile sul cielo.
Diademi di lumi
che si perdono,
smaglianti, e
freddi di tristezza
quasi marina...
Manca poco alla cena;
brillano i rari
autobus del quartiere,
con grappoli
d’operai agli sportelli,
e gruppi di
militari vanno, senza fretta,
verso il monte
che cela in mezzo a sterri
fradici e mucchi
secchi d’immondizia
nell’ombra,
rintanate zoccolette
che aspettano
irose sopra la sporcizia
afrodisiaca: e,
non lontano, tra casette
abusive ai
margini del monte, o in mezzo
a palazzi, quasi
a mondi, dei ragazzi
leggeri come
stracci giocano alla brezza
non più fredda,
primaverile; ardenti
di sventatezza
giovanile la romanesca
loro sera di
maggio scuri adolescenti
fischiano pei
marciapiedi, nella festa
vespertina; e
scrosciano le saracinesche
dei garages di
schianto, gioiosamente,
se il buio ha
reso serena la sera,
e in mezzo ai
platani di Piazza Testaccio
il vento che cade
in tremiti di bufera,
è ben dolce,
benché radendo i capellacci
e i tufi del
Macello, vi si imbeva
di sangue marcio,
e per ogni dove
agiti rifiuti e
odore di miseria.
È un brusio la
vita, e questi persi
in essa, la
perdono serenamente,
se il cuore ne
hanno pieno: a godersi
eccoli, miseri,
la sera: e potente
in essi, inermi,
per essi, il mito
rinasce... Ma io,
con il cuore cosciente
di chi soltanto
nella storia ha vita,
potrò mai più
con pura passione operare,
se so che la
nostra storia è finita?
1954
VI
Me voy, te dejo en el atardecer
que, si bien es
triste, desciende con tanta dulzura
para nosotros los
vivos, con la luz de vela
que en el barrio
en penumbra se coagula.
Y lo desordena.
Lo hace aún más grande, vacío
en torno y, más
lejos, lo enciende
de una vida
inquieta, que del ronco
traqueteo de los
tranvías, de los gritos humanos
dialectales,
vuelve un concierto sordo
y absoluto. Y
sientes que en aquellos lejanos
seres que en la
vida gritan, ríen,
en sus vehículos,
en aquellos tristes
caseríos donde
se consuma la infidelidad
y el expansivo
don de la existencia-
esa vida no es
más que un escalofrío,
corpórea,
colectiva presencia;
sientes la
ausencia de una religión
verdadera, no
vida sino supervivencia
-acaso más
dichosa que la vida- como
si de un pueblo
de animales se tratara,
en cuyo arcano el
orgasmo tenga otra pasión
que la del
quehacer cotidiano:
humilde fervor al
que ofrece un sentido de fiesta
la humilde
corrupción. Cuánto más vano es
-en este vacío
de la historia, en esta
zumbante pausa
donde calla la vida-
todo ideal, mejor
manifiesta
la estupenda, la
adusta sensualidad
casi alejandrina,
que todo lima
y sin pureza
enciende cuando aquí
en el mundo, algo
se rompe, y arrastra
consigo el mundo,
en la penumbra regresando
a plazas vacías,
a descorazonados talleres...
Ya se encienden
las luces, salpicando
vía Zabaglia,
vía Franklin, el entero Testaccio
despojado en su
gran, escuálido
monte, las
orillas del Tíber, la negra
profundidad, más
allá del río, que Monteverdi
amasa o esfuma
invisible sobre el cielo.
Diademas de luces
que se pierden
deslumbrantes y
fríos de tristeza
casi marina...
Falta poco para la cena;
brillan los pocos
autobuses del barrio
con pandas de
trabajadores en las puertas
y grupos de
militares van, sin prisas
hacia el monte
que cobija en medio de empapados
escombros y
montones de inmundicia
a la sombra,
agazapadas mujerzuelas
que, airosas,
esperan sobre la basura
afrodisíaca; y
no lejos, entre casitas
furtivas a ambas
orillas del monte, o en medio
de los edificios,
como mudos, unos chicarrones
ligeros como
jirones juegan en la brisa
no ya fría,
primaveral; ardientes
de imprudencia
juvenil su romana
tarde de mayo,
oscuros adolescentes
silban por las
aceras, en la fiesta
vespertina; y
resuenan las persianas
de los garajes
por los golpes, alegremente
si la oscuridad
en serena la tarde,
y en medio de los
plataneros de la piazza Testaccio
el viento que cae
en escalofríos de ventisca
es muy dulce,
aunque afeite los sombreros
y los olores del
Matadero, se impregne
de sangre
putrefacta, y por doquier
sacuda
inmundicias y olor a miseria.
Es un zumbido la
vida, y estos perdidos
en ella, la
pierden serenamente
si el corazón
rebosa de ella: a gozar
miserables, la
tarde, ¡vamos!; y potente
en ellos,
inermes, es para ellos que el mito
renace... Pero
yo, con el corazón consciente
de quien
solamente en la historia ha de tener vida
¿podré alguna
vez actuar con pura pasión
si sé que
nuestra historia se ha acabado?
1954
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