MAJARON














majarón





Manuel Moya

Baile del sol.













Yo lo que quiero, lo único que quiero, es que me dejen en paz.
MOHAMMED CHUKRY

Me liberé y fui
K. KAVAFIS


Para los compas de la “U***”, Luengo, Macarrilla, Maxi, Castaño...













Querido Héctor,

No sabes cómo me alegró tu rápida contestación a mi e-mail. De la gente de la “U***” puedo decirte que sólo he tenido pequeños contactos con Nando “El Sosqui”, después de coincidir con él en Jerte, hará 10 años. A Alesillos, el pelirrojo, me lo encontré en el metro y me dio la impresión de que seguía siendo el de siempre, no sé si me explico. Navas me escribió hace años y me dijo que se había hecho testigo de Jehová y que andaba por Zaragoza. También a Marino, el que se pasaba todo el rato cantando a Sandro Giacobbe, le vi durante una buena temporada, pues vivía (ahora no sé) no lejos de Ciempozuelos, pero luego desapareció o cambió de trabajo o de casa. Y últimamente mantuve contacto con Amarilla, que trabajaba en el hospital de Getafe, con Belenguer, que según creo tiró para Granada. Amarilla tuvo un accidente y anda un poco cojo de una pierna, así que le dieron la jubilación y se compró un apartamento en Cullera, donde vive como Dios. Algún día iré a verle. Tampoco he sabido nada de Juárez, de Maxi o de Castaños, que creo fue alcalde de Viandar de la Vera. Un día, en el periódico, leí un artículo sobre ti y me dije que con esa cara y esos apellidos, fijo que tenías que ser quien compartía cuarto con Majarón, el que perdió la olla y luego montó la que montó -dios, aún me entran escalofríos-, y ya nada fue lo mismo. Pero, claro, tú ya no estabas para verlo y, en cierto sentido, te envidio, porque es jodido ver cómo el lugar donde has pasado los últimos años de tu vida se derrumba de la noche a la mañana. Del resto de compañeros, nada, como si se los hubiese tragado la tierra. ¿Se habrán convertido en sal, habrán perdido la llave, se habrán desvanecido? Ya sin bromas, fueron tiempos duros, pero en el fondo no nos fue tan mal. Al menos yo guardo buenos recuerdos de esos años. RUFINO LUENGO
(e-mail, Ciempozuelos, 3 de marzo de 2012)








Entonces. Justo entonces. Entonces me prometí salir de allí aunque fuera lo último que hiciese en toda mi vida. A bocados, si fuese preciso. Estábamos los dos en la habitación. Yo con el entripado aquel que no me había dejado dormir en los últimos tres días y él a lo suyo, haciendo por milésima vez el as de guía, ¿tú te imaginas, chacho, cuando salgamos de este sitio? 
-Si es que salimos, respondí.
-Alegría, chaval, que papá Ignacio nos mostrará el camino del cielo.
-¿El camino del cielo? El camino de las sombras, querrás decir.
La frase retumbó en mí, como si en vez de una frase fuera una piedra que cayera en el agua helada de un pozo. Booooooom. El camino del cielo y el camino de las sombras, me repetí, y de pronto me imaginé al padre Ignacio, como un pastor, con sus polainas de borrego, su zurrón, su cayado, su honda y su todo, bordeando los abismos, conduciéndonos por el camino del cielo, jo, qué gracia.
-¿De qué te ríes, Troyita?
-Del fuego divino.
Desde la ventana, el pueblo parecía un lagarto pudriéndose al sol. Lo había visto pudrirse allí durante los últimos cuatro años, pero no me acostumbraba. No acababa de acostumbrarme.
-Chacho, tú te imaginas.
-¿Imaginar qué? -respondí casi sin darme cuenta, porque mi cabeza estaba ya ocupada en otras cábalas.
-Coño, que esto se pusiera a arder de buenas a primeras, tú. Los pabellones, el jardín, el estanque, los peces... Como en unos fuegos artificiales, Troyita. Chac, chac, todo ardiendo y nosotros echando leches por esos campos de dios, Troyita, ¿tú te imaginas?, con el corazón capaz de reventarnos dentro del pecho.
Esa frase es la que se me vino a la cabeza cuando una semana más tarde -pero, dios, parecía que hubiera pasado un siglo- vi a aquel tipo tendido sobre el terrazo. Los fuegos artificiales. Troyita, chacho, ¿no te das cuenta?, es gratis soñar. Tú lo que estás es majarón. No era aquella la primera vez que había visto a un muerto tan de cerca, a mis pies. Durante cuatro años y medio había llevado a mi padre agarrado a los huevos y ahora todo lo que quería era desprenderme de aquello, hacer mi camino, empezar en otra parte, muy muy lejos de allí. En fin, los acontecimientos se habían ido precipitando a mi alrededor de una manera que hasta yo estaba sorprendido, porque no dejaba de ser desconcertante que las cosas, generalmente esquivas, tortuosas, poniéndose siempre en contra de nuestros deseos, decidieran tomar ahora los cauces precisos que les había ido abriendo mi imaginación. Porque, de pronto, todo el horizonte nocturno que me había rodeado después de la última conversación con mi madre, se había iluminado como si acabaran de abrirlo con unos alicates. Fuegos artificiales, había dicho Majarón. Durante más de cuatro años me habían tenido allí, chapoteando en el fango, y ahora sólo me quedaba esperar a que llegaran los papeles para marcharme con los del otro ala, y allí acabar de pudrirme de una vez. Porque estaba seguro... ya nadie iba a mover un solo dedo por mí. Después de que el cielo se me hubiera caído encima varias veces a lo largo de las dos últimas semanas, era de imbécil creer en un destino distinto al que tenía asignado. Ya hablaremos tú y yo, me había soltado un par de días antes el gilis aquel y eso sólo podía significar que para mí los días en la U*** estaban contados, pero yo no estaba dispuesto a dejarme cazar así como así, y, en todo caso, tenía que concebir un plan para que, pasara lo que pasara, no me encerrasen donde los locos. Cualquier cosa menos eso. Pero no sabía cómo empezar. Después del lío que había montado mi tía, y que amenazaba con llevarse todo aquello por delante, me veía de cabeza en el mundo de las sombras. En los últimos días, todos andaban muy ocupados tratando de salvar sus culos. Pero cuando había perdido toda esperanza y me veía atravesando ese largo corredor de la demencia y del vacío, me llegó la luz. Querían caldo, pues les lloverían las tazas. El gilis, el primero. Mientras veía a Majarón hacer una vez más el as de guía o ahorcaperros, el nudo que les gusta hacer, Troyita, a los lobos de mar, me golpeó la luz como si viniera envuelta en un guante de boxeo. Y lo curioso es que esa luz, esa misma luz, había estado girando sobre mí los últimos cuatro años, y yo, a fuerza de tenerla tan cerca, tan al alcance de la mano, no la había visto hasta entonces. Dios santo, cómo no se me había ocurrido. Escaparía. Saltaría el muro de la única manera en la que alguien como yo podía saltarlo. Y comencé a dar vueltas y más vueltas al plan, mientras me ejercitaba en el as de guía, Troyita, primero haz un lazo al final de la cuerda, así, ¿ves?, luego pasas el cabo por detrás y lo metes por el lazo, bien, y ahora viene lo difícil porque tienes que pasar... Un plan sencillo, claro, sin riesgos, que dejase las cosas claras desde el principio.
-¿Un plan?, chacho, ¿tú te imaginas?
-¿Cómo que pasar la cuerda por detrás...?
-Pues pasándola, Troya, Troyita, Troya, tríncame la polla, pasándola.













1

Trata de verlo por el lado bueno, cariño. Por mal que estemos ahora, es mucho mejor que entonces, cuando vivía tu padre. No le des más vueltas. Aunque se cansen de decirte, tú sabes mejor que nadie lo que pasó y lo que iba a pasar. Era él o nosotros, Héctor, o él o nosotros, así de fácil. No dejes que nadie te meta basura en la cabeza. Cinco años pasan en un rato, cariño. Cinco años es nada, si lo comparas con la vida. Cuando salga, serás un muchacho. El muchacho más guapo y más alto del mundo, pero no tienes de qué temer. Ya no puede ocurrirnos nada. Pagaremos y viviremos, así de claro. ¿Qué sentido tiene que te pases el rato dándole vueltas a lo que ya no tiene remedio, cariño? Nos queda toda la vida. Trata de verlo por el lado bueno. Que estás en el campo. Que hace sol. Que están llegando las cigüeñas. Eso que me cuentas de los cazadores y los perros persiguiendo las liebres. Es bonito imaginarlo. Al menos tú ves el campo. El cielo rojo que me cuentas. Todo eso, cariño. Cuando vuelvas a abrir los ojos, estaremos juntos. No hay nada que nos pueda separar. Tenemos que ser fuertes. Lo pasado nos ha hecho fuertes. Desde ahora ya no tendremos que temer a nadie. Nos ha costado aprender a ser nosotros. Que no se te olvide nunca esto. Pero, dime, ¿sigue bonito el campo? Es tierra, mamá, sólo tierra. Matas, muchas matas, piedras negras, agujeros, no sé. Un árbol aquí y otro allá. Llano, como la palma de la mano, aunque, a lo lejos, dicen, se ven montañas azules, pero están lejos. Dicen que en invierno se llenan de nieve, pero ahora son azules.
Espérate a que se ponga a nevar, entonces verás lo que es bueno. ¿Peor que en el otro colegio? Bah, mucho peor. ¿Y salen sabañones? Como elefantes, chacho, más grandes que elefantes, me dice Medina, que es de quinto y duerme en mi misma habitación. Medina se lleva todo el rato haciendo los nudos marineros que saca de un libro que le regaló un tío suyo. ¿Es que te vas a meter a marinero? Marino mercante, chaval, para follarme a todas las niñas de todos los puertos, tú. A ver, chaval, ¿tú sabes la diferencia entre marinero y marino?
Pero al menos hay cigüeñas. Eso sí. Son bonitas las cigüeñas. Sí, sobre todo cuando abren las alas y parecen aeroplanos de verdad.
-¿Estás llorando, mami?
Es peor darle vueltas a las cosas, Héctor. No me llames Héctor. Ay, hijo, cómo eres. Tu padre te llamaba Héctor y yo te llamo Héctor, ¿qué hay de malo en llamate por tu nombre? Héctor sólo me lo llama mi madre. Mejor no pensar. ¿Para qué?, ¿qué ganas con eso? Total, las cosas que pasaron, pasaron y por más que uno les quiera dar la vuelta... Ese doctor, como se llame, tiene razón. Al menos en eso, tiene razón. Lo he llamado ¿sabes? Todavía todo está muy fresco, dice. Ya te irá sacando toda esa basura. Por ahora hay que esperar. La mente humana, dice, es como un estanque. Tiras una piedra y se mueve todo el agua, de modo que hay que esperar hasta que otra vez se vuelva tan lisa como un espejo, Hectorcito. Paciencia. Eso me ha dicho. Esperar. Luego, ya hablaremos. Tú haz caso a lo que te digan, aprovecha el tiempo. No descuides, porque tienes que salir de aquí, y no dejaremos que te hundas. Siempre hacia adelante. Eso es. A lo que te queda por vivir. Ahora todo es nuevo. Es normal que te sientas extraño. Un día te volverás a casa. Porque aquí te espera tu casa de siempre, donde volverás a estar con los tuyos.
Todo tiene un límite, Héctor. Mírame a mí. ¿Tú te crees que para mí todo ha sido una fiesta, que no he pasado por pruebas tanto o más difíciles que las tuyas? Hoy todo lo ves negro. Yo también lo veía todo negro. Tenía veinticinco años y no sabía por dónde tirar. Todo se me hacía un mundo, Héctor. Te lo juro. Pero tomé una decisión y salí a flote. Tómala tú. Imagina un estanque tranquilo, de espejo. Imagina que le tiras una piedra y se pone a hacer círculos, ondas. Esa es ahora tu cabeza. Como el agua cuando, plaff, le has tirado una piedra, ¿sí? Tú, trata de mirar hacia adelante. ¿Sabes la historia de Orfeo y Eurídice? Un día te la contaré, descuida. A todos nos han ocurrido cosas. Pregunta a tus compañeros. A ése, ¿cómo se llama? ¿Medina? Sí, a Medina. Pero Medina, está majarón. Todo el mundo se lo dice. ¿Y tú, se lo dices? Le gusta que le llamen Majarón. Él también lo tuvo difícil. Llegó aquí en condiciones mucho peores que las tuyas, Héctor. Pero Medina, Medina... Me ha contado Alesillos, el de quinto, que la madre se metió una botella entera de lejía y se murió... Pero eso nadie lo sabe. Ni siquiera nosotros sabemos eso. ¿Entonces se lo han inventado aquí? Por si acaso, Héctor, tú no te creas nada de lo que te cuenten, ¿de acuerdo?
-¿Y de usted?
Medina duerme conmigo en la habitación. Es alto y fuerte y vale para correr porque dicen que tiene el corazón de una vaca. ¿Se puede tener el corazón del tamaño de una vaca, mami? ¿Y cómo es ese Medina, qué hace ahí? ¿En el colegio, dices? No lo sé. Él no habla más de que quiere ser marino. Le llaman Majarón. Majarón por aquí y Majarón por allá. ¿Y no se pica? ¿Picarse? Él nunca se pica. Le gusta. Lo único que le pasa es que tiene el corazón del tamaño de una vaca y un día, dicen, se le va a salir del pecho, Troyita, como a las liebres.
Eso y que su madre se metió un bote de lejía, ¿tú te imaginas? Pero Héctor, cariño. ¿Tú sabes la diferencia entre marinero y marino? Toca, toca, chaval. Con este corazón soy capaz de follarme a quince tías al mismo tiempo. O cruzarme el Atlántico entero. Estaría bien cruzarse el Atlántico y acabar en América, chacho, con billetes por todas partes y, venga, love mía, aquí invita el Medina. Pero a Medina le falta voluntad. Con los libros, con las carreras, con todo. Con todo menos con lo de pasarse el día haciendo nudos. A veces se lo llevan por ahí, a los campeonatos esos. Pero vuelve sin medallas. ¿Dónde has dejado las medallas, Medina? A ver, chaval, ¿me has visto tú cara de gilipollas de las medallas? Seguro que llegaste el último, Medina, con tu corazón de vaca y todo. Seguro que te sacaron cinco vueltas. Y dale, chacho, dale. ¿Te pregunto yo lo que te pasa cuando vas a ver a ese gordo hijoputa del Iniesta? Me paso por los huevos las medallas, ¿sabes?, así que se las regalo a las chavalitas. ¿A las chavalitas, qué chavalitas, Medina? Sí, qué pasa, a las chavalitas. Dicen que Medina está majarón de la cabeza y por eso se pasa todo el día haciendo nudos, por no hablar de las chavalitas. Es como su obsesión, chacho, ¿tú te imaginas? El padre, la madre, bueno, esas cosas para él no cuentan. Si lo llaman es para decirle que se le ha muerto alguien. Pero a él le da igual. Que revienten, dice, como reventó mi madre, chacho. Borrar lo que no sirve, Troyita. Yo antes era como tú, pero un día me di cuenta que no sirve de nada sufrir. Lo que sirve es follarse a las chavalas, Troyita Troya, tríncame la polla. ¿Sabías que hay siete chavalas por cada tío? ¿Tú te das cuenta? Por eso están deseando que uno se las folle. Siete para cada uno, piensa, piensa un poco. ¿Te has follado a alguna, tú? El día que salga de aquí, no voy a parar de follar en un mes. ¿Y cuándo te irás? Cuando se me hinchen los huevos, chacho.
Tú tómate tu tiempo, Hectorcito. Este sitio no es para ti. Ahí sólo están los que no tienen a nadie y tú nos tienes a nosotros. La familia de tu madre, claro, ni se preocupa ni nada. Como si lloviera. ¿Han venido a verte, Hectorcito? Claro que no. No tienes que hablar. Esa fue la equivocación de tu padre. Cuando se es joven se cometen errores. Uno cree que la vida es uno de esos cuentos de princesas. Pero la vida es dura. Ya te darás cuenta. Ese no es sitio para un niño sensible como tú. Bien que se lo dije a tu madre. Bien que le dije que traerte aquí era desgraciarte. En el otro colegio, al menos... pero, claro. Tú lo que tienes que saber es que yo estaré aquí. Sólo tienes que llamarme, Hectorcito, llamarme. Se me parte el alma de verte en un sitio como éste, tan a trasmano de todo, con todos estos locos por ahí, Hectorcito, con gentuza como ése de la lejía. ¿Medina? Medina, ese. ¿A ti te parece, con todos esos brutos, con todos esos gamberros medio locos? ¿Consiente tu madre tenerte aquí? Con tal de alejarte de nosotros... pero tú, tranquilo, Hectorcito, cariño. No me llames cariño. Ay, mira, bueno, mira que eres arisco, ni Héctor ni cariño, vamos, que ya ni sé... En cuanto tú te decidas... Supongo que no te pegarán, ni te insultarán, ni te dirán cosas esos perdidos. Tú a ésos no les perdones ni una. En cuanto te digan, al director. De cabeza al director... antes de que suceda una desgracia. Hablaré con él y le pondré los puntos sobre las íes. Para que sepa con quién se juega los cuartos, para eso y porque tú no eres un Medina, que no se le olvide.
¿Al director? Pero, chacho ¿tú sabes quién es el director? ¿Tú sabes a qué se dedica el director? Se ve que no conociste al maricón de Fuentes. Una mañana se lo encontraron en el estanque de los peces. ¿Por maricón? Peor, por gilipollas. Un día te contaré. ¿Fuentes era ése que la chupaba por un paquete de galletas? Ese mismo. ¿Y a ti...? Pues claro, tú. Y era gilipollas porque a mí no me gustan las galletas. Se las hubiera dado gratis. ¿Y tu padre, Medina, y tu madre? ¿Ésos? Bah. Dice que está la mar de bien sin ellos. Mi madre se piró. No quería vivir en este sitio de mierda. Pero para vivir no hacen falta los padres. Ya ves los curas. Los padres son igual que los curas, sólo que mucho peor, aunque los curas son todos unos maricones y los padres unos sí y otro no, depende. ¿Los padres...? ¿Para qué queremos a los padres? Mi madre, le digo... Chacho, tú es que estás en babia. Cuando pases a quinto, verás. Los padres son lo peor que le puede pasar a uno. Aquí, por lo menos, hay veces que te dejan en paz. Serán igual o peor de cabrones, pero te dejan en paz. Como si les dieran cuerda, tú. Una vez vino mi viejo a buscarme y acabé majarón perdido. ¿Y entonces para qué te quieres escapar? Por las chavalitas, chacho. Chavalitas que sepan comprenderme, Troya. Que me den cariñito por todos lados, mmmm, y que se dejen follar, que se dejen follar, sí señor. Por los puertos esos, Troyita, ¿tú te imaginas?
-Tú lo que estás es majarón.
-Follar, follar, chacho, hasta que se te salga el corazón por la boca, ¿tú te imaginas?














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Mamá, la pobre, trabaja haciendo camisas en los talleres de la cárcel, pero la van a soltar dentro de un año o dos. Dice que está ahorrando para entonces. Que el tiempo pasa enseguida. Que dos años no son nada. Que puede incluso que antes, mucho antes, le den la condicional. La condicional es que sólo tiene que irse allí a dormir. O algo parecido. Eso es lo que dice Medina, que tiene a un tío preso que le escribe cartas que Medina lee una y otra vez ¿Llamó tu vieja? Cuando seas mayor comprenderás, cariño. ¿Cómo es ese sitio, mami? ¿Te pegan? Es como otro cualquiera, cariño, sólo que no me dejan ir a verte. Pero ¿te dejarán alguna vez? Claro, cariño, me dejarán. Me dejarán.
Un tío de Medina también está en la trena, como él dice. Chacho, está forrado de tatuajes con tías y corazones. Si le vieras, parece un mapa. Todo el cuerpo, tú. Un día se cargó a un puta gasolinero que no quería soltarle la pasta, dice Medina, que a veces habla como un tío duro, y fue y se lo cargó así y asado, como si fuera un pollo. Le gusta hablar así cuando está triste. O cuando no sabe qué va a pasar con él. Mira Troyita, entre ir a donde los locos esos y la trena, yo ni me lo pienso, así que el día que diga hasta aquí llegamos, se va a liar una, que ya verás. Me voy a hacer tatuajes hasta en la polla, chacho. Tú te imaginas. Lo que pasa es que en la trena hay que follarse a todo dios, si no se creen que eres maricón. Se pasan todo el día dale que te pego, tú, y al que no traga le cortan el pescuezo, para que trague, por maricón, a ver si tú vas a ser más guapo. Es lo que me cuenta mi tío, que me dice que mejor aquí, dónde va a parar. La cárcel de las tías deben ser distintas. No se van a poner, tú ya me entiendes. ¿Cómo se van a poner, Majaron? Ay, Troyita, mira que eres sensible. A ti para maricón te falta nada. Pero, bah, yo sólo pienso en escaparme. Chacho, las discotecas, ¿tú te imaginas? Todas esas pibas diciendo fóllame, fóllame, ladronazo, fóllame, verás que gustito. Ah, qué ganas, Troyita, Troya. Sólo de pensarlo. Y si te vas a Francia, entonces, es que no te digo. En el puerto de Marsella, las francesas se pasan todo el rato follando. Mi tío se enroló en un barco y me lo dijo. Las que uno quisiera. De dos en dos, de tres en tres, las que uno quiera, chacho. ¿No lo sabías? No sé de dónde sacan tantas ganas, tú. Mi tío es que no daba abasto con las francesas. Lo perseguían. Lo iban a buscar al barco. A voces, chacho. Para que se las viniera a follar, ¿tú te imaginas? Todo el santo día buscando a alguien que se las empiole, tú. En la calle, en el cine, en donde sea, la cuestión es empiolarse a alguno, no sé cómo pueden. Pero así da gusto, eh, Troyita. Chaval, hay que despertar, eso es lo que nos espera cuando salgamos, decía, mientras trenzaba una y otra vez la cuerda por ver si le salía el margarita, que es de los más complicados. ¿Nadie te ha dicho que estás majarón con tantos nudos y tantas historias? Pues es lo uniquito que le gusta al Iniesta. Eso, dice, los nudos te van a salvar.
-¿Salvar?
-Eso dice, salvar.
A mí lo único que me salva es mamá. Cuando la suelten, vamos a empezar una nueva vida, lejos de aquí, muy muy lejos. En una ciudad con sol, con mucho sol, donde haya palmeras y playas de arena blanca y helados de todos los sabores y unas avenidas largas, con zapaterías y con todo. ¿Y barcos? Y barcos también, cariño, cientos de barcos por todas partes. Y allí vamos a ser felices de una maldita vez, aunque no quieran. Tendremos una casa chiquita pero con mucho sol, llenita de sol por todas partes, cariño. Y tenderemos las sábanas y bajaremos al parque, al súper, y nos compraremos zapatos, cientos de zapatos, cariño. Ya va siendo hora de que seamos felices de una vez por todas. Nadie nos va a fastidiar esta vez, cariño. Porque nos vamos a olvidar de este tiempo de lluvia y de sabañones. Yo, sin embargo, no estoy tan seguro de eso. A ella puede que la suelten, pero a mí me van a tener aquí toda la vida. Pero no se lo digo y le digo que sí, pero algo me dice que no y me voy poniendo triste, cada vez más triste y ella venga a decirme cómo será el parque, que si habrá esto o aquello, o lo de más allá y yo sé que no me van a soltar y estás callado, Héctor, ¿qué te pasa? ¿A ti cuándo?, digo que ¿cuándo te van a dejar salir? Pronto, más pronto de lo que parece, hijo. Estoy trabajando duro aquí. Ganando dinerito, Héctor, para la casa, para todo eso, pero, dime, ¿estás bien?, ¿te tratan bien?, ¿te quieren mucho? Pero no me van a soltar. Estaré aquí hasta que me muera. No como tú, mamá. Ay, cariño.
¿Por qué entonces el doctor Iniesta, una vez al mes, me saca de la clase y se tira todo el rato preguntándome, que le cuente mis pesadillas y mis cosas, como si no se las hubiese contado mil veces? Yo, claro, por fastidiarlo exagero y en cuanto puedo le cuelo lo de la cabeza de papá y le digo que todas todas las noches hace el camino hasta mi mesilla y me pide que me acerque al pueblo a comprarle cigarrillos... ¿La cabeza? La cabeza, claro. Y no se cansa de llamar cacho de cabrón al padre Ignacio. ¿Eso dice?, me pregunta riendo. Eso. Cacho de cabrón, cacho de cabrón. Una y otra vez. ¿No le cae bien el padre Ignacio? Eso parece, claro que sólo es una cabeza. Y a ti, ¿te cae bien el padre Ignacio? Regular, le miento. ¿Cómo regular, qué quiere decir regular? Que tampoco me cae muy bien. ¿Y por qué no te cae bien, si se puede saber? La gente, le digo, te cae bien o mal y el padre Ignacio me cae mal. Usted me cae bien. No como Medina, pero me cae bien. Bueno, eso ya es algo. Antes me caía mal. ¿Cómo que te caía mal?, a ver. Al principio me caían todos mal, incluso Medina, que decían que estaba majarón y me daba miedo, un miedo de morirme dormir en su cuarto. Pero no te pasó nada. Nada. Una noche... Una noche ¿qué? Nada, una noche. Me metían miedo con eso, que si la madre del Medina se había bebido una botella de lejía y se aparecía por la noche, no sé, eso decían y yo me moría de miedo. Ahora ya me he acostumbrado. Aunque un día se presente la madre... Que haga lo que quiera, ya estoy harto del miedo, ya estoy harto de todo. Eso está bien, Capitán América, miedo para qué, de qué. Llevo dos años aquí. Si no dejo de tener miedo, me voy a volver loco, ¿sabe? Y lo último es volverse loco, ¿verdad? Verdad. Hablabas del padre Ignacio. Me cae mal. ¿Pero algo hará para caerte así de mal? A quien le cae mal pero mal es a la cabeza de mi padre. Ah. ¿Quieres contarme algo que no hayas contado nunca a nadie? A veces me vienen las jaquecas. Es como si tuviera un sacacorchos en la cabeza, ¿sabe? O hubiera miles de pájaros volando dentro de uno. Pájaros azules, muy brillantes, de los que se pasan todo el rato metiendo ruido y volando de aquí para allá. A veces los siento durante un día entero. Están dentro de mí. De verdad. Nadie se lo cree, pero es verdad. Medina me dice que aquí me tienen medio drogado y que... Te tienen, ¿quién te tiene? Aquí, no sé, o que todo lo que digo son cuentos, pero no, no son cuentos. Medina... ¿Quién te tiene drogado, Héctor? Miles de pájaros, no le miento. Y luego se van. Me quedo dormido y se van. Yo no me doy cuenta, pero luego quiero devolver. Cuando los tengo dentro, los quiero devolver, pero no puedo. Me dan asco sus alas, sus patas, todo, pero no puedo. ¿Quién te tiene drogado, Héctor? Me dan asco los pájaros, pero más me da la cabeza de papá, ¿comprende? ¿Y entonces no hay nada que me quieras contar? ¿Contar? Ya le estoy contando. Me refiero a si... si todo te va bien, si se portan bien contigo y con los demás, ¿sí? Y entonces caigo en la cuenta. Se me enciende la bombillita y le digo que mejor estaríamos en casa y que si patatín patatán, o le hablo de cuando llegan los cazadores, casi de madrugada, y de los perros y me pregunta que si yo querría ser como uno de ellos o como los cazadores, y le digo que vaya, que a quién se le ocurre, que claro que sí. Un cazador con su escopeta es alguien. No hay más que verlos. Pegando voces, diciéndole a los perros por dónde tienen que tirar, pum pum pum. Y él me dice que ya está bien por hoy y que el próximo día hablaremos sólo de los cazadores, ¿ves? Hasta lo voy a apuntar, Héctor, para que no se nos olvide y me sonríe y me regala un bolígrafo y una tableta de chicles de los que tienen como azuquita blanca por arriba y hacen pompas, los bazoca, eso, y me dice Héctor, como mi madre y sólo por eso me cae bien el doctor Iniesta.
-¿Usted es doctor?
-Sí, claro, Héctor. Es que...
-¿Y cree que voy a salir de aquí?
-¿Salir de aquí? Pues claro. Aquí sólo estarás un tiempo. Luego harás una vida normal. Tendrás una profesión. Harás cosas.
-¿Cómo cosas?
-Serás mecánico o escayolista o un doctor como yo, Héctor. ¿Te gustaría ser doctor?
-Nunca lo he pensado.
-Y llevar una bata blanca.
-Yo lo que quiero es salir de aquí.
Esto, Troyita, es la perra muerte. La vida, te lo digo yo, está ahí afuera. Cuando salgamos, veremos lo que es bueno. Pero tú, ¿te acostarías con una muerta? No sé. Pues yo, ahora mismo. Chacho, por algo me llaman Majarón, por eso y porque me comí aquel pez. ¿Tú te comerías un pez, así, en crudo? El más cabrón de todos. No. De allí me pusieron lo de Majarón, de eso y de estar todo el día haciendo nudos. Me lo puso uno que ya está en la otra parte, figúrate. Tú lo que estás es majarón del culo, Medina. Ma-ja-rón. Me gusta, chacho. Majarón, con acento en la ó. Cada uno es como es. Aquel pez me tocaba los cojones, Troyita. Yo no soy como los demás. A mí, ningún pez me toca las pelotas. De un bocado, entiendes, le arranco la cabeza o los huevos, lo que sea. Por chulo. Un día la voy a armar. ¿Ves estos nudos? Pues un día la voy a formar. Si antes no me largo de aquí, la armo. Cuidado con el Majarón. Acuérdate de lo que te digo, cuidado con el Majarón.
A este sitio sólo vienen los que están pallá. Es como del Estado, pero quienes lo llevan son los curas. El padre Ignacio y los demás. Si uno enferma, lo llevan al pueblo y ya está. A mí ya me han llevado dos veces. Por eso lo conozco. Es un pueblo de ladrillo y de tierra. Tiene una plaza con arcos y un consultorio que está allí, muy muy cerquita, con un retrato del viejo ese y un cartel de las enfermedades del tabaco y otro con los dientes pintados y otro con un ojo a lo vivo, ¡qué asco! A veces pienso que los que están allí, conmigo, esperando el turno, son los cazadores. Los miro y me figuro que son los cazadores. Los que cuelgan a los perros cuando ya no sirven. Los que les pegan un tiro cuando ya no sirven. Si uno lo piensa, dan miedo, pero en realidad no dan miedo. Son gente normal. Casi dan pena. Como usted, quiero decir, que no es que sean distintos. Como mi padre. ¿Y cómo era tu padre, Héctor? ¿Qué recuerdas de él? La tía dice que era un hombre bueno. ¿Un hombre bueno? ¿Por eso nos zurraba tanto? ¿Todavía te hace daño recordarlo? Mi tía lo repite una y otra vez, siempre que me llama, como si repitiéndomelo, me pudiese olvidar de todo. Llevo aquí dos años y medio, y todo sigue tan claro como el primer día. Mira, Capitán América, las cosas cuestan. Nada es fácil, ¿sí? No es decir se acabó y se acabó. No se trata de olvidar, sino de dar un paso. De enfrentarse a los fantasmas. De pensar en el día que vas a salir por esa puerta. En el día que tu madre venga a recogerte y juntos os vayáis de aquí. ¿Has pensado alguna vez cómo quieres que te encuentre ese día? ¿Querrás que no pueda llevarte? ¿Querrás que te tenga que traer de nuevo? ¿Traerme? Todo depende de ti, Héctor. Tienes que romper por algún lado. ¿Sabes lo que significa romper? Es como si dentro tuvieras una herida y al cabo del tiempo, de mucho, mucho tiempo siguiera sangrando. Chorros de sangre, Héctor. ¿Comprendes? Pero nosotros no podemos entrar y coserte, ¿sí?, porque la herida no está en el cuerpo. Si estuviera en el cuerpo, abriríamos. Tu herida está en la mente y ahí no hay tijera ni bisturí que pueda penetrar ¿entendido? Por eso todo depende únicamente de ti. Imagina que te hubieras tragado la llave de tu casa. Eso es. La llave de tu casa. Que la tuvieras en el estómago haciéndote daño, que estuvieras en la puerta de tu casa y no pudieras entrar en ella. Que hiciera frío o dentro estuviera tu madre, tirada en el suelo, y por mucho que aporrearas la puerta, no te escuchara. Imagina, Héctor.
¿También a ti te ha soltado lo de la llave? Chaval, tú, ni caso. Tú, lo primero que se te ocurra. Si él va por un lado, tú por el otro. Ése es el que nos tiene cogidos por los huevos, Troyita. Si quisiera, todos estaríamos por ahí, con las tías y todo eso, ¿tú te imaginas?, pero no quiere, porque si lo quisiera se quedaría sin trabajo y se tendría que ir a trabajar con ésos al campo. No te fíes ni un pelo de ese gordo maricón. Él consiente todo lo que ocurre aquí. De sobra lo sabe y lo consiente. Yo lo vi cómo arrastraba por el pasillo a Fuentes vestido de Sisiemperatriz, yo vi cómo lo tendía en la cama, Troyita, te lo juro, como te estoy viendo a ti. Tú no habías llegado. Una tarde me cogió en el despacho y me infló a hostias. Usted, ¿qué es lo que va contando por ahí? Desde entonces, como si se hunde el colegio, tú. Al Gordinflas, tú y yo le importamos un carajo, Troyita. Nos tiene trincados por los huevos. Él es el que firma si estamos para irnos o estamos locos, tú. Así que le cuentas lo primero que se te ocurra. Que te follas al Cristo de la capilla, que se te aparecen fantasmas, que te la chupa una orangutana, pero ni una palabra de lo que pasa aquí. A mí también me quería engatusar. Y yo, como un imbécil, le dije que no había derecho con lo del Fuentes. Creía que así me iba a sacar. ¿Sacar? Casi me sacan a hostias, chacho. Él lo que quiere es que nos pudramos aquí, para poder seguir con el chollo. Él y el padre Ignacio, Troyita, tal para cual. Que no saldremos de aquí. Que nos darán por culo una y otra vez hasta que nos revienten, Troyita, métete eso en la cabeza, hasta que nos revienten.
¿Sabías que Héctor fue un gran héroe de Troya? Un tipo que se enfrentó a su destino. Que luchó a sabiendas de que perdería, de que moriría incluso. ¿Y murió? Claro que murió. A manos de Aquiles, el de los pies ligeros. ¿Y entonces?, quiero decir, ¿dónde está la gracia? En eso precisamente, en enfrentarse a su destino... ¿Y tirarse por una ventana, y toquetear a los alumnos es también enfrentarse a ese destino? No sabría decirte. Yo pienso que no, pero ¿tú, qué piensas?
-Yo no pienso nada.
-Mírame, Héctor. Mírame bien. ¿Qué has querido decir exactamente con toquetear...?
-...lo dije por decir.
-¿Alguna vez piensas en tu padre?
Mira Hectorcito, cariño. No me digas cariño. Por qué no... Porque no quiero que nadie me diga cariño. Sólo mi madre... No todos los hombres son fuertes. No todos toman las decisiones acertadas. Tu papá se equivocó casándose con tu madre. Todos nos equivocamos. ¿Tú no te has equivocado nunca? ¿Entrar aquí no ha sido una equivocación? También tú te equivocas. Y equivocarse no es ser malo, ni ser peor que los demás, Hectorcito, métete eso en la cabeza. Tú te equivocarás. Nosotros nos equivocamos. Tu papá fue un hombre bueno, bueno de verdad, pero tu madre, Hectorcito, no hacía más que gastarse el dinero de la familia en zapatos y en la buena vida, así que el pobre qué iba a hacer, desesperado como estaba y con un hijo que criar y toda la depresión, Hectorcito, toda la depresión en lo alto.
-¿La depresión?
-Ay, hijo, a veces, no sé, pareces tonto. Esas pastillas te están matando. O este sitio de locos. Otra de sus ocurrencias.
-¿Qué tiene que ver mamá?
¿No me vas a negar que quien te metió aquí fue tu madre? Tu madre, tu madre, a ver si te enteras de una vez, Hectorcito. La que tanto te quiere, la santa, la que no mata ni una mosca, ya ves tú, Hectorcito, ésa, la que te tiene sorbidito el seso, ésa, la que hizo lo que hizo con tu padre. Si no fuera por ella, estarías con nosotros. En una casa. En un sitio. Con tu familia. Con los de tu sangre, Hectorcito, aunque... Tú eres de los nuestros, Hectorcito, métete esto en la cabeza. Si tú lo quieres, te sacaremos de ahí mañana mismo, cuando tú digas.
-¿Cuando yo diga?
-Cuando tú digas. Ahora sólo tienes que ser el niño más fuerte del mundo. No dejarte pisar por nadie. Ni por tu madre ni por nadie. Que no te pase como a tu papá.
-Yo sé lo que le pasó a mi padre.
-Tú no sabes nada, Hectorcito. Eras un crío. No sabías ni sabes lo que es la vida.
-¿La vida?
¿Eso te dice, cariño? Tendré que hablar con el director, o con ése, cómo se llama, Iniesta. Sí, con ése, el Iniesta ese, sí. Seguramente un día lo comprenderás todo. Por lo que pasamos juntos. Pero la vida siempre reserva una segunda oportunidad. Con tu padre creí que todo lo arreglaría la paciencia, pero hay que tomar decisiones, hijo. De haberme quedado quieta, ahora los muertos... Pero no hay ni que pensar en eso, sino en el día que todo se acabe. ¿Sabes?, aquí hay también pájaros. Gaviotas. Pájaros marinos. Llegan hasta el vertedero y forman nubes negras. Y hacen un ruido horrible. Dan miedo, cariño. De pronto piensas que se podrían echar sobre nosotras. De puro hambre, de lo que fuera. ¿Tantas son? Mil, dos mil. Puede que muchas más. Yo a veces siento que tengo pájaros dentro. Con las jaquecas. ¿Has vuelto a ver a los cazadores?
-¿Me quieres todavía?
-¿Por qué preguntas eso?
-Porque ya ha hecho tres años. Tres años y casi tres meses.
-¿Eso es mucho tiempo, mamá?
-Para mí, cariño, hace un siglo.
De chico era propio a ti. Como dos gotas de agua, Hectorcito. Débil. Rubito. Pasmado. Con el miedo metido en el cuerpo. Después cambió, porque la naturaleza es la naturaleza. No supo cómo salir del embrollo en el que le había metido tu madre.
-¿Embrollo?
-Cuando papá conoció a tu madre, ella ya había rodado lo suyo. Lo cazó como si fuera una de esas liebres que andan por el campo. Así de fácil.
-Mi padre no está. Se fue. A veces, por su culpa, me vienen pesadillas. Pero no está. No quiero hablar de él. Si todos dicen que aquello ya pasó, por mí conforme. Pasó.
A ver, antes de acabar, tienes que explicarme lo de la ventana y también lo otro. Lo dije por decir. Si no quieres hablar, lo dejamos, pero acuérdate de Héctor, el héroe de Troya. ¿Al que mataron? Lo mataron, pero luchó hasta el final, ¿recuerdas? ¿Y de qué sirve? ¿Tú has visto a las liebres ésas que me cuentas? Claro. ¿Tú crees que tienen alguna posibilidad de escapar de los cazadores? No lo he pensado. ¿Sabes cómo mueren? No. ¿Cómo crees tú que mueren? ¿Del miedo? No. ¿De los cartuchos? No. ¿De qué? De que los perros les revientan el corazón. El corazón les estalla, buuumba, así mueren. ¿Tú crees que tienen alguna oportunidad?
¿Y tú, qué le contestaste, Troyita? Que no sabía, que no lo había pensado, qué le iba a decir. ¿Lo ves? Ése está de parte del padre Ignacio y la de todos. ¿Tienes pensado ya cómo te quieres escapar?
-El día que pase, lo sabrás.
















4





5

Ya le he dicho que mi padre nos zurraba de lo lindo, como loco, hasta casi matarnos a los dos. Apenas sentía que se abría la puerta de la calle, corría a meterme debajo de las mantas, o debajo de la cama, cuando ya no sabía qué hacer con tanto miedo y sentía que me meaba encima, y él gritaba que dónde se ha escondido ese mariconazo, a ver dónde se ha metido ese bujarrón de mierda. El corazón, se lo juro, se me salía por la boca. Héctor, por favor, al niño no, el niño no tiene nada que ver, gritaba mi madre. El niño no tiene culpa. El niño no tiene ninguna culpa, ¿entiendes? ¿Culpa?, dime Héctor, dónde crees tú que estaba la culpa. No lo sé. ¿En el vino, en la niebla esa que dice mi tía? Un día voy a cometer una barbaridad, te enteras, puta de mierda. Eso decía, puta de mierda, buscona y a mí maricanda... Y cosas mucho peores. Calla, calla, haz el favor, Héctor, suplicaba mi madre. ¿Que me calle, que me calle, dices? ¿Que yo me calle? ¿Me estás diciendo que me calle? Me cago en Dios, ¿me estás diciendo que me calle? Encima me tengo que callar, decía, no tienes bastante con joderme vivo, y encima me tengo que callar. ¿Y tú, qué hacías? Yo no podía hacer nada. Me temblaba todo. Creía que... Tenía ocho, nueve años. Podía saltar por la ventana. Era un bajo. Lo pensaba muchas veces, hoy me salto por la ventana y se acabó todo. Me salto y desaparezco. Si me mato, mejor, si me rompo una pierna o me descalabro, mejor, mucho mejor, ¿entiende?
¿Y por qué no saltabas, gili? Me quedaba como paralizado. Creía que si me ponía de pie, me escucharía. Es como si estuviera hecho de agua, y no tuviera fuerzas. Como si el miedo me trincara fuerte por los pies, como una raíz. ¿Y entonces? Yo, desde la cama, lo escuchaba bramar como un toro, cada vez más alto, cada vez más violento, hasta que empezaba a tirar cosas. Por favor, por favor, lloraba mi madre, por favor, Héctor, no nos hagas esto. No, no, pero su voz era cada vez más débil. ¿Y tú, qué hacías, chacho?, procuraba no respirar, aguantarme la respiración como si estuviera muerto, sí, como si al no respirar, no existiera, como si la muerte me volviera invisible, pero no, cuando se hartaba de tirar cosas, preguntaba por mí, que por qué no estaba allí cuando él llegaba, que qué clase de mariconazo era y yo me meaba encima. Esas cosas. Y luego entraba en el cuarto, encendía la luz y mi madre le decía que no, que no, que no, que me iba a matar y yo me meaba otra vez, me meaba y no podía hablar y me daba igual que me pegara porque estaba hecho de agua y el agua corría calentita pierna abajo... Chacho, tú estás Majarón, requetemajarón, pues no dice que estaba calentita. Conmigo la tenía que dar ese cabrón. ¿Te acuerdas del pez? Pues tu padre iba a ser lo mismo que el pez. ¿Te lo hubieras comido? Me lo hubiera comido, Troyita, me lo hubiera zampado hasta las uñas de los pies si hiciera falta, por cabrón y por chulo, o le hubiera hecho el as de guía y lo hubiera colgado de la ventana, como a un perro, tú, así iba a saber, se iba a entrar, Troyita, tú no sabes quién soy yo. Por cabrón. Por chulo. Yo no podía, Majarón. Tenía nueve o diez años. Me meaba y sentía el calorcito, ¿Tú nunca te has meado encima? Sólo quería que todo acabase cuanto antes... Lo uniquito. Cuanto antes. Pues sí que era cabroncete tu viejo, tú.
¿Y ahora, puedes dormir? Ahora sí, sólo que el Medina a veces se despierta. Dicen que está majarón. Tiene sueños raros. Sueña con mujeres. Eso dice. Y con barcos. Es un forofo de los barcos. ¿Cuántos años tiene ese Medina? Está en sétimo, como yo, pero ha perdido tres, así que calcula. Tendrá quince. Quince o por ahí. Hace todo lo que puede por repetir. No se quiere ir con los mayores. Los curas le dicen que como no apruebe, lo meterán con ellos, pero él dice que no quiere irse y que si no aprueba, no podrán llevárselo, que eso está en la ley. Que hay una ley, no sé. Y mientras, está conmigo. ¿Y qué hace? Hacer no hace nada, sólo nudos. Le da por hacer nudos marineros. Que si el trinquete, que si el nudo de sangre, que si el nudo de estacha, que si el lazo del ahorcado, que si el as de guía... Dicen que tiene un corazón como una vaca. De grande, digo. Y se va por ahí a hacer atletismo. Eso dice. Atletismo, pero luego no trae medallas. Alesillos, el pelirrojo de mi clase, dice que de atletismo nada, que va a ver a sus abuelos. Pero Alesillos siempre está poniendo pegas a todo. Se cree el más listo. El padre Ignacio lo pone como ejemplo. Que si Alesillos por aquí, que si Alesillos por allá. El caso es que Medina no trae medallas. Nunca trae medallas, pero no se cansa de decirme que se lo ha pasado bien y que se echa novias por ahí, que todas están loquitas por él. ¿Y tú, le crees? Me da igual creerlo o no. Son cosas suyas. Me gusta oírlo, eso sí. ¿Y has vuelto a ver los perros, cariño? Hace dos o tres semanas que no vienen. La última vez vi por fin a la liebre. Estuvo veinte minutos por lo menos, hasta que se quedó parada y uno de los perros le echó mano al cuello, pero igual se paró porque le reventó el corazón, vete tú a saber. ¡Si vieras cómo pataleaba, lo que chillaba! Me daban escalofríos, mamá. Pero es la caza, hijo. La gente sale a cazar y luego se comen las liebres. ¿Tú te imaginas lo ricas que tienen que estar? A mí me daría cosa. No seas tonto, cómo te va a dar cosa. Las liebres de campo son un manjar y están hechas para que uno se las coma. En todas las ventas las ponen con salsa y con todo, cariño. ¿Tú has comido liebres? Claro, como todo el mundo. ¿Y a ti cuándo te van a soltar, mamá? Ya mismo, niño. Ya mismo. No me digas niño. ¿Qué te digo entonces? Sabes, en cuanto salga... tengo dinero ahorrado. Una cuenta. Ni te imaginas cuánto tengo ya ahorrado, Héctor. Para los dos, para ti y para mí. Para irnos a un sitio que nadie sepa. Para eso mismo... Tú y yo solos, ¿qué te parece?
Me arrastraba por los pies y me soltaba diez, quince sopapos mientras mamá, con la cara reventada, llorando y pidiéndole que me dejara, se le ponía delante, que no seas bruto, que me lo vas a matar, déjalo, me lo vas a matar y entonces él se la quitaba de encima de un manotazo y ella caía como desparramada sobre mí, sobre el rincón, sobre la mesilla y él resoplaba, gritaba que le habíamos jodido la vida, que éramos unos no sé qué, porque yo no lo entendía, gritaba y yo no lo entendía, que si no era hijo suyo, que si era hijo de no sé quién, que un niño tan mariconazo no podía ser su hijo. ¿Te hace mal hablar sobre esto, Héctor? Hoy no, hoy quiero hablar. ¿Te sientes mejor, más ligero? No sé, sólo que encontré a mamá rara y quiero hablar. ¿Qué significa rara? ¿Cuándo la encontraste rara? Ayer, en la conferencia. No sé, no me dijo, no me preguntó. Yo la noté como distinta. Como si supiera algo y no quisiera... no sé, rara, sólo eso, rara. ¿Sabe lo que le quiero decir?
Pero tu papá fue bueno, porque tu papá, no tengas dudas, se hubiera dejado matar por ti... se equivocó con tu madre, eso es lo que pasó. La gente se equivoca. Ya lo irás comprendiendo, Hectorcito, la gente se equivoca, y no por eso es mala. Todos nos equivocamos. Tú, por ejemplo. Pero no, no me equivoco, era así un día sí y el otro también. Nos zurraba de lo lindo hasta no quedar una silla con las patas en su sitio o un plato sano. Y mi madre lloraba y tenía que ir a pedir dinero para comprar más platos, y yo iba con ella y sé lo que me digo. Pero eso, dicen, debo olvidarlo, eso tengo que quitármelo de la cabeza porque tu padre, Hectorcito, a ver cuándo te metes eso en la cabeza, era un hombre bueno, sólo que le entraba la ventolera del vino por causa de tu madre y eso es sólo para quien sabe qué infierno es ése. Un buen hombre, me digo, que nos mataba de hambre y de patadas y que vendía los muebles para seguir bebiendo y pegándonos. Pero, ay hijo, no pienses en eso, me dice. Tú sabes que eso no es verdad. Que te lo han metido en la cabeza. El cura ese. Ese maricón, porque Hectorcito, a ver si te enteras que ese sabelotodo es un mariconazo perdido. ¿Tú has visto cómo habla? El tonito, la cosita esa. Las barbaridades que suelta. Que si el siquiatra cree o deja de creer, que si lo mejor es que no te llamemos en una buena temporada y que, luego, cuando ya estés preparado. Preparado ¿para qué? Para que ya no nos reconozcas, ni nos quieras, Hectorcito, ni nada de nada. Figúrate, que te dejemos en ese sitio, como a un perro. Se nota que es maricón y que no tiene familia. Pero tú no querrás que te dejemos aquí como a un perro, ¿verdad Hectorcito? ¿No dices nada? ¿Encima que me preocupo, no dices nada? Tu madre, tu madre es la que nos ha puesto a todos en esta situación. Ay, Hectorcito, ¿qué va a ser de ti? ¿Qué va a ser de ti sin la familia, sin tu casta, sin tu gente, sin los que nos desvivimos por ti? Algún día serás grande y entonces comprenderás. ¿Comprenderé entonces? Cuando sea grande y también yo tenga una familia y una mujer y un hijo, entonces ¿sabré qué me quieren decir?, porque tú te pondrás bueno, ¿bueno?, y tendrás una familia y una mujer buena y guapa, y un hijo inteligente y bueno. Entonces comprenderé. Comprenderé todo el daño que me han hecho. Toda esta basura que me han metido en la cabeza. Ahora, Hectorcito, hijo, todo es muy reciente y yo soy muy chico y lo que tengo que hacer es crecer, crecer y hacerme un hombre y olvidar las cosas y comprender y recordar a tu padre, que era un hombre de una vez y que te quería con locura, Hectorcito, y ya verás cómo buscamos la manera de sacarte de ahí y todo será distinto y serás un niño como todos los demás, Hectorcito, como dios manda y te olvidarás de todo y de ese sitio horrible, Hectorcito, y de lo que te han metido esos dos en la cabeza, y de todo eso que te dan, y para eso sólo tienes que decirles que ya basta, que te dejen en paz con esas historias.
-¿Historias?
-Tú confía en dios y en tu familia, que es lo que tienes que hacer.
Sí, y que se vayan a mamarla por ahí. Tú lo que tienes que decirle a esa bruja es que te deje en paz. A mí me iban a venir con esas tonterías... Lo que pasa es que no tienes carácter, tú. La próxima vez le dices que venga, que quieres hablar con ella y te haces el majara. No falla. Como si estuvieras hasta arriba de pastillas, chacho. Tú te quedas mirando fijo a un sitio y que hable, que se harte de hablar. Ya se cansará. Se cansan solas. Tú, como si nada. En tus cosas. Majara perdido. O te ríes. Como bobo, jijijí, jajajá, jojojó, como lelo, tú. Te ríes y no dices nada. ¿Quieres una coca-cola?, ¿te saco una coca-cola?, pues bueno. Sólo bueno. O te encoges de hombros. Mejor te encoges de hombros. Eso no falla, Troyita, tú hazme caso. Ni mirarla, como atontolinado. Muchacho, ¿qué te pasa? Y tú a lo tuyo, haciéndote el loco. Voy a vomitar, le dices. En ese momento la tienes trincada por los huevos, no falla, chaval: le dices que vas a vomitar y se acojona viva, tú. ¿Pero tu tía esa está buena, Troyita? Quiero decir buena, buena. Buena para pasársela uno por la piedra, vamos. No sé, no me he fijado. Hace tiempo... Anda que tú. A veces pienso que estás todavía mucho más majara que yo. En eso es lo que hay que fijarse, chaval. Un buen polvo no se le perdona a nadie. Hasta a la cocinera sin dientes me follaba yo. ¿Tú te la imaginas? Ñac. Ñac, ñac. Y además, ¿tú no te has fijado que ya no es tu tía? Y si lo fuera, chacho, mucho mejor. La próxima vez le dices que un compa tuyo quiere conocerla, que si quiere un poquito de cariño. Que conmigo va a ver a dios en colores. Le dices que soy deportista. Con los deportistas, Troyita, es que se derriten. Sí, hombre, enseguida. Tú déjame a mí, verás, verás qué suavecita te la dejo.











6

El campo está ahora nevado. Amaneció así una mañana. Ahora el pueblo se ve como si estuviera aquí mismo. En realidad está igual de lejos, pero es como si lo hubieran acercado, porque se distinguen las paredes y las antenas y todo. También el humo de las chimeneas y las matas y los árboles del campo. Una tarta, dice Medina y es verdad, se parece propio a una tarta. Me gusta la nieve aunque con ella haga frío y no se pueda estar más que en las habitaciones y en el comedor y en el salón de estudio y dentro de las clases. Los días se hacen más largos así, y seguramente habrán muerto los peces. Que se jodan, dice Medina. Medina está raro. Le han dicho que en junio lo pasarán con los mayores. Tiene una perra con el padre Ignacio... Nunca le cayó bien, pero ahora es que anda todo el rato despotricando de él. No hay vez que no lo ponga verde. Ya no habla tanto de las chavalas. Antes es que era siempre. Era gracioso oírlo hablar. Sus burradas, sus cosas. Ahora sólo dice que se quiere escapar, antes de que ese hijoputa -lo dice así- lo meta de cabeza en la otra ala. A ése lo entero yo, dice, la próxima vez se va a enterar de lo que vale un peine. Eso dice. ¿Escapar? Ahora tiene la perra de escaparse y de poner verde al director. En cuanto deje de hacer frío, se pega el piro, dice. Pero antes van a saber quién es el Medina. No conocen a Medina, dice, pero no está como antes, ¿te acuerdas?, cuando todo el rato estaba con lo mismo. Dejó de hacer atletismo y hace por lo menos seis meses que no sale. Es que ya se le han muerto todos, dice Alesillos. Yo creo que es eso. Que no lo dejan salir y está que se sube por las paredes. No sé, puede ser. A ver si en junio ya te cambian de compañero. Pero si Medina es mi mejor amigo aquí. Un tío estupendo. Dicen que está majarón, pero de todos es el menos majarón. Si los grandes no me pegan, es por él. Dice que soy como su hermano, porque él no tiene hermanos y que el que me toque el pelo, es como si le tocasen a él, así que se lo piensan y puedo andar tranquilo. No tiene a nadie. Bueno, tiene un tío, pero a ese no lo van a soltar nunca porque se cargó a un gasolinero. A mí me cuenta trolas y me hace reír. Chacho, al marimacho ese del padre Ignacio me lo voy a comer con papas. Pero yo, con no echarle cuenta. Eso, eso, cariño, tú no le eches cuenta.
Dime, Héctor, por qué no te gustan las navidades. Hace frío. Nieva a veces. ¿Pero no quedamos en que te gustaba la nieve? Durante un día o dos está bien, pero luego te aburres. Y te acuerdas de tu familia, de tus cosas. De todo. ¿Qué es todo? De lo que pasó, de por qué estoy aquí, de todo. ¿No quieres hablarme de eso? ¿De eso, de qué? De lo que pasó, de lo que os ocurrió a tu madre y a ti. Eso es mío. No se lo he contado ni al Majarón. A nadie le importa. Sí a mí, Héctor. Yo sé las cosas, pero quiero que tú me las cuentes. Mi vida es mía, y no le interesa a nadie. Tu vida es tuya, pero... Si lo sabe, ¿para qué quiere que le cuente? Porque mi trabajo consiste en que te liberes de todo ese peso. ¿Y así, contándoselo, me libero? ¿Te acuerdas de cuando te hablé de la llave, de esa llave que tenías dentro de la barriga? Sí. Hazte la cuenta de que hasta que no te saques esa llave, no podrás entrar en tu casa. ¿Y cuál es mi casa? Yo ya no tengo casa. Me refiero a tu vida. Tu casa es tu vida. Sí, pero yo ya no tengo casa. No quiero tener casa. Una vez tuve una casa y no me gustaría volver a tener casa. ¿Lo entiende? La casa de la que hablo es... Hazte cargo de que tienes que recoger todas tus cosas, o rescatar a tu madre, que está encerrada dentro. Mi madre vendrá a sacarme de aquí. Pronto la van a soltar. ¿La van a soltar? Sí, eso me ha dicho. Que la van a soltar y que me vaya preparando. Primero sólo de día, y luego, si todo va bien, del todo. Hombre, esa es una buena noticia, Héctor. ¿Y entonces...? Entonces ¿qué? A lo de la llave, me refiero. ¿Qué ocurre con la llave? Que usted ha dicho que hasta que no me la saque, no podré irme. Yo no he dicho eso, Héctor, pero es conveniente que dejes salir cuanto antes todo lo que tienes ahí encerrado, porque si no te pudres, ¿entiendes? Te pudres. Ya me lo dijo Medina, que usted era como el padre Ignacio o peor. ¿Qué le ocurre al padre Ignacio? Que es maricón, ¿le parece poco? ¿Y eso qué tiene que ver? Que todos son unos maricones, usted, el padre Ignacio, todos... ¿Esas son las cosas que te dice Medina? Eso es lo que digo yo, lo que piensa Medina, Maxi, Castaños, lo que piensan todos. Eso quiere decir que no me vas a contar. Mi madre me sacará de aquí pronto, ¿se entera? A tu madre le gustaría que estuvieras bien para cuando ella venga. A ella le gusto tal como soy. Pero le gustarías mucho más si te quitases toda esa basura de la cabeza.
Y entonces vinieron las navidades. Hacía ya un rato largo que habíamos dejado de cenar. Mamá se miraba las uñas y luego miraba hacia mí, o hacia el plato, y luego a las uñas de nuevo, como si los nervios se la estuvieran comiendo por dentro o le dolieran los ojos, y se frotaba las manos, y se alisaba la falda o el pelo o me sonreía con esa sonrisa que yo conocía tan bien y recogía los platos o miraba al de mi padre, y me preguntaba si me apetecía ir a ver las luces o los portales, porque ya los portales debían estar puestos. Claro que sí, yo había visto el de la joyería Luque cuando volvía del colegio. Era un portal precioso, precioso de verdad, todo de plata, con los turbantes de los reyes pintados de verde brillante, y mamá sonreía, me alisaba el pelo y me decía que en cuanto llegara mi padre, iríamos a verlo y me gustaba que mamá estuviera alegre, nerviosa pero alegre, pero mi padre se retrasaba y entonces ella se encerraba en sus pensamientos y yo la miraba, la miraba y era guapa, muy muy guapa, pero tenía que haber sido más guapa todavía, como la seño de segundo o de tercero, no me acuerdo, con el pelo cayéndole sobre los hombros y esas rebecas azules y esa manera de decir Héctor, hijo, o de cantar muy muy bajito, cuando me iba quedando dormido, como si su calor se me metiera en los huesos y me dejara atontado y calentito, hasta que ya no podía más y ella suspiraba y a mí me venía un escalofrío en el sueño, pero sentía su calor y sentía que los brazos no podían levantarse, sino que se hundían en una leche blanda, en la que flotaba como una pelota y me iba alejando, alejando hasta que no se veía la costa y seguía flotando, calentito, flotando, flotando y nunca nunca se hacía de noche. ¿Y estaba buena? ¿Quién estaba buena, mi madre? No, cojones, la de tercero. La del pelo que le caía por los hombros, Troyita, que pareces bobo. La de la rebeca esa. Era la maestra. Eso ya lo has dicho, ya lo has dicho, la maestra, la maestra, pero te pregunto si estaba buena. ¿Sabes lo que es estar buena? Entonces yo no me fijaba... pero olía bien. Tenía como un olor a leche fría, no sé. A eso olía. Cojones, Troya, a leche fría, ¿tú te imaginas? pero, dime, ¿estaba buena esa tía? ¿Era guapa? Yo no sé qué decirte. Chacho, mira que eres requetebobo. Olía a leche fría y no estaba buena, vamos, tú estás de la olla, Troya Troyita Troya. ¿No sería una vieja cascarrabias y calientapollas? Era guapa y joven y se pintaba los labios. Entonces una calientapollas, fijo, ¿pero, chacho, le viste alguna vez las bragas? ¿Se abría de piernas? Cuenta, cuenta. ¿Quieres que siga o no? Chacho, pero es que eres lento de cojones. Y luego, te dejas lo mejor. Que si tu madre estaba nerviosa, que si el pelo le caía por no sé dónde. ¿A quién crees que le interesa eso, Troyita, lo de la leche fría? Es que estás de la olla. ¿Tú sabías que a las mujeres se las conoce por las bragas? Según las bragas que se pongan, así son. La rojas son bragas de puta. Y las verdes son de tontas del culo. Y las azules, y las de color carne y las blancas, chacho. Las blancas es que quieren bacalao. ¿Y si no llevan? Entonces, tú, más claro agua, que pareces tonto. Pero ¿sigo? Eso son tonterías, pero, bueno, si quieres seguir, dale. Tu padre, dijo en voz baja, rompiendo el silencio, mirando el reloj de pulsera, porque el reloj de la pared hacía meses que lo había roto. Y al cabo de mucho rato escuchamos a mi padre, borracho como siempre, pegando voces por la calle, que si no sé quién eran unos cabrones y que de él no se reía ni cristo, mientras mamá, temblando y nerviosa, me decía que me metiera rápido rápido para el cuarto. Joder, chacho, así que también tu viejo se ponía piripi. El mío se las cogía de cuadritos, el cabrón, pero si hubiera querido levantarme la mano, le rompo los piños con una silla. Allí estuve, escondido debajo de la cama, mientras duró todo. No sé cuánto fue. Mucho, poco tiempo, no lo sé. Hasta que mi madre, cuando ya todo había vuelto a la calma, entró en el cuarto, y me dijo que me vistiera, que nos íbamos a ver las luces. Cuando llegué al comedor, él ya estaba roncando en el sofá tal y como le cogió, vestido, con un brazo caído, rozando con el anillo las baldosas, como si estuviera muerto. Pero roncando. Chisss, susurró mi madre, con el dedo en los labios. No lo despiertes. Y cogió la rebeca de la percha y me puso el abrigo que me dieron, y se volvió a llevar los dedos a los labios (y los tenía como hinchados, azulados, no sé) y me dijo, anda, tonto, vamos a ver las luces de la Navidad, chisssssss y abrió con mucho mucho cuidado la puerta.














7



He vuelto a tenerlas, le digo. Hacía ya tres meses que no volvían a aparecerse las malditas pesadillas. Puede que sea la nieve. Con la nieve es como si el mundo estuviera del revés. El frío. Viene y me dice que ahora trabaja de capataz en unas minas. Está como siempre, pero yo lo reconozco, sobre todo, por la voz. Capataz de las minas. ¿Capataz de qué minas? Será en las minas del infierno, le suelto, y ya es complicado que un hombre pueda trabajar sin la cabeza ni nada, aunque a lo mejor en el infierno eso no importa, porque les deben llegar muchos sin cabeza y ya están acostumbrados. ¿Cree usted en el infierno? Héctor, yo ya no creo en nada. Pero los curas sí creen, ¿no? No sé a dónde quieres llegar. Estaba en mi habitación. Una habitación ni fea ni bonita, una habitación, y tengo los ojos reventados por el miedo de saber que la cabeza está allí delante y que de un momento a otro se va a echar sobre mí, y ahí se acaba todo, siento el pipí tibio tibio y me alivia saber que ya no estoy en el sueño, que ya no está la cabeza, y entonces el doctor me pide que siga, que no me pierda, que es importante lo que le estoy contando, que ahora sí que estoy llegando a alguna parte -cuál, dónde, qué-. Tira de la cuerda, Héctor, sigue tirando de la cuerda, porque has pescado algo gordo. ¿La cabeza? Entonces le cuento que tengo todo el cuerpo en carne viva porque un diablo se me ha metido dentro y ahora no encuentra por dónde escapar. Siento sus latigazos, sus bocados, todo. Pero no queda nada dentro y quiere salir. Siento que va a salírseme de la piel. ¿Y qué sensación tienes? ¿Cuándo? Cuando sale. Me hace daño. Como si me desgarrara. Y no puedo gritar. ¿Por qué no puedes gritar, Héctor? Porque voy a despertar a alguien. ¿A quién? No lo sé. A mí. A mi madre, a Medina, a todos. Volvamos al principio, Héctor, la cabeza... Estoy cansado, me vuelve la jaqueca, doctor. Anota cosas en el cuaderno, como si lo que acabo de soltarle fuese la caraba. Cuando me levanto, echa un vistazo a la grabadora para ver si ha recogido todo y dice, hoy hemos avanzado mucho, Capitán América, te has portado como un hombre. Pero me tienes que acabar de contar lo de la cabeza. Pero ¿usted cree que Dios...?
¿Chacho, de verdad que le has contado todo eso al Gordinflas? Tú lo que estás es majarón del culo. Eso es precisamente lo que quiere para no dejarte salir de aquí. Por eso lo graba, para que no puedas decirle que tú no has dicho eso. Mientras más chifladuras, peor. Tú háblale de las tías, y de lo que te gustaría follártelas, Troyita, esas cosas. Lo tuyo, para ti. Si quiere historias, que se apañe con el Cervera, el Simón o el Ballesteros. A ésos parece que les han dado cuerda, tú. ¿Tú te has fijado cómo está el colegio? Has visto que ya no arreglan nada, que todo se pudre. Pronto echarán abajo la reja y nos llevarán con los locos, con los de la otra parte, Troyita, métete esto en la cabeza. Pero ellos quieren seguir con el chollo, con sus fiestorras y sus cosas, chaval. ¿Qué fiestorras? Las que se montan el padre Ignacio y el Gordinflas, que pareces majarón. Ellos no quieren moverse de aquí. Si los mandan a otro lado, van dados. Allí se los follan vivos. Les tienen ganas en todos lados a esos dos maricones. Aquí cada perro muere por su hueso, chaval. Métete eso dentro de la chola. Yo sólo le cuento sueños. Sueños y lo que quieras, pero en cuanto ponga en el informe que estás de la olla, chacho, vete despidiendo. ¿Y entonces mi madre? Pero, bueno, ya en serio, chaval, ¿tú te crees eso de que tu madre va a pedir tu traslado? Ella no me ha dicho nada. Ni te lo dirá, descuida. ¿Cómo que no me lo dirá? Ésas son las trolas de esos dos. Al padre Ignacio le gustan tiernitos y nuevos, no sé si me explico. ¿Y qué tiene que ver? Que si te quieres ir, vete preparando, chaval. ¿Cómo preparando? Tú es que no te enteras de nada. Muchas cabezas y muchas historias, pero no te enteras que al dire y al Gordinflas les gustan tiernitos. ¿Por qué te crees que me quieren pasar a finales de curso con los grandes? Conmigo no tienen nada que hacer. Ellos lo saben. Me tiran los tejos, pero saben que conmigo no hay nada que hacer. Que se lo hagan con Alesillos, tú. Con el Juárez. Con quien quieran. Chacho, aquí todo lo tienen calculado. O te dejas o te vas, tú decides. ¿Entonces tú...? Yo no le como la polla ni a cristo, ¿te enteras? Yo no le como la polla ni al director ni a nadie, ¿me estás oyendo, Troya?, ¿tú sabes lo que te quiero decir? Un día de éstos me largo. En cuanto haga lo que tengo que hacer. Lo tengo aquí en la chola. El otro día le tuve que parar los pies al padre Ignacio. Te la va a chupar tu puta madre, ¿se ha enterado?, le solté, ¿sabe lo que le quiero decir? Su puta madre. ¿Eso le dijiste? Eso. El muy capullo quería hacer conmigo lo que hizo con Fuentes, que le comiera la polla. Pues te la va a comer tu puta madre. ¿Eso le dijiste? ¿Y qué quieres que le dijera? No sé. Pues es mejor que vayas sabiéndolo, chacho, porque aquí, ya sabes. Pero mi madre... ¿Tu madre? Mi madre, sí, ¿qué pasa? Me río yo de tu madre.
A ver si te enteras, Hectorcito, tú lo que tienes que hacer es plantarte. Lo que pasó, no le interesa a nadie y mucho menos a ese siquiatra. Ya hablaré yo en persona con el director. ¿Qué es eso de ir sacando los trapos sucios de la familia? Quien quiera saber, que se compre un libro. Claro que el director es el peor. Un mariconazo que tira para atrás, Hectorcito. Mucho cuidado con darle confianza. Tú, hola y adiós. Hola y adiós. Será muy director y todo lo que quiera, pero un mariconazo, que no sé cómo le dejan. Tú, callado y en tu sitio. Quien quiera saber, que se compre un libro. Cuando seas mayor, verás las cosas como fueron de verdad. Tu madre y ese como-se-llame te han estado metiendo esas historias en la cabeza y te tienes que olvidar, si quieres curarte y salir de aquí, te tienes que olvidar, ¿me oyes?, Hectorcito, porque uno tiene que mirar hacia el futuro, porque la vida no se queda quieta en el pasado, sino que sigue y uno tiene que olvidar y echarle dos cojones, ay, perdón, a la vida, Hectorcito, eso es, dos cojones, porque todo esto te está haciendo mucho daño. Lo que te han contado. Toda esa basura que te han contado para hacerte ver que tu padre... Ya hablaré yo con el director de tanta llave y tantas tonterías como se traen por aquí. Y de lo de que te vas con tu madre, eso está todavía por ver. ¿Cómo que está por ver? Pues estándolo, Héctor, estándolo, porque nosotros no lo vamos a consentir, por eso.
Claro que estoy a punto de salir de aquí. Ya el director me llamó hace unos días para decirme que mi madre había pedido que me trasladaran a otro centro más bonito y grande que éste, con bosques, piscinas, vidrieras y muchos más niños. ¿Tu madre? Sí, mi madre. Le van a dar el tercer grado y quiere que esté más cerca de ella. A lo mejor, lo que quieren es llevarte a un sitio de pirados y se han inventado lo de tu madre. Chacho, los hay por todas partes. Yo estuve en uno. Aguanté tres días. Había pistas, pabellones y todo. Y gimnasios y enfermeras de puta madre. A lo mejor es al mismo que te quieren llevar a ti. Pero allí, en cuanto te descuidabas, te daban de hostias o te follaban vivo. No se andaban con pamplinas. O te dejabas o ya sabías. A mí me tuvieron que traer de nuevo. Les dije que al primero que me tocara, le hacía el ahorcaperros. ¿El ahorcaperros? Troyita, chacho, un nudo. Un nudo corredizo, un lazo. ¿Con el que ahorcan a los perros? Será, yo todavía no he ahorcado a ningún perro, Troyita. Me tienes que enseñar, Majarón, pero sigue, sigue. Eso, Troyita, que cuando les hablaba del ahorcaperros y les enseñaba la cuerda, chacho, les hacía impresión. El ahorcaperros, suena bien, ¿eh?¿Pero no decías que ibas a atletismo? ¡Tú estás de la olla! ¡Atletismo! Decía el Castaños que tenías un corazón de vaca y que te llevaban a hacer pruebas. ¿De vaca? ¡Qué cabrón es el Castaños! De toro, Troyita, tengo un corazón de toro. Las chavalitas se quedan como muertas escuchando mi corazón. Parece una radio de esas antiguas. ¿Por eso no traías medallas? ¿Medallas? ¿Me has visto tú cara de medallas? Las medallas son para los maricones, Troyita, métete eso en la cabeza. La vida, chacho, es una mierda. ¿Tú sabías que cada hombre cabe a siete mujeres? Ahora mismo, mientras a ti y a mí nos tienen aquí, haciendo el cabrón, hay uno que se está follando a catorce. Veintiuna, Majarón. Veintiuna, coño, pues más a mi favor. Las tuyas, las mías, las de Rufo, el Sosqui, Carterita, todos. ¿No es una putada? Pues sí. Pues así es la vida. Aquí nos tienen por eso, para follarse las que nos corresponden a nosotros. Mientras más hombres estén encerrados, mucho mejor para ellos, Troyita. Pero un día estaremos ahí afuera y todas esas mujeres serán para nosotros, Majarón. Afuera es peor, Troyita, mucho peor. Pues no decías... Entonces ¿en qué quedamos? ¿En qué quedamos de qué? A lo mejor tú tienes suerte y te acostumbras. ¿Tú no estás acojonado? ¿Acojonado, acojonado de qué, Majarón? No lo sé, de salir a la calle. Estoy como loco por salir, Majarón. ¿Y te irías mañana, esta noche? Ahora mismo, Majarón. Me iría ahora mismo. Eres un valiente, Troyita. A medio hervir, pero valiente, sí señor.
Antes tendrás que firmar unos papeles y esperar, pero yo quiero saber cómo lo ves. ¿Cómo veo, qué? El marcharte de aquí. El trasladarte. Tienes que decidir tú. ¿Y eso para cuándo será?, pregunto con impaciencia. En uno o dos meses, cuando acabemos con todo el papeleo. Yo calculo que para Semana Santa, pero ¿tú qué dices? ¿Qué tengo que decir yo?, pregunto confundido. ¿Si tienes alguna razón para no querer ir? ¿Razones? ¿El otro no será un sitio de locos? Es un sitio donde hay muchachos como tú. ¿Más mayores? Bueno, mayores y menores que tú. Hazte a la idea de que es como un colegio. ¿Hay gimnasio, pistas de atletismo, biblioteca? No sé, un sitio como éste, pero más grande y más cerca de tu madre. ¿Y mi madre lo sabe? ¿Que vas a un sitio como ése? Ella es precisamente...
Donde voy, me ha dicho el Medina, que está raro de cojones, hay chicos cabrones y chalados y, como no espabile, allí se me va terminar de pudrir la cabeza. Pero yo, me digo en esos sueños, tengo un plan. Un plan infalible, ya lo estoy viendo. Todo lo que necesito es que me lleven allá: con los chicos más violentos formaré un gran ejército, destrozaré los jardines y las vidrieras, después echaremos abajo las alambradas e iremos a sacar a mamá de su cárcel, y con ella y todos los que quieran acompañarnos, nos iremos para el infierno y lo rociaré todo de gasolina y ya verá, ya verá cómo la cabeza de papá se lo tendrá que pensar dos veces antes de volver a meterse en mis sueños. Chacho, tú lo que estás es como una regadera. ¿Qué es eso de meterle fuego al infierno? ¿Se te ha ocurrido todo eso a ti solo, Troyita? Son sueños. En los sueños a uno se le ocurren cosas así. A mí en los sueños sólo se me ocurre follarme a las tías, chacho, pero meterle fuego al infierno, ¿tú sabes lo que estás diciendo? Como una puta zambomba, tú.
Ya es cuestión de días, cariño. Mientras se hacen los papeles. Pero la tía y el Majarón... Tú no eches cuenta. Hasta Semana Santa quedan menos de dos meses. Míralo de esta forma: hace tres meses creíamos que no nos veríamos en dos años. Ahora está ahí. Estiras un poco el brazo y casi nos tocamos, cariño. ¿No sientes ya mis dedos? ¿No me notas ya? Yo a ti sí te noto. Mira, te imagino más grande. Todo un chico ya. ¿Cuánto mides? Un muchacho. Tres años y medio es mucho tiempo. Pero ya eso se acabó. Por primera vez volveremos a estar juntos. Será como aquella noche que fuimos a ver las luces de Navidad, ¿te acuerdas? ¿Te acuerdas de aquella noche, cariño? Fue una noche bonita, ¿verdad? Yo me acuerdo con frecuencia. Un día te tengo que contar. Hacía todavía más frío que ahora. Y luces en todas las calles. No sé, parecía una ciudad distinta. Tantas luces. Los árboles. Parecía todo distinto. Estábamos en otra ciudad. Los escaparates, todo. Otra ciudad. Yo miraba todo aquello, sabes, y creía, creía que era posible una nueva vida, pero no sabía, una nueva vida sí, cariño, por ti y por mí, porque aquellas luces habían cambiado la ciudad y nosotros también podríamos cambiar, cariño, por qué no, qué nos lo impedía, podríamos cambiar, pero cómo, cómo, no sabía, me dejaba llevar por las luces, cariño, una nueva vida, ahhh, una nueva vida, pero cómo, cómo, y hacía frío, un frío que nos barría la cara, ¿te acuerdas? Un frío que pelaba y esas luces, todas aquellas luces brillando sólo para nosotros. La gente estaba cenando. Brindaban y fumaban puros así de grandes, Héctor, pero todas las luces estaban allí para nosotros dos. Nuestras. Hacía mucho tiempo que no me sentía tan bien. El viento en la cara. Las calles vacías. Era duro vivir entonces. Un infierno, hijo. Tu padre no podía ser así. Yo no quiero recordarlo de esa manera. No sé qué pudo pasarle, por qué se volvió así con nosotros. Cuando naciste se alegró tanto... Era como si hubiera vuelto a nacer, me dijo. Me prometió que todo iba a ser distinto. Pero le entró la locura. Tu nacimiento lo hundió todavía más. Yo creo que es que pensaba que ya no podía levantarse y nos culpaba a ti y a mí de su desgracia, de que tenía miedo, Héctor, miedo de todo, de la vida, de no poder con la carga que se había echado sobre los hombros, de no ser capaz de tirar hacia adelante. Yo hubiera seguido, te lo juro, pero era él o tú. Ese día lo vi claro: o él o nosotros. A un tío suyo le pasó igual. ¿No te habla tu tía de eso? Tu padre estaba enfermo. Ahora que todo pasó, así es como tenemos que ver las cosas. Todo fue una cuestión de supervivencia. O él, o nosotros. Fue aquella noche, Héctor. Es como si todas aquellas luces se me hubieran metido dentro y me hubieran dado la luz que me faltaba, cariño. De pronto lo vi claro. De pronto mi carne dejó de sufrir. Tenía una luz dentro, una esperanza, algo con que hacer frente a todo aquel horror interminable. O él o nosotros. Todavía me acuerdo. Al salir a la calle, el aire frío me sopló en la cara y me gustó. En silencio, pasito a paso nos llegamos hasta el Ayuntamiento, donde todos los años ponían un portal grande, ¿te acuerdas?, con un burro de tamaño natural que andaba dando vueltas alrededor de una noria más grande que una casa. Y en el Ayuntamiento hacía frío y tú me dijiste que me pusiera bien la bufanda y cuando te agachaste a ponerme la bufanda, te miré a los ojos y los tenías rojos y fríos y ni siquiera cuando me sonrieron parecían sonreírme y yo, claro, me dejé poner la bufanda, porque ahora, después de mirarte, tenía mucho más frío. Y estabas llorando.
No sé cómo explicárselo: en los ojos de mamá había notado el frío como si fuera una raíz que en ese momento le saliera por dentro de los ojos, como a los árboles o a las murallas, y entonces, sin poderlo evitar, le pregunté si tenía frío y ella me dijo que sí, mientras se le escapaba una lágrima redonda como una uva, pero que no importaba, que íbamos a seguir paseando ¿y a que las luces eran bonitas?, pero hacía mucho mucho frío aquella noche, tanto que la respiración se iba congelando en el aire y hacía ruido al caer sobre la acera, como si fuesen cristalitos que se fueran rompiendo a lo lejos, y a través de mis guantes yo hasta sentía la frialdad de su mano, pero no decía nada, caminábamos en silencio atontados por las luces, sin echar cuenta de la gente solitaria que se cruzaba con nosotros. ¿Estás seguro? ¿De qué estoy seguro? De lo de los guantes.
-Son bonitas, eh.
-Claro que sí, lloraba, lloraba. Como que le estoy viendo a usted.













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-Shiiiiiii.
-Un día, fijo, le meto fuego a la casa con ustedes dos dentro.
¿Seguro que fue eso lo que dijo? ¿No será cosa de tu imaginación? ¿Recuerdas cuando nos contaste que los cazadores ésos habían matado al perro? ¿A quién se le ocurre? Son cosas de tu imaginación. ¿Cómo iban a matar así al perro? Lo que pasa es que todavía tienes dentro toda esa basura, Hectorcito, vida mía, y todo lo imaginas y todo lo exageras y estás hecho un lío. ¿Cosas de mi imaginación? Pero si estaba todo el campo nevado, la luz era morada, y la nieve también parecía morada y allí estaban, como todos los domingos, los cazadores y los perros. Guau guau guau. Menos la nieve, todo era igual, pero la nieve hacía que todo pareciera de mentira, desde la luz hasta los perros corriendo y ladrando como locos en mitad de la nieve, siguiendo a unas orejas que corrían a grandes saltos, uno aquí y otro allá, guau guau guau, de un sitio para otro, de pronto en una dirección, de pronto en otra, pero ahí, en la nieve, y los perros guau guau guau, como si corrieran a cámara lenta, sacudiendo la cabeza y echándola hacia adelante. Llevaban así un buen rato y la liebre, después de haber abierto una brecha con ellos, se paraba a descansar, hasta que los perros guau guau guau se acercaban, y ella cambiaba de dirección, con las orejas levantadas, como jugando. Así que el cazador se echó la escopeta a la cara y apuntó, buscando a la liebre, guau guau guau apretando el gatillo, una vez, dos veces, pero nada, la liebre y los perros, la polvareda de los cartuchos en la nieve, el cielo frío y azul, guau guau guau, la liebre perdiéndose en la nieve y los perros guau guau guau, cada vez más lejos, cada vez más cansados, guau guau guau, hasta que la liebre se perdió de vista, en dirección al río, y los perros guau guau guau, se iban quedando cada vez más parados en mitad de la nieve, como si les faltase cuerda. A un silbido del cazador, todos corrieron hacia él, todos menos uno que se hundía en la nieve y le costaba llegar, reventado por la carrera. El cazador esperó, encendió un cigarro, lo dejó acercarse, diez, quince, treinta pasos, mientras el perro, cada vez más cerca, movía la cola de un lado a otro. Entonces se volvió a echar la escopeta a la cara y, casi sin apuntar, le metió tres cartuchos. Con el primero hubiera sobrado, pero le metió dos más, no sé por qué. Pum, pum, pum. Y allí se quedó el perro, tendido en mitad de la nieve, mientras los demás movían sus rabos y le hacían fiestas al cazador, guau guau guau, que se volvió hacia la carretera, con la escopeta doblada, apuntando a la nieve, fumando, como si nada.
Es un trabajo como otro cualquiera, cariño. La gente se porta bien conmigo. Lavo los platos, preparo las tapas, me encargo de la freidora, hago la mayonesa, corto las lechugas, ayudo a limpiar las mesas, ¿qué creías? Un trabajo como otro cualquiera. Hasta dejan propinas, cariño. Por la tarde, cuando se acaba mi turno, uno de los camareros me deja en la puerta y siempre es mejor que estar haciendo camisas todo el día, doblada sobre la máquina, con los ojos reventados, cariño. Y gano tres veces más. Entonces ¿no nos iremos? ¿Cómo que no nos iremos? Claro que nos iremos. Nos iremos donde queramos, cariño. Si nos gusta la playa y el calorcito, nos iremos a un lugar con playa, donde no haga frío, cariño, que ya hemos pasado suficiente frío. Donde nosotros queramos. Para ganarnos la vida, cualquier lugar es bueno. Ahora ya nadie nos dirá nada. No esperamos a nadie. Lo nuestro es nuestro, y no tendremos que dar explicaciones. ¿No sabes lo que es ir tranquila por la calle, pensando en tus cosas, haciendo planes, parándote donde quieres? Ayer, mientras iba hacia el bar, me entró la ventolera de entrar en una cafetería de las buenas, cariño. No sé cuánto hacía que no me metía en un lugar así y pedía un café manchado y me sentaba en una mesa y el camarero me ponía el café y me dejaba la nota, cariño. Un ojo de la cara, pero ¿qué quieres? Tenía olvidado todo esto. Es como esa liebre que me contabas, ¿te acuerdas?, la que corría por la nieve, sabiendo que por mucho que corrieran los perros, ya nunca la iban a alcanzar. ¿Te imaginas?
Te lo cuento para que lo sepas, por si un día de éstos pasa algo. ¿Y qué va a pasar, Medina? No lo sé, por si las moscas. Quiero que lo sepas. No me lo contaron otros, Troyita, era mi habitación, mi habitación, joder, esta habitación. Fue unos meses antes de que llegaras. Cinco, seis meses. El Gordinflas, vestido de puta francesa o yo qué sé, tenías que verlo, se daba cabezazos contra la pared, sudaba, se le corría el maquillaje, daba vueltas a la habitación y se tiraba de los pelos. Pero, joder, joder, ¿a quién se le ocurre dejar que se metiera todas esas pastillas? El director, ya en albornoz, pero con los labios pintarrajeados, se encogía de hombros. Le tomó el pulso. Sigue vivo, dijo. Hay que darle algo para que suelte. Se miraron. Me miraron. ¿Éste qué hace aquí? Es mi habitación, dije. Ni tu habitación ni hostias, largo, he dicho largo. Ése era el Gordinflas. Tiene que llamar a la ambulancia, dije. Tú te largas, hostias, si no quieres chuparte lo de este cabrón. ¿Eso dijo el Gordinflas? ¿No te estoy diciendo? ¿Desde cuándo te vengo diciendo que el Gordinflas es el peor de todos? Ése es capaz de cualquier cosa. ¿Por qué crees que te vengo advirtiendo, chacho? Conmigo también se las daba de amigo, que si Eurídice, que si la llave esa de dentro del estómago, que si pamplinas... todo lo que decía eran pamplinas. Lo único que le interesaba era sonsacarte, para tenernos a todos cogidos por los huevos. Pero entonces, ¿no hicieron nada? ¿No llamaron a la ambulancia? A nadie, Troyita, a nadie. Estaban acojonados. Que si esto se va a acabar, que si la próxima vez vas a arreglar esto tú sólo, que si esto, que si aquello, pero nada. Para volverse majarón, chacho, yo lo escuchaba morirse, como te estoy escuchando a ti. Y no me atrevía a moverme, tú. El Gordinflas y el otro se fueron al pasillo a discutir. Sonaron las campanadas de las cinco (las conté, chacho, una detrás de otra, cinco). Entonces entraron en la habitación y vieron que todavía no estaba muerto, pero que lo estaría. Lo cogieron entre los dos y se lo llevaron. Todavía llevaba el vestido de Sisiemperatriz. Una Sisisemperatriz muerta, con los ojos vueltos, por lo menos. Yo creía que se lo llevaban a su habitación para quitarle todo aquello, no sé, que en diez minutos aparecería la ambulancia del pueblo. Al cabo del rato los escuché en el jardín. No hacían ruido, pero se escuchaban los pasos en la grava, chchchch, chchchch, chchchch. Apagué la luz, abrí la ventana y al poco escuché el estruendo en el agua, plafffffffffff, redondo, claro, y sus pasos de vuelta, chchchch, chchchch, chchchch. Todo, Troyita, todo. Pensé que venían a por mí y corrí a esconderme al cuarto de baño, con la ventana abierta por si se acercaban. Allí pasé el resto de la noche, Troyita, acojonado vivo, pensando que en cualquier momento vendrían a por mí. Pero no vinieron. Por la mañana se formó la de dios, pero dijeron que se lo habían encontrado flotando en el estanque, que había debido morirse por la noche y a mí me llevaron en un taxi a otro sitio. Fue cuando me compré la cuerda. Nunca he pasado más miedo en toda mi vida, chacho. Creía que me iban a tirar por un barranco, que me iban a dar un golpe en la cabeza, yo qué sé. Jindama, lo que se dice jindama, tú. Para volverse majarón majarón. Y me dije, con la cuerda verán, enseguida me aprendo nudos y verán como no se atreven. Me llevaron a otro colegio, mucho mejor que éste, con gimnasio, pistas de atletismo, piscina de verano, ya ves tú. Creí que me iban a dejar allí. Tres, cuatro días, para que te des cuenta. Me robé el libro de nudos, Troyita. Cuando volví, el Gordinflas me encerró en su despacho y comenzó a darme explicaciones. Que si era una pena lo de Fuentes, que a todos nos llegan momentos así, de depresión, de dudas sobre la existencia, figúrate, de nieblas, y que eso es natural, que en evitar eso consistía precisamente su trabajo, pero que se acudió cuando era tarde, y que él, claro, admitía su fracaso con Fuentes, pero que un solo fracaso etcétera, y que quien lo intenta una vez y no lo consigue, lo vuelve a intentar, Medina, y a eso, justo a eso se llama la tentación de Tánatos, figúrate, chacho, la tentación de Tánatos, y el tipo creyendo que me chupaba el dedo, Troyita, y ahora se revuelve todo, por eso me ha tocado a mí, y yo tengo miedo de que me vayan a cargar con lo de Fuentes ¿entiendes ahora? Que entiendo ¿qué? Lo del interés de la maricona esa. No sé de qué me hablas, Medina. No estás en el mundo, chaval.
De modo que ésas son las tonterías que te cuenta Medina. Tendremos que hablar con Medina, ¿no te parece? Pero usted me dijo... No, Héctor, no. Tú has hecho lo correcto en venir a contarme. No tienes de qué preocuparte, pero tendremos que hablar con Don Álvaro Medina. Sabes, lo peor es que teníamos confianza en su curación, pero el episodio de Fuentes lo ha confundido. Ha terminado por confundirlo. Entre nosotros, Fuentes y él andaban de pastillas. No sé de dónde las sacaban. Investigamos, pero nada. Fue una pena. ¿Sabías que Fuentes se iba a quedar en el colegio de educador? Era un buen chico. Así que ya ves tú mismo que nada de lo que te contó sobre Fuentes es verdad. No tendría sentido, ¿no es cierto? Mira, chico, a veces falla el tratamiento. La mente del hombre es inescrutable. Es duro admitir el fracaso, pero a veces se fracasa y no hay que darle más vueltas. Con Medina, sin ir más lejos. Creíamos tener controlados sus delirios, pero ya ves que no, que no para de inventar, de decir, de arrojar mierda a un lado y a otro. Lo de menos es sobre quién eche la mierda, Héctor, pero ¿cuál crees tú que sería el destino de un personaje como él? Sólo con lo de Fuentes podríamos habérnoslo quitado de encima, pero no, quisimos curarlo, creíamos que aún era posible curarlo. Ya teníamos suficiente con un fracaso. Mira, ciertos enfermos comienzan echando basura y atentando contra los demás, para acabar atentando contra uno mismo. Y no siempre podemos detener ese proceso. Y nos equivocamos. También con él nos equivocamos. Ya quisiéramos nosotros, ya quisiéramos salvarlo. Habrá que buscale un centro especial, Héctor, un sitio donde se encuentre bien y al mismo tiempo donde se le pueda tratar como hay que hacerlo. Tú mismo eres testigo. Mira cómo os tratamos. Para nosotros sois lo más importante. ¿Os falta algo? ¿Cariño, comprensión...?, me refiero a eso. Cuando llegaste aquí estabas hecho un lío, ¿recuerdas? Es como si anduvieras en el fondo de un pozo. Poco a poco te hemos recuperado, Héctor. Ya eres todo un hombre. Hemos entrado en tu mente y la hemos recuperado. Ahora, gracias a nuestro trabajo, te puedes ir a cualquier parte y recomenzar tu vida, como cualquier otro niño. Lo único con lo que debes tener cuidado es con volver la vista atrás, no te vaya a pasar como a Orfeo con Eurídice, ¿recuerdas?, que se desvaneció... Ésa misma. Mira a Medina. Su caso era parecido al tuyo. Venía de una familia desestructurada, ¿comprendes?, con padres que nunca se habían preocupado de él. Una infancia complicada, una cierta tendencia a la mixtificación, a una imaginación calenturienta, a verlo todo desde el rencor, desde ese resentimiento que anida en el fondo de cualquiera que se sabe excluido, ¿me sigues? No, no lo seguía, no lo seguía pero yo ya no estaría allí dentro de dos, tres semanas. Y fracasamos, Héctor. Igual que a ti hemos podido rescatarte, enviarte al mundo de los vivos, con él fracasamos. Lo tuvimos cerca, pero se fue. Ocurre a veces. Mala suerte. ¿Errores nuestros? De todo un poco, pero ahora no vale lamentarlo. La mente humana, la jodida mente humana... Tu caso era incluso más difícil. Llegaste de una experiencia traumática. Al principio, recuerdo, casi no hablabas. Estabas como en estado de choc. Te habías cerrado sobre ti mismo como se cierra un erizo cuando advierte peligro. Nos costó abrir esa coraza, pero al final lo conseguimos y se te fueron los miedos, de modo que ya estás casi listo para enfrentarte con las cosas del mundo y recuperar el tiempo perdido, así que en cuanto estén aquí los papeles, podrás marcharte a ese otro colegio, al lado de tu madre.
-¿Ha dicho casi listo?
-Lo que tarden los papeles, tranquilo. Ah, ¿una última cosa? Lo que hemos hablado de Medina, queda entre tú y yo.
Ay, Hectorcito, no sé cuánto hacía que no venía. Todo se ha enredado, ¿sabes? Estamos de papeleos, de abogados y de cosas. ¿Cómo de abogados? Pues eso, Hectorcito, de abogados. Pero a ver, a ver, sobre lo que estábamos hablando, ¿quién te dice que toda esa historia no sea fruto de tu imaginación? ¿Que las cosas ocurrieran sólo en tu cabeza? La sentencia dice lo que dice. Tu madre está donde está. ¿Para qué darle más vueltas? Pero es verdad lo que digo, es verdad. Me ocurrió a mí, yo sé lo que me digo. Mira, Hectorcito, yo te comprendo, te comprendo, pero todo eso que cuentas es cosa de tu imaginación, o de tu madre. Muchas veces creemos haber visto u oído algo, pero es sólo la imaginación, lo que otros nos han contado, y uno cree de buena fe que es así, pero no es así, Hectorcito. Pasa con todo. Pero cómo, cómo iba a decir algo semejante tu padre. Con lo que te quería, Hectorcito. Si todo lo embrollas así, toda tu vida seguirás tarumba. No saldrás de aquí. Por mucho que tu madre diga y se empeñe. Te tendrán encerrado, Hectorcito, te tendrán encerrado todo el rato y dirán que estás loco, como tu madre. Mi madre no está loca, mi madre no está loca, mi madre no está loca. Y no saldrás, me oyes, no saldrás, así que cómo te iba a decir algo así tu papá, a ver, cómo podría decirte una cosa así, con lo que te quería. Tu papá, vamos, vamos, que no era capaz de matar a una mosca. Pero... Ya no sabes, te confunden. Lo que te han debido decir, Hectorcito, todos ésos que lo único que quieren es que sigas aquí o que te vayas a un manicomio, Hectorcito, a un manicomio como los hay a cientos, como ese lugar que te habrá buscado tu madre, para que ya no salgas más, mientras los demás niños juegan y tienen juguetes y cosas. Mi madre... Mira, Hectorcito, tú tienes que decirles que no, que eso no es verdad, que tú sigues queriendo a tu papá, que no, que no, que lo que quieres es venir con nosotros, con tu tía, que es la que se ha preocupado por ti durante todos estos años, que no te dejen volver con tu madre, sino con nosotras, Hectorcito, y así te harás un hombre, como tu padre, sí, como tu padre, Hectorcito, niño, como tu padre, ni más ni menos. ¿Se lo vas a decir?
-Mi madre me va a sacar de este sitio. La semana que viene ya no estaré más aquí.
-¿Tan pronto?
-Tan pronto.
-Capaz.
-Eso es.
-Ya hablaremos nosotros con el director y con quien haya que hablar.
-Me lo ha dicho el doctor Iniesta.
-¿Ése? Ya hablaré yo con él personalmente. Por la cuenta que le tiene, verás como se lo piensa dos veces.
-¿Cómo?
-A mí no me la dan éstos. Yo sé lo qué pasa por aquí.
-¿Es que has hablado con el Majarón?
-¿Quién es ese Majarón?
-¿Majarón? Sólo lo decía por...












10










Entonces las manos de aquel baboso, que hasta hacía un momento habían estado brujuleando por el pantalón de mi pijama, buscaron ansiosamente mi sexo y tras contemplarlo un instante como el buscador de setas contemplaría un ejemplar de amanita, tomándolo con la yema de los dedos, se lo llevó primero a la lengua y luego a los labios mientras a lo lejos, muy a lo lejos, atenuada por la rabia y el asco más que por la lejanía, se escuchaba la campana del pueblo, o del mundo, qué sé yo, aunque lo que sonaba, lo que sonaba de verdad en aquella última noche de tinieblas, no eran sino los latidos de mi corazón y mi voluntad de acabar con todo aquello antes de que el camino de las sombras se cerrara como la losa de un sepulcro sobre mí. Entonces, todo el pánico que me había estado ahogando durante los últimos cuatro años y medio, estalló dentro de mí como un flemón y sentí que toda mi boca bombeaba sangre podrida y por más que escupiera, la sangre podrida continuaba recorriendo mi lengua y mis dientes, así que ya no dudé más: cogí la maceta que tenía a mi lado y se la estampé en la cabeza. Durante un instante dudó, dudó, pero finalmente su cuewrpo se fue resbalando hacia el suelo. Todo ocurría a cámara lenta, pero yo no tenía tiempo que perder. Me saqué la cuerda del bolsillo del pijama, la agarré con fuerza, le di dos vueltas a mi mano, abrí el lazo, lo pasé por su cuello y apreté, apreté hasta que creí que se me iban a romper los huesos de la mano. Sólo entonces reaccionó. Tira de la cuerda, Héctor, sigue tirando de la cuerda, porque has pescado algo gordo, me había dicho el Gordinflas unos meses antes y eso, eso era lo que hacía justo entonces, tirar, tirar hasta sacarme todo lo que llevaba dentro. Desde luego, creí que todo iba a ir algo más rápido, pero aquel cabrón se había despertado e intentaba abrir el ahorcaperros, y cuando ya no le quedaron fuerzas, abrió los brazos como un aguilucho que estuviese a punto de echarse a volar, mientras hacía un ruido horrible con la boca y los ojos se le llenaban de piedras o de yeso, o qué sé yo. Cuando vi que ya se le había acabado el resuello, después de darle un último apretón, fui soltándolo poco a poco, y él se fue acomodando despacio, muy muy despacio, sobre el terrazo.
Todo estaba en silencio. Abrí la ventana. La luz del pueblo punteaba de amarillo la oscuridad, pero estaba quieta, no hacía por moverse. A través de los árboles cercanos se escuchaba el cansino cantar de los grillos, pero yo no escuchaba los grillos. Dentro de dos o tres horas comenzaría a clarear, pero allí, en aquella habitación, con aquel tipo tendido a mis pies, no parecía posible que volviera a salir el día. En todo caso, tenía que acabar lo que había empezado media hora antes, cuando por primera vez llamé a la puerta y dije, buenas noches, padre Ignacio, no puedo dormir, la cabeza me va a estallar, ¿no tendrá usted una aspirina? No quise sentir ni pensar en nada mientras lo desnudaba, o mientras pasaba sus pies a través de la ventana y lo empujaba despacio, hasta dejarlo en equilibrio sobre el alféizar, para después deslizarlo con cuidado, no se le fuese a descolgar la cabeza o arrastrase consigo el armario, en cuyas patas até el otro extremo de la cuerda. Y allí se quedó, colgado, con los ojos enormemente abiertos hacia la interminable platea de la oscuridad. Me iba sintiendo mejor, mucho mejor a medida que dejaba el dormitorio del director, atravesaba el larguísimo pasillo, me tumbaba en la cama y muy despacio iba contando hasta cien. Mientras, Majarón roncaba a mi lado, pero aquellos ronquidos parecían venir de un más allá inconsistente, plácido, trivial...
-¡Eh, Majarón, despierta, Majarón!- Majarón abrió unos ojos como platos.
-¿Qué, qué, qué pasa, Troyita, joder, qué pasa? -preguntó.
-Acaban de llamar a los guardias -dije-. Vendrán enseguida.
-¿Guardias? ¿Qué guardias, Troyita?, ¿qué estás diciendo?- preguntó restregándose los ojos.
-Han colgado al director.
-¡No jodas! ¿Al director? ¿Dónde?, ¿Cómo que lo han colgado?
-Sí, con tu cuerda.
-¿Con mi cuerda?, Troyita, chacho, ¿qué estás diciendo?
-El Gordinflas.
-Hostia, tú. ¿Cómo que el Gordinflas?
-Coño, ve tú mismo a verlo.
-¿Y cómo sabes que ha sido el Gordinflas?
-Lo he escuchado. Y he escuchado cómo decían tu nombre. Tienes que escapar, Majarón. Es tu cuerda. Te lo endilgarán a ti.
-Pero...
-Date prisa, Medina, tienes tiempo, piérdete...
-Hostia, tú -y comenzó a colarse la ropa a toda prisa.
Cuando empezó a clarear, hacía más de dos horas que Majarón se había ido. A eso de las ocho y media se empezó a escuchar mucho ruido por los pasillos, un como ir y venir de muchas gentes a la vez. Uno de séptimo aporreó a la puerta y, casi sin aliento, mientras me restregaba los ojos, me preguntó por Medina. Troya, tío, ¿dónde está, dónde se ha metido el Majarón?, dijo, tratando de mirar a todos los sitios a la vez. Su cama estaba deshecha, su armario abierto, pero Medina no estaba. Así se lo dije, Medina no está, ¿qué ha pasado? ¿Dónde se ha metido ese cabrón?, preguntó de nuevo, creyendo que yo les daría una respuesta. Vinieron otros compañeros y se agolparon frente a mí. Alesillos, que decía que se lo veía venir, me preguntó si a mí me había contado algo, si sabía dónde se había escondido ese majarón de la olla y le dije que me acababa de despertar y que no había visto al Medina desde la noche anterior. Pregunté a mi vez que qué había pasado. Todos me miraron como si fuese bobo. Nada, dijo El Franchute, que esta mañana se han encontrado al padre Ignacio ahorcado de la ventana, figúrate, colgando de la ventana, con la cuerda de Majarón, ¿te parece poco? ¿Colgando de la ventana? ¿La cuerda de Medina? El muy cabrón ha colgado al director con su cuerda, y cuando se han despertado lo han visto ahí, desnudo y colgado, ¿Tú te imaginas, Troyita, a ese cabrón colgado de la ventana, con el viento soplándole en los cojones y los cuervos picoteándole los ojos? Colgado, Troya, colgado, colgado como un chorizo, repetía Alesillos, que se las daba de gracioso. ¿Y lo han bajado? ¡Qué hostias!, allí sigue, colgado de la ventana con una sábana en lo alto hasta que llegue el juez. ¡Hostias, tú! No había acabado de hablar, cuando se presentó el Gordinflas casi sin aliento, que si sabía dónde carajo estaba Majarón, así, Majarón, nada de Medina, ni Álvaro ni nada, Majarón, y que dónde se había escondido ese loco hijo de puta, y yo le respondí que me acababa de levantar, que Majarón ya no estaba cuando me desperté y que El Franchute me estaba diciendo que... y el Gordinflas miró a Alesillos con un asco infinito, como si quisiera triturarlo con la mirada, revolvió las sábanas de la cama en un gesto inútil, las pisoteó y cuando ya se volvía hacia el pasillo, le dio una patada a la puerta metálica del armario que se abrió lenta, muy lentamente, se giró hacia mí y, señalándome con el dedo, me preguntó de nuevo que dónde se había metido ese hijo de puta, así, muy despacio, que dónde se había metido ese hijo de puta y yo que no sabía, y él que sí, que sí que sabía, mosquita muerta, y que sí sabía, pero yo no sabía, le juraba, no sabía dónde se ha podido meter, y él, contigo ya hablaré, y los demás me miraban asustados, como nunca me habían mirado, y el Franchute seguía quieto como una vela en mitad de la habitación, como si de repente no supiera dónde estaba ni qué había ido a hacer allí. Contigo ya hablaré más tarde ¿De qué tendríamos que hablar?, me pregunté en voz alta, se preguntaron, y entonces salió, salió y le dije a los otros que se marcharan, que me dejaran en paz, y cuando me quedé solo, me volví a la ventana, como siempre que la cabeza me pedía un poco de tranquilidad.
El campo estaba desierto, igual que siempre. El sol doraba un poco la tierra por el lado del pueblo, pero sólo un poco. No parecía que hubiera vida allí. ¿Dónde estarían a esa hora las liebres?, me pregunté. Todo estaba como hundido, achicharrado por millones de horas de sol y de nieve. Las piedras, los matojos, todo, todo achicharrado. Negro. Hasta el pueblo, a lo lejos, aplastado en mitad del llano, parecía más muerto que otras veces. Un lagarto podrido, pensé, y sentí asco. Asco de mí, de aquel sitio, de todo, como si me fuesen a volver las arcadas de las jaquecas, pero no, no eran las jaquecas. Y creí que algo se me desprendía por dentro, como si fuese a soltarse de mí; me iba a estallar el vientre, los brazos, la cabeza, todo. Pero tenía que aguantar, ser fuerte. Tenía que ser muy muy fuerte. Afuera seguían los movimientos, los gritos, la cosa, pero sentía que nada de aquello tenía ya que ver conmigo. Troyita, chacho, la qué se ha armado, escuchaba dentro de mí, ¿tú te imaginas? Al cabo del rato, algo se fue acercando por la carretera. Coches, un porrón de coches, una furgoneta blanca, sirenas... Mientras, todo el campo parecía abrasado por ese silencio que se posa en los sitios justo antes de comenzar la tormenta. Ni los pájaros volaban, ni corrían las nubes. Todo estaba como esperando, pero esperando qué. Al cabo, diez, doce perros, guau guau guau, salieron de la furgoneta blanca, guau guau guau. Y allí me quedé, mirando una escena habitual pero que aquella mañana no tenía el menor sentido. Los hombres sujetaban a los perros que ladraban, guau guau guau, y el campo, iluminado por el sol, parecía llenar su inmenso vacío con los perros, guau guau guau, hasta que vi que algo salía de detrás de una retama, guau guau guau, guau guau guau. ¿Un jabalí, un ciervo, qué? Pero no, no, ¡era Medina, dios, Medina!, guau guau guau, que se quedó parado un momento, como si no supiera qué hacer, pobre, para correr luego en nuestra dirección, guau guau guau, tratando de alcanzar los muros del colegio. Fue un instante. Segundos solamente, porque al momento se escucharon los dos disparos, pum, pum, y Medina tropezó, cayó, no sé, trató de incorporarse, levantó la cabeza, cayó de nuevo, y los perros, guau guau guau, que le iban recortando el terreno, se le echaron encima guau guau guau. Me pareció ver su mano, su cabeza, su camisa, pero en realidad no podía ver más que a los perros, diez quince perros encima de él, guau guau guau, mientras la gente se iba acercando y sentía que la boca se me llenaba de barro.
En el jardín me crucé con el Gordinflas que, casi sin aliento, se dirigía hacia el descampado donde ahora estarían arrastrando a Medina. Tú y yo tenemos que hablar, me soltó como pudo. Y al verlo alejarse al trote, sentí asco, un asco distinto, agrio, como si la garganta ya no pudiera soportar tanta sangre podrida. Arriba, sobre la ventana del despacho aún seguía el padre Ignacio envuelto en una sábana blanca que el viento movía sin gracia, como a un fantasma que se hubiera quedado enganchado de la ventana, dejando a la vista unos pies blancos, los inmensos pies de quien hasta hacía unas horas había sido el director. No sé cuánto tiempo estuve allí, mirando aquello, pero al cabo del rato comencé a sentir que algo me elevaba del suelo, que la tierra ya no pesaba a mi alrededor, que una luz distinta se abría paso en mi carne. Medina había muerto. Alguien se acercó y, tirándome del brazo, me dijo que me metiera en el edificio, que quién me había dado permiso. Me lo quité de encima de un manotazo. ¿Muerto? Vete a tomar por culo, le solté, mientras hacía el amago de romperle la cara. Y, así, sin pensármelo dos veces, con la mayor frialdad del mundo, atravesé el portalón y pegado siempre a la tapia del colegio, me fui alejando a buen paso en la dirección contraria por la que en ese momento escoltaban, ya sin vida, a Majarón.
Mientras corría, las caras de Nando, Rufino, Amarilla, Castaños, Alesillos..., volaban como cartas desbarajustadas por el viento. Y a medida que me alejaba, me sentía mejor, más ligero, y por nada del mundo quería volver la vista atrás, porque si la volvía me iba a convertir en una montaña de sal o de mierda, no sé, y no, no quería, dios, no quería, porque el futuro, cualquier cosa que fuese el futuro, era mío, y no del miedo que durante años me había ido vaciando por dentro, como una de esas yedras que se meten en los muros hasta reventarlos.
Seguramente salieron a buscarme, pero lo cierto es que nadie se molestó en dar conmigo. Anduve durante dos o tres horas hasta llegar a una especie de casa de carabineros reventada por las raíces de una morera. Allí pensé de nuevo en los perros y estuve a punto de derrumbarme, pero aguanté hasta que se fue haciendo de noche y me decidí a caminar, muerto de hambre y de miedo, pero con el propósito firme de alejarme todo cuanto pudiera de aquel sitio. Me hizo bien andar bajo las estrellas y, en cierto modo, volvió a mí el recuerdo ahora agridulce de la noche de invierno en la que mi madre y yo salimos de casa para ver el alumbrado de navidad. Pero también eso pertenecía al territorio podrido del pasado, como la escena con el padre Ignacio. Porque nada de lo viejo quería seguir vivo en mí. En aquel momento, no era más que otro culpable, saliendo, sólo, desahuciado, con las manos vacías, del reino de los muertos.
No sentía ya los pies cuando una DKW se detuvo a mi lado y alguien desde su interior me dijo, sube, sube, muchacho, a dónde se va. A cualquier parte, contesté. Sin preguntarme más nada, guiándonos sólo por las luces de los faros que parecían abrirse paso por un territorio hosco, sembrado de vaivenes, recorrimos una carretera lenta, que avanzaba entre campos de girasoles y trigos, hasta que el cansancio y el continuo tracoleo me acabaron de vencer. Pero Héctor, chacho, Héctorcito, cariño, qué has hecho, dónde estás, a ese cabrón lo vamos a enterar, qué ha pasado, por qué a mí, Troyita, chacho, mientras les hacía a todos un corte de mangas, diciéndoles, diciéndoles, ahí os quedáis, panda de cabrones.


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