narraluces

 

 Muere el jesuita Carlos Muñiz Romero, creador de la palabra «narraluces» 

 

 He echado las últimas semanas leyendo algunas de las novelas más celebradas de los llamados narraluces, es decir de Luis Berenguer, Carlos Muñiz, Alfonso Grosso, Vaz de Soto, Ferrand, Quiñones, Requena y Ángel Vázquez, el tangerí. Sé que existe o existió un cierto consenso en acercar toda esta escuela al barroquismo, a una visión barroca que impregna todo lo andaluz, siguiendo las rodadas del boom hispanoamericano. Releyendo a los autores mencionados y recordando a algunos más (Sedano, Ortiz de Lanzagorta, Burgos, Barrios...) entiendo que el supuesto barroquismo ni es general ni cuando se da obtiene los mejores resultados. El caso más evidente de cuanto digo es Grosso, acaso el prosista con más talento de todos, aun cuando sus últimas novelas son desastrosas por lo general. En Grosso se dan tres momentos creativos, un primer momento realista, pero un realismo humanista, existencialista, valga decir, con La Zanja, Un cielo difícilmente azul o El capirote, que a mi modo de ver es lo mejor y más perdurable de su obra, un período barroco con Guarnición de Silla o Florido Mayo y un tercer momento en el que Grosso, que siempre escribe bien, pierde el centro y se dedica a producir best sellers sin alma sin interés, que envejecen casi al momento de editarlos. Sin embargo la crítica ha ensalzado sobre toda su obra el momento lingüístico, el barroquismo de Guarnición y Florido Mayo como sus obras capitales. Hoy esas obras barroquizantes me parecen casi ilegibles, como ilegible me parece el Agata, ojo de gato, del muy divinizado Caballero Bonald, una novela ensalzada por la crítica que, creo, ha envejecido mal, porque su lenguaje es críptico, edulcorado, excesivo y ajeno a la historia que cuenta. Y es que la narrativa andaluza es mejor y más duradera cuanto más natural se presenta, así entre los narraluces, las obras que mejor han aguantado el tirón de los años son Los mundos de Juan Lobón de Berenguer, el primer arreón de Grosso, El cuajarón de Requena, los cuentos de Muñiz Romero, las novelas de Quiñones o La vida perra de Angel Vázquez, donde el lenguaje se presenta, sí, como el principal protagonista del relato, pero lo hace sin florituras innecesarias, sin énfasis artificioso, pero con la belleza intrínseca de un lenguaje ya de por sí luminoso, rico, fantasioso, vivo. En fin, impresiones de viaje.


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