EL PÁJARO PESSOA

Cae la tarde. Los pájaros gorjean por los corrales. Por cierto que desde hace unos días estamos asistiendo a una cosa cuando menos curiosa. Un pájaro negro, todo negro excepto en la coronilla, que es de un azul metalizado y que tiene el tamaño de un arrendajo, anda por los tejados del barrio. Los vecinos se reunen en las esquinas para hablar de ese pájaro extranjero y a fe que deben de decir muchas cosas, porque se tiran horas hablando del dichoso pájaro, que parece perdido, desnortado, asustado. El pájaro apenas vuela, y suele aparecer en los aleros o en los caballetes de los tejados. Tiene un canto bronco, como si rompiera palos al gorjear. Si alguien pudiera darme norte del pájaro en cuestión, mis vecinos seguro que se lo agradecerán.

Tengo que regar las plantas. Afuera, en la azotea tengo cien plantoncitos de árboles que debo regar con frecuencia porque si no el sol se los come. Ya he contado alguna vez que cuando voy de viaje, cuando llego a algún lugar que me gusta, tomo semillas y las siembro. Luego, cuando las plántulas se hacen mayores las planto en la huerta. Tengo semillas procedentes del Capitolio romano, de la Akrópolis ateniense, del templo de Paestum, del cementerio del espino, en Soria, donde yace Leonor, etc... Si alguien va a Colliure, en el sur de Francia y pasase por el cementerio de esa ciudad me gustaría que me enviase semillas de ciprés. Semillitas, sólo eso. Caben en una carta normal.

Bueno, hoy me cogéis traduciendo a Pessoa. Al Pessoa menos divertido, al Pessoa más antipático, si me lo permitís, al Pessoa político, el del Quinto Imperio, el del Sebastianismo, el de Iberia, el de su aversión al progreso social, el que acepta y justifica la esclavitud, en fin, ya lo he dicho, al más antipático de los Pessoa posibles. Y ahora que lo pienso Pessoa debía parecerse bastante al pájaro que antes he descrito. Un Pessoa que se sentía extranjero en su ciudad, que se sentía un extraño en su clase social, un Pessoa que debía ser señalado como el hijo espúreo de la burguesía, como el fracasado vástago de una familia de bien. Imagino cuánto sufrimiento debió causarle su "exilio social", su incapacidad de desprenderse de todo ese peso. Como el pájaro de mi calle, Pessoa debió sentirse siempre en casa extraña, viviendo de la caridad de los suyos. Eso, a mi parecer, explica todo ese conservadurismo que envuelve su pensamiento político, ese rechazo a las transformaciones sociales, ese sentimiento de pertenencia a una clase que siempre se situó en el centro social y económico de Potugal, que confundía Potugal con sus propios intereses y que acabó en el Estado Novo, esa excrecencia del decadentismo, ese espejo de una clase completamente solipsista, incapaz de arrostrar el futuro, pero creyéndose siempre en el centro del universo. Pessoa, rechazado por los suyos, nunca quiso renunciar a esa clase egoísta y absurda en la que se había criado y que vivía la saudade difusa de una época gloriosa, la de los descubrimientos, la de la colonización de tierras en las que de alguna forma enjugar su fracaso histórico. Portugal, mi amado, mi idolatrado Portugal y sus complejos históricos y territoriales (un día hablaré de esto, lo prometo). Lo peor es ver a alguien como Pessoa de vocero, de referente intelectual de ese mundo absurdo, cegato y solipsista. Dicho esto, dicho que estoy traduciendo al Pessoa más antipático, quiero decir, que cuando aparece el otro, el inmenso Pessoa, se me ríen los huesos, pues incluso en mitad de esos planteaminentos tan falaces, Pessoa es capaz de sacar la cabeza y ser él mismo, con toda esa carga de inteligencia y sensibilidad que es su marca de agua. Cuando Pessoa surge de esos escritos parece como si el sol se plantara en la pantalla del ordenador.


Os dejo con un capítulo particularmente enojoso del Pessoa político. En su descarga habría que decir que este es un texto típicamente hijo del colonialismo de principios de siglo XX, el que propició que países como Bégica, Holanda, Portugal, Reino Unido, Italia, Francia, Alemania o España echasen sus redes en África con los resultados por todos conocidos.
El texto necesita una corrección, pero, bueno, os dejo aquí esbozada su traducción.





Introducciónal estudio del problema nacional (El Imperio)

El imperialismo expansivo presenta un sentido normal, para que cumpla sus fines civilizadores, cuando ocupa territorios desiertos o poblados sólo por pueblos ajenos a la civilización. Tal imperialismo implica tres grados, siendo más justificado el primero que el segundo, el segundo que el tercero.
En primer lugar está la ocupación -obedeciendo a la natural necesidad de que los pueblos se expandan -de territorios desiertos o habitados por poblaciones primitivas o salvajes. En este caso se hallan los territorios en los que las condiciones climáticas son incapaces de producir una raza autóctona capaz de civilizarse y progresar. Es tipico el caso de Brasil. Confirma, como ya se ha apuntado (J. M. R.) el concepto de Buckle, según el cual los territorios sujetos a excesos climáticos, ya sea el calor intenso o la humedad excesiva, no son aptos para crear razas autóctonas capaces de civilizarse por sí mismas. Son estos los territorios que un imperialismo expansivo tiene todo derecho a ocupar. Su destino, sólo está en la ocupación de esos territorios. El imperialismo implica, como hemos probado, la creación preliminar de un ideal nacional; la creación de un ideal nacional implica una fijación racial. Por eso, en esos territorios incapaces por sí mismos de generar una raza civilizable, necesitan para que en ellos haya civilización, que aparezca un pueblo civilizador -es decir, no en proceso de civilización, sino con una nacionalidad psíquica enteramente definida.

En segundo lugar está la ocupación de territorios habitados por pueblos no salvajes o incivilizables, sino degenerados por una civilización antiquísima. Ese es el caso de la India o acaso de México, tal como los españoles lo encontraron. En este caso no es tan simple de explicar que un pueblo expansivo se arrogue el derecho de ocupar tales territorios. Recordemos siempre que el fin de colonizar u ocupar territorios no es el de civilizar a sus habitantes, sino llevar a esos territorios elementos civilizadores. El fin no es altruista, sino puramente egoísta y civilizador. Es la prolongación de su misma civilización lo que el imperialismo expansivo busca y ha de buscar y no las ventajas que puedan ofrecerse a los habitantes de ese país. La esclavitud es lógica y legítima; un zulú o un landín no representa nada útil para este mundo. Civilizarlo, ya sea religiosamente o de cualquier otra forma, es querer darle lo que él no puede obtener. Lo legítimo es obligarlos, ya que no son gente, a servir los fines de la civilización. Esclavizarlos es lo lógico, ya que el degenerado concepto igualitario con que el cristianismo ha conseguido envenenar nuestros conceptos sociales, perjudicando esta lógica actitud. Pueblos como el inglés, hipocritizaron el concepto, y así han conseguido servir a la civilización.





Retrato de F. Pessoa de Almada Negreiros.
En tercer lugar
está aquella última forma del imperialismo expansivo que consiste en querer dominar pueblos igual de civilizados, pero más débiles o menos duchos en defenderse o en hacer la guerra; o pueblos menos adelantados en la civilización, pero pertenecientes al mismo esquema civilizador que el pretendido dominador. Es el caso Alemania queriendo posarse sobre Holanda o Bélgica. Aquí el imperialismo expansivo se convierte en imperialismo dominador. Y es expansivo, porque ese imperialismo es ejercido por una nación superpoblada.


 

1 comentarios:

Estimado Manuel: quizás aún no sepas que la editorial Guadalturia ha comenzado un blog, con el fin de poner en contacto a autores, lectores y editores. Te incluimos en el blog roll de nuestro blog, pásate cuando quieras. Un abrazo enorme.