BECAS

Vivo en una pequeña población con apenas seiscientos habitantes, que dista cien quilómetros de la más cercana Universidad y tengo dos hijos cursando carreras universitarias. En mi pueblo no existe una biblioteca municipal, tampoco academias de idiomas, gimnasios, conservatorios o nada que remotamente se le parezca. En una población como esta donde vivo funciona la selección natural y sólo consiguen sobrevivir los más fuertes o si acaso los que provienen de familias que pueden permitirse gastos adicionales en la educación de sus hijos. Si los hijos de una familia rural suspenden una asignatura, apenas si tienen la opción de ponerse en manos de un vecino con algo más de preparación que pueda echarles una mano. Yo mismo he ejercido en diferentes ocasiones de mi vida esta función gratuita entre los vecinos. Se comprenderá así que un niño o un joven de Fuenteheridos lo tiene mucho más crudo para optar a la Universidad que un chico de la calle Fuenteheridos de Huelva o de Sevilla, pongo por caso. Y no digo nada, de acabar una carrera universitaria. No suelo leer estadísticas sobre las diferencias de oportunidades entre el entorno rural y el urbano. No interesan. Hoy por hoy existe mayor discriminación real entre estos dos entornos, que los que se producen por cuestión de genero. Una chica nacida en un entorno urbano tiene muchas más posibilidades de acabar una carrera o liderar una empresa multinacional que un chico nacido en una pequeña población. De hecho, los obstáculos económicos con los que se encuentra un chico de pueblo para poder alcanzar su meta universitaria suelen ser ímprobos. En el caso de que un muchacho con tantos obstáculos consiga acabar el bachillerato y alcanzar la Universidad, habrá de alquilar un piso compartido y salir del entorno familiar, lo cual, creo que ya en sí mismo es un obstáculo digno de considerar. Muchos niños del entorno rural no podrían estudiar a cien quilómetros de su casa si el Estado no se hiciera cargo de los gastos suplementarios que su salida inexcusable del techo familiar les produce. Ellos no tienen la culpa de que no haya universidad en sus pueblos, pero el Estado les debiera garantizar las mismas oportunidades que a un chico de un entorno urbano, que come y duerme en su casa y que, obviamente, representa unos gastos mucho menores para su familia. La reducción de becas castiga de modo más severo a la gente del entorno rural y casi nadie habla de esto. Muchos chicos de pequeñas poblaciones distantes de los centros universitarios, capacitados para sacar una carrera, se quedan sin hacerlo porque sus padres no se pueden permitir mantenerlo en una ciudad. A veces ni siquiera lo intentan. Para qué. Ellos no aparecen nunca en la estadística. Ellos pasan a formar parte del famoso fracaso escolar, cuando su fracaso no es más que económico. El fracaso de una sociedad que viene sangrando a la población rural, primero con los sangrantes éxodos masivos de los años 50 -70 del pasado siglo y más tarde haciéndoles víctimas de políticas claramente discriminatorias o al menos no compensatorias. A una familia rural lo que menos preocupa es la subida de las tasas por matrículas: no, para ellos es cuestión de pagarles durante cuatro o cinco años su estancia fuera de la casa familiar. En el caso de mis hijos, puedo asegurar que la matrícula apenas representa el 10-15% del presupuesto de cada curso. Mis hijos no tienen la culpa de eso. ¿Qué familia se puede permitir semejante estipendio durante 4 ó 5 años? ¿Y qué familia se puede permitir eso con dos hijos en la Universidad? No todas, desde luego. Sin becas o con becas mucho más exiguas y difíciles, las posibilidades de promoción de la población rural disminuyen. Yo tengo dos hijos estudiando en la Universidad: Helena estudia cuarto de biológicas en Córdoba (por cierto, ahora se está examinando de su última asignatura: suerte, niña), es decir a 250 kms de casa, y Julio estudia segundo de Filosofía en Sevilla (100 kms de casa). Ninguno de ellos obtiene beca aun cuando ambos pudieran conseguirla por nota. Yo me siento discriminado -muy discriminado por haber decidido vivir en Fuenteheridos.
Claro que se me podrá decir que nadie me obliga a vivir en una pequeña población de seiscientos habitantes. Yo, sin embargo, podría objetar algo al respecto, y es que el hecho de vivir en una pequeña población con una infinidad de menores prestaciones, no disminuye mis impuestos. Pago lo mismo que un señor que tiene la Universidad o el Hospital a dos manzanas de su casa y yo lo encuentro justo. Lo que ya no encuentro tan justo es que mis hijos tengan muchas menos oportunidades, teniendo las mismas cargas e imposiciones.
Contaré una pequeña anécdota. Mi madre tiene un pinar en lo alto del pueblo. En el reparto de la herencia el pinar me ha tocado a mí. Hace como seis o siete años un empresario de la construcción me quiso comprar la madera del pinar. Era un buen bocado. Le dije que no era tiempo de venderla, y que volveríamos a hablar cuando mis hijos estuvieran en la Universidad. El pinar representaba la seguridad de que mis hijos obtendrían una oportunidad, la misma que tantos otros por vivir donde viven. Luego el precio de la madera se desplomó y mi gozo se quedó en un pozo, pero eso ya es otra historia.



Bueno, dejémonos por ahora de reivindicaciones y acabemos con este cuentico que contiene alguna "revisión" del grandioso Rulfo. Que dios me perdone. Véase como un leal homenaje al maestro.

POBRES

Según me contó Don Nepomuceno, el señor aquel de San Gabriel, luego que se fueron de casa se habían hecho pirujas porque según él, eran muy pobres y retobadas. Desde chamaquitas ya eran rezongonas, me dijo. Y tan luego que les repuntaron los pechitos se ve que les dio por andar con esos bueyes y que bien que se enseñaron en lo peor, de forma que entendían tantito así cuando las chiflaban por la noche, me refirió. Después ya no hubo manera y a cada rato estaban metiendo la cabeza por esos pajonales y a veces se las encontraba uno detrás de las bardas, encueradas vivas y con un zopilote de esos bien resubido en sus meras madres, dijo, y yo pues se comprende que vine a conocerlas y a ver si hay tantico de malo en eso.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Cuánta razón tienes, maestro!
La educación es la piedra angular del proyecto de una sociedad mejor que, incluso con sus muchos defectos y constantes derrumbes, hemos ido construyendo entre todos a lo largo de los años.
Tantos esfuerzos y sacrificios no deberían perderse en la sinrazón que ahora impera.
Si existe todavía un valor de referencia al que no podemos renunciar, ése es el de la redistribución de la renta, basada en el mérito y el esfuerzo de cada uno.

ARME dijo...

Cierto, la igualdad de los ciudadanos no llega a las zonas rurales. Pagamos los mismos impuestos y no disponemos de los mismos servicios. Todo nos cuesta más . Dentro de nada apareceremos WWF como especie a extinguir.