HOMBRES-HIENA


Hace calor. Hoy parece que ahí afuera hace mucho calor. El cielo, de tan azul, está a punto de romperse. Parece más bien una vela al viento. Porque hace viento. Una herramienta de cortar baldosas se escucha a lo lejos. Está partiendo el aire. Ahí se acaba la vida. Ni siquiera los pájaros se atreven a volar. El cartel de Se Vende, al que me referí el otro día, se está transformando en un amarillo desvaído y tenue. Mientras esto sucede, allá en los mundos de lo abstracto, en los predios infernales de los altos despachos se perpetran nuevas vueltas de tuerca contra los hombres y mujeres de a pie. Antes, las guerras se hacían con armas, hoy se hacen con disposiciones económicas, que son más sutiles y las heridas de la peña son mucho menos vistosas. Tiempos de hierro, que diría nuestro Don Quijote, donde dos docenas de hienas tienen acorralados a cien mil ñúes. Es, por lo visto, lo que hay. Esto nos pasa, claro, por bailar con hienas. Y por prestarnos a una guerra donde no matan las balas, sino los números. El problema es que en una guerra casi nunca se sabe quién la va a ganar, hasta no firmar el armisticio. Las guerras como la lotería son volubles y caprichosas y suelen durar más de lo que indican las cronologías. Atentos.



LOS HOMBRES-HIENA
No es que sean como nos lo han contado o al menos como nosotros dimos en imaginarlos. De hecho, son de nuestra estatura y usan polainas y gorros y relojes como los nuestros. Su risa podría ser la risa de un profesor de matemáticas, la de un empleado del ayuntamiento o la de un vendedor de periódicos. Si los oyes hablar, estás perdido porque lo hacen en nuestra misma lengua, de nuestras mismas cosas y con idéntico acento. Es necesario un ojo clínico para sospechar de ellos por su forma de vestir o de peinarse. Algunos son calvos y otros llevan medias melenas, pero también los hay rasurados, afeitados, ventrudos, de nariz aguileña o de ojos estrábicos. Se reproducen con alarmante facilidad y sólo hay una forma de desenmascararlos: pronunciando alguno de estos dos conjuros mágicos:
A: "Aquí lo que está haciendo falta es mano dura".
B: "Yo a estos negros los metía a todos en un avión y los mandaba echando leches a su selva".
Mirad entonces el brillo de sus ojos. Yo les aseguro que no tendrán la menor duda de si se hallan o no ante un hombre-hiena.

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