TRANSISTOR

A lo lejos se escucha un transistor. La voz de una mujer. De pronto -es la hora exacta- pasa un avión. Su sonido, tamizado, apaga la voz de esa mujer. Ayer estuve en la huerta y me encontré con dos arbolitos mordidos por los caballos. Tal vez sea esta la razón de esta como niebla que hoy me recorre. Se larga el verano. Ayer atravesé en la oscuridad el Puerto. Estaba oscuro. Al otro lado parecía erigirse el vacío, tan solo atenuado por esas miríadas de luces que aquí y allá se alzan sobre el inmenso territorio de pequeñas cordilleras donde apenas si hay presencia humana. Anuncios. Esa voz estereotipada de los anuncios. Miro hacia la ventana. Todo está como mustio, desvaído, reseco. La naturaleza no ayuda a enderezar el ánimo. Tampoco la prensa. Han encontrado incinerados los restos de los dos niños de Córdoba, supuestamente quemados por su padre. Ante noticias como esa, uno quisiera ser un caballo o un reloj de pared. Suena frívolo, pero es así. Sé qué es eso de que el alma se te caiga a los pies y se te llene de barro. O de mierda. Cuando Helena, anteayer, me dio la noticia, sentí sobre el espinazo una inmensa sensación de vómito, incluso de súbito mareo. Sigue la radio. Ahora suena flamenquito, esa extraña ponzoña que de cuando en cuando sacude al flamenco. Queda sobre el aire una cierta sensación de laberinto. Septiembre está al llegar. Y no llueve. No tiene trazas de llover. Ya va siendo hora de que se limpie la atmósfera.

lago noruego





ACAPULCO, [...]
Como cada mañana, María lee en su asiento de siempre, camino de la clínica. Levanta la vista del libro, mira por la ventanilla y no puede reprimir un profundo escalofrío. Tiene cincuenta y tantos y la sensación de que su vida en nada se diferencia de esa inmensa llanura baldía. El futuro le aterra tanto, que preferiría cerrar los ojos y dejarse morir allí mismo. [...] Al abrirlos, ve un anuncio publicitario en el que una pareja de jóvenes corre por la playa apenas estorbada por una leyenda que dice: "Acapulco, mucho más de lo que imaginas, por mucho menos de lo que piensas". Las palabras y la imagen chocan en su cerebro. María permanece sentada en su asiento, camino de la clínica, no sabe si aturdida o cansada. De pronto, toma aire, mete la cabeza en el libro y sigue leyendo: "Tiene cincuenta y tantos y la sensación de que su vida en nada se diferencia de esa inmensa llanura baldía". [...] No puede evitar pasar las hojas hasta encontrarse en las últimas líneas del libro: "todos bajaron, pero ella permaneció en su asiento de siempre, inmóvil"
¿Lo haría?







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