Mierda enlatada, Piero Manzoni |
CUENTOS
Ellas vienen a contar cuentos. Cuentos mucho menos salvajes que los nuestros, supongo. A mí ya no me quedan más cuentos, descuida. Si acaso el de un chico que duerme junto a una lieva, y al que una mariposa azul (¿o era un colibrí?) le entra por la garganta. Esa mariposa, ese colibrí, le impide la respiración, le hace más difícil caminar, pero al llegar la noche, todas las noches, todo él se ilumina y con él, cuanto le rodea, de forma que por más oscuridad que haya, un azul intenso le guía los pasos. Y así, cada mediodía fija las ramas de los árboles en su memoria, escucha el tañir de las campanas, siente el crecer de las plantas, sueña tibiamente con ese pájaro azul, ve cómo se mecen las adelfas, y siente, siente ese cuerpo azul que lleva dentro y que, lo sabe ahora, parece sostenerlo. Un día y otro día, noche tras noche ese cuerpecillo lo ha ido fortaleciendo sin descanso, le ha ido abriendo puertas impensadas, se ha convertido en su armazón, en el flujo de sus huesos. Porque la mariposa azul, el colibrí, sigue con él y él ya no es nada sin esas alas azules que van moliendo el aire a su paso, haciéndolo más tibio y más bueno. Y ahora se detiene a descansar junto al arroyo y ahora camina escondido entre los helechos, y ahora, ahora... Y no le aterra nada, nada teme más que al despertar, un día, ya no esté ese colibrí azul, ni esa mariposa vuele dentro de su pecho... y entonces se le olvide caminar y no haya senderos y todo a su alrededor se vuelva gris y sin sentido. Y no está dispuesto a dejar que eso suceda, se dice. Y así espera, mientras escribe largas cartas que atraviesan cordilleras y ríos impensables y vuelven convertidas en nuevos colibríes, en centenares de colibríes y mariposas azules que le anublan la cabeza y vienen a dormir junto a su corazón, en un dulce, dulcísimo asedio. Ellas vienen, decía, a contar cuentos.
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