ROPA DE CASA

 

ROPA DE CASANo suelo comentar por aquí libros de escritores vivos. Durante años ejercí la crítica y recibía tantos libros que sólo podía leer y escribir sobre una mínima parte de ellos, con lo que los equívocos y malos entendidos estaban al cabo de la calle. Sobre autores extranjeros o fallecidos la cosa es distinta. Hoy, sin embargo, haré una excepción y la haré porque la obra a tratar constituye en sí una excepción: una autobiografía, una autobiografía hecha, además por un estricto contemporáneo (nos llevamos sólo un mes). El título en cuestión es Ropa de casa, y su artífice Ignacio Martínez de Pisón, autor entre los más aplaudidos de nuestra generación. He leído toda la obra de Ignacio, desde aquella novela titulada Carreteras secundarias, que tuvo la fortuna de ser llevada al cine en dos versiones distintas, una española y otra francesa. Aquel libro se convirtió en mi banderín de enganche a la cada vez más precisa y enjundiosa narrativa del aragonés. Desde entonces no he dejado de leer y recomendar libro tras libro. Novelas como Dientes de leche, La buena reputación, El día de mañana, Derecho natural, o la última, Castillos de fuego, así como el libro de relatos Aeropuerto de Funchal me parecen obras fundamentales para entender los tiempos que nos ha tocado vivir. En ellas Pisón nos habla de un país pasado por la túrmix de una infausta guerra que ha dejado agujeros por todas partes, de una posguerra áspera y cruel que olía a letrinas, de un primer desarrollismo entre cutre y garrulo, de una transición con más olvidos e imposturas de las que estamos dispuestos a considerar, y de unos tiempos democráticos no tan democráticos y desde luego no tan luminosos, en definitiva, Ignacio nos ha retratado un país nimbado de oscuridad y de paredes a menudo desconchadas, donde a veces hacía demasiado frío. El preciso bisturí de Pisón ha sido capaz de diseccionar la historia última de este país mediante relatos potentes, muy sólidos en cuanto a su concepción y escritos desde una arquitectura rigurosa y precisa que lo han confirmado con absoluta justicia como uno de los referentes de la narrativa española de las últimas generaciones.

ROPA DE CASA Dicho esto, Ropa de casa, su flamante autobiografía, me ha dejado un cierto regusto a obra sin macerar, a entrega menor. Se trata, como todos los suyos, de un libro ameno, que se lee con gusto, que avanza sin escollos, con naturalidad, pero uno tiene la sensación de que falta pulpa, acaso cosas fundamentales, como es una visión panorámica de su tiempo, cosa que se promete en la contraportada. No sé, acaso eche en falta un contexto histórico. Porque el período que nos narra esta biografía tiene su enjundia: comienza por el tardo franquismo, cuando tanto Logroño, lugar de la infancia del autor, como Zaragoza, lugar de su adolescencia comenzaban a despertar del letargo de la posguerra y se veían atisbos de cambio en una España eminentemente rural y agraz que desembocaba en otra del primer desarrollo industrial para ir enderezando en los convulsos tiempos de la transición con todas sus contradicciones políticas y sociales que aquí apenas si aparecen reflejadas. Para nosotros, los hijos del tardo franquismo, la transición fue una época de grandes esperanzas, de profundos cambios sociológicos y culturales y yo tengo la convicción de que Pisón ha pasado muy de puntillas sobre todo eso. La obra comienza narrando los felices años de la infancia y ahí sí que se atisba el color de época, su prosa acierta a envolvernos con esa atmósfera tardo franquista, pero luego, ya en su etapa zaragozana, que viene a coincidir con la primera transición, ese color se va difuminando hasta casi perderse de manera que seguimos las evoluciones del escritor, pero apenas si tenemos referencias exteriores, cuando esas referencias, repito, eran muy significativas porque un mundo se desmoronaba para nacer otro mundo con códigos distintos y todos, pero los adolescentes aún más, despertábamos a una sociedad nueva. De hecho, en una de sus magníficas novelas, Derecho natural, esa etapa zaragozana se nos aparece mejor contada, bajo el personaje de esa denodada madre que trata de reconquistar su vida bajo la grisalla ambiental en que se ve envuelta o incluso en Carreteras secundarias donde se nos aparece un país en proceso de cambio a través de tres generaciones. Pero con todo creo que es la etapa barcelonesa, tan cargada de significados históricos, donde Pisón pierde definitivamente la batalla con esta autobiografía. En esta etapa Pisón cuenta su vida universitaria y sus comienzos en el mundo de la escritura. Aquí Pisón parece desconectar definitivamente con la época, y congrega sus esfuerzos en contar ciertas anécdotas personales, y retratar uno tras otro a todos esos personajes que jalonaron su vida literaria, desde Jorge Herralde, hasta Marías, pasando por Vila Matas, Tomeo, Atxaga o el malogrado Félix Romeo, y ciertamente sus retratos son precisos y a veces levemente ácidos, pero pese al interés que pudieran suscitarnos tales descripciones, en el conjunto se nos va lo mejor, la impresión de época, los conflictos de todo signo que ese tiempo concita. Lo que acaso pretendo concluir es que a mí, un estricto contemporáneo suyo, un lector incondicional, se me han quedado demasiadas cosas en el alero. En las últimas páginas del libro, en las que trata de su relación con el siempre excesivo Romeo, la escritura del mejor Pisón vuelve a dominar la página, envolviéndonos, haciéndonos partícipes del estilo envolvente del que carecen muchas de las páginas de este Ropa de casa. Sea como fuere, hemos de agradecer a Ignacio Martínez de Pisón que huya de la autocomplacencia, y que siendo a veces cáustico, no caiga en los despeñaderos del navajeo ni en la desconsideración gratuita (salvo en una ocasión: Bergamín, pp 222). Ya digo, un libro que se hace corto y ameno, pero del que esperábamos algo más.


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